“No duermen nunca, debe ser por la conciencia
o por un sexto sentido que los advierte de la soledad”
Extraordinario. Un
“libro desconcertante dentro del desconcertante universo” de Roberto Bolaño, “Sepulcros
de vaqueros” (Alfaguara, 2017), que reúne en tres novelas breves o “nouvelles”,
narradas en primera persona por un joven poeta latinoamericano, la máxima
expresión de una narrativa que no por insólita, innovadora, siempre inquieta, imaginativa,
fecunda, acallaría con su perfección a los detractores más conspicuos o sin
duda más menesterosos. No voy a descubrir en estos momentos la genialidad de
Roberto Bolaño, uno de los escritores contemporáneos más importantes en
castellano. Sin embargo, sí me gustaría hacer especial hincapié en estos textos
inéditos rescatados, como borradores que quizá jamás fue voluntad del autor vieran
la luz (murió en 2003), de un rincón olvidado en un ordenador o unos garabatos
en unas hojas de una carpeta perdida en su maremágnum creativo; por tanto, si
son textos episódicos o fragmentarios, contraviniendo a la opinión mayoritaria
o principalmente a aquellos conspicuos menesterosos, como un enfoque, según el
comentario editorialista, de "cocina narrativa, laboratorio de escritura o
trastienda", no invalidan el planteamiento de que esta sea la aplicación o
característica fundamental de la obra del narrador chileno, por lo que refutarían
la obviedad de una literatura inconclusa.. De hecho, siguiendo el magnífico
prólogo de Juan Antonio Masoliver Ródenas: “Hablar de las novelas y los cuentos
de Roberto Bolaño como fragmentarios resulta parcial, puesto que cada fragmento
depende de una unidad en constante movimiento, en un verdadero proceso de
creación que es al mismo tiempo consolidación de un universo. [...] La
imaginación desbordada, la intensidad de los sentimientos, la incisiva crítica,
la febril actividad o los extraños personajes hacen de Sepulcros de vaqueros un
libro enormemente atractivo y original.” Experimentos, proyectos inacabados o
los que necesitan desarrollarse en otros proyectos, piezas breves que, por
contrario, los amarra una sutil guía o lazo que las hace formar parte de un
todo inconcebible en una primera observación y lógico o con sentido en su
conjunto. De ahí todo un universo de imágenes, de nombres, de procesos, de
emociones, que aparecen aquí y allá por la bibliografía del escritor, con una
imaginación capaz de sobre imponerse a sí misma, de descubrir y curiosear más
allá de lo inimaginable, de afrontar nuevos desafíos con los que abordar una
fecundidad asombrosa y libre.
“… debe ser que la historia y la gente están hechas
para la confusión”
La obra formada
por piezas que no parecen encajar en absoluto, pero con elementos coincidentes
que hacen sospechar y confiar en un orden subterráneo, como la dama oscura que
tiene ojos de insecto y un cocodrilo moribundo en la frente, acaso la alegoría
de la literatura, se abre con “Patria”, un disgregado texto de veintitantos
capítulos con la oferta para trabajar de policía que rechaza un viejo boxeador,
con una fiesta coincidente con el derrocamiento de Salvador Allende
(11/9/1973), para continuar con la fuga de la pareja formada por Patricia
Arancibia y el poeta Rigoberto Belano (o Bolaño, o Bolamba), personaje
principal de la trama, o de las tramas, con una reiteración de cartas, poemas, detenciones,
sueños, reflexiones,…
En ‘Sepulcros de
vaqueros’, Belano se hace llamar Arturo, (el héroe de “Los detectives
salvajes”) quien, en cuatro actos, junto a su familia marchan de Chile a
México, de la curiosa relación de amistad entre aquel y un tal El Gusano, de la
historia de Dora Montes, de los pormenores del joven aprendiz de escritor, un
maravilloso cuento fantástico, y de otro viaje entre Panamá y Valparaíso, con
el golpe de estado de trasfondo en su regreso a Chile.
Para terminar con ‘Comedia
del horror de Francia’, la historia en torno a un eclipse y el vagabundear del
protagonista principal por la calles de una ciudad de la Guyana, hasta que a
través de una imposible llamada telefónica se le brinda con formar parte, en
las alcantarillas de París, del Grupo Surrealista Clandestino; este o a lo
mejor un superviviente movimiento vanguardista de André Breton, nutrida de
extravagantes personajes que recuerda a “La universidad desconocida”, la
hermética academia poética creada por Bolaño.
“¡Tenía veinte años y era la primera vez que me
enamoraba! Lo supe al instante… Y sin que lo pudiera evitar se me saltaron las
lágrimas…”
Tres borradores
que no lo son, tres textos independientes que no lo son, tres historias
inconclusas que no lo son, fragmentarias, tampoco. No existe ninguna contradicción,
ni insensatez narrativa, solo un dejarse llevar, con una habilidad
impresionante, fascinante, por un universo ingrávido e interconectado, sin
premisas ni condicionantes; son la historia, los personajes, con su movimiento,
con su libertad, los que conducen a Roberto Bolaño, a través de un recorrido
que si bien parece no tener continuidad, sentido, conduce a algo preciso y
limitado, y lleva al lector al entendimiento, a la totalidad, al complejo
universo literario del genial escritor chileno. A este respecto, me gustó la
consideración de Colm Tobín: “Tomó lo que estaba allí, como Joyce hizo con
Irlanda casi un siglo antes: una sociedad rota con una tradición literaria
extraña. Y le dio la vuelta, usando su caos, su naturaleza informe e inestable,
su violencia, para convertirlo en algo estable y eterno, en un logro literario
sin parangón. Al igual que Joyce, cada uno de sus libros era más ambicioso que
el anterior. Nos llevará muchos años alcanzar lo que él ha conseguido.”
“De hecho, Diodoro, es una novela que, como toda
novela, por otra parte, no empieza en la novela, en el objeto libro que la contiene,
¿lo entiendes? Sus primeras páginas están en otro libro, o en un callejón donde
se ha cometido un crimen, o en un pájaro que observa a un grupo de niños que
juegan y que no lo ven a él”
Entretanto,
sigamos esperando nuevos descubrimientos, inéditos, de la obra de Bolaño,
porque cada uno de ellos, como estos relatos de “Sepulcros de Vaqueros”, es,
según la editorial, “una pieza más, imprescindible y necesaria, del puzzle para
descifrar el misterio". Imprescindible, pues hasta yo mismo me rio de esta
“reseña ditirámbica”.
“Soy catalana. Soy atea. No creo en fantasmas. Pero
ayer Fernando me visitó en sueños. Se acercó a mi cama y me pidió que cuidara
del niño. Me pidió perdón por no dejarme nada. Me pidió perdón por no quererme.
No. Pidió perdón por haberme querido menos que a los libros”
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