A la espera del turno. Ayer. Sentado, con unos papeles en la mano. Documentos que contienen una vida o acaso la propiedad minúscula en un fondo muy oscuro y sórdido, algo que la valga en lo inmediato. Papeles que no dejan de ser sombras. Papeles que no dejan de ser guiones ajenos. Historias de terror de las que se anhelan sus finales felices, pero escritas por otros y para otros. No son la solución de nadie. Tampoco la ilusión de nada. Migajas. Recursos piadosos. Por esto, en la búsqueda de un sosiego, de algo que mitigue el fracaso o la decepción herida, la literatura aparece con su consuelo, o con palabras para nombrar la desesperación, o al menos un epílogo propio, porque los prólogos ya fueron narrados y con rabia tachados. La vuelta, el recodo en el forzado pasillo de la gran factoría ciudadana, la más cercana. Se respira una fuga de vocaciones políticas. No importa. Pasó. Demoras administrativas. Paciencia. Esperas, aquí, ahí, con la solicitud cumplimentada por un derecho fundamental, la vez para los papeles mojados, emborronada donde debería subrayar la ilegible moral por los servicios prestados, ya hechos escombros. Y entonces, Camus: "Cualquier hombre, a la vuelta de cualquier esquina, puede experimentar la sensación del absurdo, porque todo es absurdo". A-124. El turno para nada.
(C) F.J. Calvente
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