Conocí la soledad, la desolación, el polvo, la tiniebla, al fondo una naturaleza muerta, verde e iluminada, precedida en un umbral interior por una casual cruz de madera, ideada por dos tablones caídos del techo, del cielo, secuelas de la envidia, había un etéreo fantasma descubierto en el sesgo de una luz antigua, azul y viva, excesos del olvido, el abandono del mundo que cabía por un costurón, un cuarterón vacío, el rectángulo de una ventana rota en calle Las Kábilas.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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