"4 3 2 1" Aquí estoy, sentado en el coche, a treinta y tantos grados, esperando, y me gustan estas esperas porque me permite leer, aprovechar el tiempo con un mínimo de tranquilidad, entretanto mis familiares realizan sus menesteres, compras o acopios, más magros que dispendiosos, para estos fastidiosos días de Feria en Ronda. Pero lo que todavía no puedo asimilar en este lapso tórrido del mediodía, minutos los pasados de las una de la tarde, ha sido la intensidad de una casualidad, azar o ley del Universo; o la que no por ser excepción de algo que no existe salvo, por cierto, en la ignorancia y el recelo, es decir, nada de casualidad sino una causalidad y sea esta impenetrable por su serialidad, oculta afinidad, emergencia espontánea de un orden, coincidencia inesperada y significativa, o lo que pueda ser de improbable, qué más daba. Así, fue levantar la mirada del libro de Paul Auster, tras leer: "... con el sol dándole de pleno en la cabeza, un sol tan fuerte que incendiaba su increíble cabellera a la luz de la tarde, y parecía feliz, tan puñeteramente feliz que le dieron ganas de echarse a llorar", y ver a la niña junto al coche. La niña de dorados cabellos, como si el sol prendiera el fuego de regeneración de un futuro que se hacía en estos momentos. Luego ella me ha sonreído y yo, abrumado por esta casualidad tan causal, apenas logro aguantar unas puñeteras lágrimas.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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