“He logrado el sueño de cualquier niño:
hacer que los juguetes sean verdaderos y que la verdad sea juego”
Con seguridad, “A cielo abierto”, (Seix Barral, 2017), del escritor
y periodista cultural Antonio Iturbe, no aparezca en las listas de los mejores
libros del año, y a pesar del galardón del Premio Biblioteca Breve 2017. No voy
a entrar en esto y como pueda suponerse de los intereses que todo lo dominan,
lo dirigen y adocenan, y los que, por supuesto, no son excepcionales al mundo
editorial. Sin embargo, para mí este libro ha sido una de mis lecturas
preferidas del 2017 e incluso de años anteriores. Y todo porque me ha hecho
sentir, imaginar, entusiasmarme, disfrutar de las novelas de aventuras con
trasfondo histórico, de un género literario con sus énfasis sorprendentes en
los viajes, las intrigas, los desafíos y escenarios sugerentes; de recordar,
con sus lógicas distancias, a Dumas padre, Verne, Haggard, Rohmer, Tolkien,
incluso Boussenard o Mayne Reid o Chandler, y por supuesto Salgari o Stevenson;
el goce del trayecto narrativo a través de unos bellos escenarios desdoblados
en universos exteriores e interiores, más allá de personajes como el autor de
“El Principito”, Antoine de Saint-Exupéry, o de los comienzos de la aviación
comercial o postal y luego en la Gran Guerra, de la épica, sino por el gusto de
una literatura amena y bien hecha.
“Sabe que el autor tiende a mostrarse
condescendiente con sus palabras; ningún padre consiente tanto a sus hijos como
un escritor malcría a sus frases. Todas le hacen gracia aunque sean estúpidas,
todas las ve hermosas aunque sean grotescas. Pero al final hay que ponerse
serio. Algunas frases sirven y otras no. El escritor es un agricultor que
siembra sobre una tierra en blanco”.
Sinopsis editorial de “A cielo abierto”:
“Francia, años veinte. Sólo los mejores pilotos son aceptados en
Latécoère. Entre los elegidos están Jean Mermoz, Henri Guillaumet y Antoine de
Saint-Exupéry, tres heroicos aviadores que abrirán las primeras líneas de
reparto de correo en rutas inexploradas. Ninguna distancia es demasiado extensa
para ellos, ninguna montaña demasiado alta: las cartas deben llegar a su
destino. Cuando aterrizan, afrontan las turbulencias de la vida en tierra en un
siglo partido por las guerras.
A cielo abierto cuenta las increíbles proezas de tres grandes amigos
que marcaron la historia de la aviación, y es, además, un homenaje al autor de
El Principito, un escritor inolvidable que supo ver la realidad con ojos de
niño.
Antonio Iturbe ha escrito una novela apasionante gracias al cuidado
equilibrio entre la acción trepidante y la sutil emotividad proyectada por la
mirada de Saint-Exupéry sobre el mundo, a la perfecta caracterización de los
personajes y a la ambientación tanto de los salones parisinos y los círculos
literarios neoyorquinos como del universo que rodeó a aquellos legendarios
aviadores. Una celebración de la esencia de la literatura en un relato de
amistad, de sueños imposibles, de amor y pasión, del placer de volar y
descubrir, desde el cielo, un planeta hermoso cargado de misterios.”
“-Están ustedes completamente equivocados.
Todas las cosas ya fueron dichas, pero como nadie escucha, es preciso comenzar
de nuevo”
Porque “A cielo abierto” triunfa como ejercicio biográfico, como
novela, como mensaje trascendente o psicológico, como historia de amor… Triunfa
en la dificultad de hacer posible varias novelas, o varias tramas, y fundirlas en
una sola. Formidable Antonio Iturbe, por su riesgo, por su prosa poderosa y
fluida, por garantizar el interés, el entretenimiento a lo largo de toda la
extensión del libro, y, al final, se quede tan corto, se requiera más. No en
vano, una historia tan extensa, 624 páginas la recoge, no se hace en ningún
momento lenta o tediosa. Todo por el talento de su autor en marcar los tiempos
narrativos de manera precisa, por una escritura pulida, plagada de bellas
frases ocurrentes en diálogos naturales, de metáforas notables, ajustadas, de poéticas
descripciones que realzan el contexto histórico recreado tras un meritorio
proceso de documentación, y aun así sencilla. Esta novela, diga lo que se diga,
funciona. Funciona en sus diversos ámbitos, funciona y maravilla, y la que
trasciende ese formalismo de la consideración del jurado del Premio Biblioteca
Breve: “la cuidada recreación de la figura de Antoine de Saint-Exupéry y el
tratamiento de la épica de los primeros años de la aviación civil francesa en
una novela de arriesgadas aventuras con un fiel trasfondo histórico”.
“La verdad está sobrevalorada. Es triste.
Tal vez deberíamos inventar algo que sea mejor que la verdad”
Porque “A cielo abierto” logra, incluso para mí y supongo que para
quienes no les ha importado la historia de la aviación, ni comercial o bélica o
recreativa, sumergir al lector en sus pormenores, y a que aprecie las vidas de
dos personajes que superan la historia para aproximarse a la mítica: Tonio o
Saint-Exupéry, el escritor de “Correo del Sur”, “Vuelo nocturno”, además de “El
Principito”, libros de los que conocemos el contexto en el que se elaboraron, en
el que se escribieron; y el piloto Jean Mermoz, amigos y figuras legendarias de
la aviación o pioneros de la aviación comercial. “Ya nadie se ríe de la pretensión de la Aeropostale de establecer líneas
aéreas civiles que vuelen de noche. Algunas compañías de otros países incluso
empiezan a considerarlo. Hay quienes lo ven como un camino de sufrimiento que
traerá más accidentes y más tragedias. Otros lo ven como un paso firme hacia el
futuro de la aviación comercial que está naciendo. Ninguno se equivoca”. Y
no nos cuesta nada, al contrario, seguirlos por todo el mundo, por Francia,
Siria, Nueva York, Casablanca, Brasil… amar sus romances exóticos,
condescenderlos en sus contrariedades y alegrarnos de sus heroísmos y sueños.
“Los escritores tramposos crean personajes
perfectos: exageradamente felices y heroicos, o exageradamente desdichados y
vapuleados. Escriben historias para un teatro de marionetas. Creen que los
personajes les pertenecen, pero los personajes sólo pertenecen a la propia
historia”.
Porque “A cielo abierto” también la hace grande sus escenarios,
exteriores e interiores, y los personajes de los que con anterioridad se ha
hablado: Mermoz, tan seductor, comprometido, idealista, arrebatado, voraz; o Tonio-Saint-Exupéry-Iturbe,
tan soñador, enamorado, escritor; y a entre los que incluiríamos a Henri
Guillaumet, el otro piloto leal, sincero, responsable. Los pioneros de la
aviación comercial. Memorable por otro lado la alusión y peripecias de los dos
amores de Saint-Exupéry: el fracasado y platónico primer amor con la caprichosa
Louise de Vilmorin, y el perturbador matrimonio con la salvadoreña Consuelo
Suncín-Sandoval Zeceña, con su liberalidad sorda (me encantó la escena de la
declaración de matrimonio). “No lo
invitaron y eso le ahorró a Tonio un mal trago. Hace tiempo que todos los
tragos le saben a flores muertas, como si se bebiera el agua de los floreros.
Durante semanas, deambula por las calles con zapatos de plomo. Sus bolsillos
están agujereados. Ha de escribir de nuevo a su madre para que le adelante algo
y eso lo pone aún más melancólico. Camina y camina sin un propósito definido,
con una vaga esperanza de que al doblar una esquina todo cambie. ¿Y si al
doblar la siguiente calle sucede algo? No sucede. Pero ¿y si ocurre en la
siguiente?”. Protagonistas con los que el lector empatiza muy bien, los que
por su caracterización resultan tan cercanos, más en sus caracteres personales
que complementan entre todos con habilidad y enriquecimiento, y a los que constituye
un placer acompañar en sus diferentes periplos por tierra, mar, y sobre todo por
el aire, volando el desierto infinito, las cordilleras elevadas o el mar
inmenso, junto con sus anécdotas, enamoramientos, pasiones, supervivencias
extremas, accidentes, rescates, tormentas, guerra… detalles que entretejen la
novela desde 1922 hasta 1944, ya en la Segunda Guerra Mundial y en la que Saint-Exupéry
desaparece durante una misión de vigilancia aérea de las tropas hitlerianas en
el valle del Ródano, antes de la toma del sur de Francia por parte de los
aliados.
“Olivier, no debes sufrir por mí. Piensa que
un piloto que muere en vuelo llega al cielo antes. ¡Ya tiene la mitad del
camino hecho!”
Porque “A cielo abierto”, a través de su marco histórico, a través
de sus personajes míticos entregados sin fisuras a sus sueños, a su vocación, a
sus amores, a su sexualidad, a sus pensamientos, a través de una acción muy visual
y descriptiva, nos trasmite un mensaje sincero, alentador, de vivir la vida en
plenitud, de reivindicar las pasiones sobre la uniformidad y grisura de lo
cotidiano. Un gran mensaje vitalista, idealista, y que no deja de ser anecdótico, o según su perspectiva, por tejerlo y entregarlo a los lectores desde las alturas, en los tránsitos por el cielo, en aviones, entre las nubes; y fundamentado en el valor de la amistad, en el compromiso y responsabilidad por el trabajo, la abnegación, en dar rienda suelta a los héroes internos en su conquista de la realidad, de la vida que hay que vivirla en su más alta expresión y sensación. De hecho, este mensaje permite la identificación y deleite con la lectura de esta bella historia.
cotidiano. Un gran mensaje vitalista, idealista, y que no deja de ser anecdótico, o según su perspectiva, por tejerlo y entregarlo a los lectores desde las alturas, en los tránsitos por el cielo, en aviones, entre las nubes; y fundamentado en el valor de la amistad, en el compromiso y responsabilidad por el trabajo, la abnegación, en dar rienda suelta a los héroes internos en su conquista de la realidad, de la vida que hay que vivirla en su más alta expresión y sensación. De hecho, este mensaje permite la identificación y deleite con la lectura de esta bella historia.
“Le preguntó a Mermoz si era feliz. Se
volvió hacia él como hacia siempre, mirando a los ojos con esa seguridad suya
que intimidaba: “¡Por supuesto que no! Eso sería una tragedia. Si eres feliz,
ya no queda nada que perseguir”
Porque “A cielo abierto” es un relato diáfano, llano, con esa
particularidad difícil de hacerlo fácil y por esto meritorio, de hacerlo más
sugestivo y cercano por la diversidad de su trama, de su pensamiento. Con un
estilo donde domina la frase simple, pero sensitiva, visual, a través de un
narrador que parece susurrar con calidez y detalle la historia al oído del
lector. Por esto resulta tan ameno, tan rítmico y vitalista.
“Porque quiere creer que la historia de la
humanidad, si es algo, es un nudo de relaciones”.
Porque “A cielo abierto” es una novela que hay que leer, ya no solo
por sus fantásticas aventuras, por su historia, por sus personajes y
escenarios, por sus dimensiones interiores, sino porque durante su lectura,
durante su placentera lectura, descubre el lector en su interior quien le
gustaría ser en verdad o aquel con el que apasionaría vivir la vida. Tal vez el
propio Saint-Exupéry lo describe a la perfección de esta manera: “¿Quién es uno mismo? ¿El ser social con
cascabeles cosidos a la ropa que uno agita cuando se relaciona con los demás o
el ser silencioso, enroscado hacia adentro, en que nos convertimos cuando nos
quedamos solos?”. Una novela muy recomendable.
“¡En la eternidad sólo mueren los relojes!”
“Tal vez deberíamos preocuparnos menos por
la muerte y más por la vida”
“-El cuadro no vale nada. Sólo es una tela
con algo de pintura barata. Es su manera de mirarlo la que lo hace valioso”
“Todo escritor lleva dentro un vanidoso, con
diferentes grados de cortesía y disimulo”
“Escribir es una consecuencia. ¿Cómo va a
escribir si antes no vive”
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