“Se ha dicho que el poeta es el gran
terapeuta. En ese sentido el quehacer poético implicaría exorcizar, conjurar y,
además, reparar.” Incluso llegar a la situación extrema, e irreversible, la
de ir al fondo de los fondos y terminar allí con todo. Tal día como hoy de 1972,
a los 36 años, Alejandra Pizarnik,
una portentosa poeta, no sé si la última poeta maldita, se quitó la vida
ingiriendo 50 pastillas de Seconal.
“En el eco de mis muertes
aún hay miedo.
¿Sabes tu del miedo?
Sé del miedo cuando digo mi nombre.
Es el miedo,
el miedo con sombrero negro
escondiendo ratas en mi sangre,
o el miedo con labios muertos
bebiendo mis deseos.
Sí. En el eco de mis muertes
aún hay miedo.”
Dejó
de ser un signo de interrogación para ser metáfora de unos puntos suspensivos,
sobrecogedores, revulsivos e hirientes, como fueron sus
versos, como fueron los últimos que en una pizarra dejó escritos:
“no quiero ir
nada más
que hasta el fondo.”
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