Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 22 de diciembre de 2018

”Últimas hojas de otoño"


Anoche te vi pasar, en la calle, envuelto en algunas sombras meridianas de la noche, pausado, más expectante que distraído, hasta que te detuviste o algo te detuvo, sin que esto te obligara a sacar las manos de los bolsillos del chaquetón, con el cuello alzado para armar de cobijo un anonimato gélido y tímido, por eso maniatabas seguro un ligero encogimiento de hombros, como de no importarte nada al querer importarte todo. Al principio estimé que tu inesperada detención fue para dejarle paso a un súbito golpe de aire que arrancó estremecimientos y susurros en los árboles de la alameda, de San Francisco, en el quejido oscilante de las cadenas de los columpios, en los bailes de adioses de las hojas, también de los desechos, bolsas y papeles brujuleando por el suelo empedrado de charoles húmedos y tenebrosos. Luego sospeché cómo mantenías un callado monólogo con el otoño, bastante silencioso este último acaso por su agonía, las postrimerías de su simulacro en el manejo de los tiempos; y tú tan locuaz, sin duda con uno de los deshojadores de guardia de la estación o un impávido camarlengo que rompía los sellos de uno y diera la bienvenida al otro, al invierno, en esta noche fría y despierta, ya con horizontales fumatas blancas escupidas por  chimeneas de abrazos y cal. O tal vez descifrabas, atendías con imperceptibles movimientos afirmativos de cabeza a un secreto con el que desbrozar, descubrir un camino que solo a ti incumbía, la desnudez de una epifanía que desbarataba el vaho en el azogue de un espejo, otro, inextricable, y en el que siempre te veías de espaldas o en el contraluz de una promesa incumplida.

De una u otra manera, decidí acercarme unos metros más a ti, tras tirar unas bolsas en el contenedor y acompañarme de la seguridad del destello plateado del plenilunio en la carrocería de un coche nuevo, sin querer por el momento desvelarte mi presencia y curiosidad. Al cabo de unos minutos, el reloj (o mejor la pantalla de relumbre incómodo del teléfono móvil) señalaba las 23:23 horas, observé lo que supuse estabas tú observando, parado frente a la escalinata de una de las entradas a la alameda, de San Francisco, de espaciosos escalones de piedra, donde una legión vencida de hojas amarillas, ocres, de desvaídos verdes o esmeraldas marinas, colores otoñales, subían o incluso bajaban en lo que parecía el desfile de un funeral o de un deseo impetuoso por su anarquía reclusa, por reencontrarse con su origen, en las mustias ramas de los árboles, estigmas del invierno que nacía, y de donde cayeron con una languidez musical, diferida; en una de sus muchas posibilidades imposibles como aquella otra que comenzaba a remorder mi memoria, por volver atrás, aunque se me antojase una eternidad, ahí mismo, contigo, y tomar una decisión de un modo distinto y así remediar la contrariedad de ayer que hoy tendría su solución, ¿salvación?, aún con el persistente dolor por su herida abierta que no llegó a cerrar un intenso (laberíntico, lo acepto) relato mío y viejo; mas no importaba entonces, ni a ti ni a mi otro yo ni a un mundo desafecto ante inacciones que lo empobrecían. Sigo...

Te vi mirar el lecho de hojas dormidas en el suelo, como pentagramas de ruidos,   signos de partituras desechadas que no llegaron a poner sintonía a los sueños, o bien las que fueron reiteradas hasta su monótono hartazgo y abandono. Sentí la vehemencia de tu abstracción, de tu hondo quietismo que, paciente, esperaba saltar al otro lado de aquel otro espejo, en la cara oculta de un universo inquieto, desplegándose desde los propios olvidos sepultados en lo más recóndito de las entrañas, de interiores a los que, cada vez menos, no auscultaban su mensaje, su conmoción. Aunque no los veía,  adiviné encenderse una luz especial en tus ojos rociados por el relente o por el sentimiento que quebraba el dique del llanto de la añoranza. Cuando mirabas con esa luz quizá una a una, a la singularidad de cada hoja, así lo apreciaba, lo ponderaba, como si estas estrellas del otoño, estos signos geométricos que el invierno tomaría de relevo en las escarchas de madrugadas blancas, te revelaran misterios de una realidad desprevenida, sepultados en las innúmeras capas que como una cebolla la rutina endurecía el alma de las cosas, despojándolas de la melancolía de antiguas glorias, pasados idilios de una belleza que hizo latir los corazones al revés, diferente a lo común, en sentido contrario a las manecillas del reloj de la existencia.

Tu aplicación, sin embargo, esa fuerza de la escucha, tenía más que ver contigo que con aquel orden deshecho o muerto; pues al prestarle cuidado, un místico mimo, cuando por la magia del lugar, el fantástico y sin par escenario, buscabas y encontrabas otro hechizo para el reencuentro, personal, con aquello, cierta generosidad, o la magnanimidad de ceder el testigo en la confesión de un arcano que te pesaba mucho en la conciencia, en esta hora límite del cambio de estación, del invierno que llega para adormecer el desasosiego y dictar la interiorización. Demandarías, conjeturé, una explicación, un cabo para tirar y desbaratar el hilo de su complicación.

Se va el otoño, pensarías, y con éste los relatos incompletos, los borradores, los deseos incumplidos, las letras que acomodarían las hojas de los peldaños en otras hojas con sus firmes renglones y direcciones de garabatos sinceros. Un escalon, el primero, con las hojas y letras del ESFUERZO por conocerte cada día más; el siguiente del DISFRUTE con los tuyos y el entorno; el tercero con el AGRADECIMIENTO por todo, presente y venidero; a continuación el peldaño de la CONFIANZA, del conocimiento positivo; un quinto de LIBERTAD, de amplitud de miras y apuesta por la diversidad; el siguiente de la HUMILDAD, y de ser honesto con los demás y en especial contigo mismo; y tras el séptimo escalón de AMAR, expandir sus impresiones en esa alameda como un centro neurálgico del universo, en un otoño donde se disponían los preparativos para nuevas creaciones. 

Al verte mirar con esa pasión el cúmulo de hojas en la escalinata, en el pavimento gris y oscuro de los cielos de tormenta, comprendí que en verdad leías un sentido de la vida, o el alcance de los elementos o sensaciones que permitían vivirla, uno o varios colores con los que iluminar la realidad, la tuya, o la tuya en aquel portentoso contexto. Leías o interpretabas esa manigua de notas musicales con las que novelarías un ritmo para tus pasos, para tus latidos, concretando las quimeras más asequibles en lo cotidiano. Esas hojas caídas de unos ya escuálidos árboles, como lágrimas que enfrascan las emociones, como gotas de lluvia con las que llora el cielo a la tierra de lo palpable y experimentado, como las letras, o estas palabras que enhebran tu historia, también la que no llegarías a escribir, la que espera su ocasión en el crisol de tu deuda con el mundo, de los desahogos con los que tu corazón nunca se detendrá, y con la que impondrás un paso a otro paso y después a otro, y a otro, emprendiendo la senda de la vida, de la tuya, en la búsqueda de una significación, de una sensibilidad que la valga. Los mismos pasos en la alegoría de las hojas esparcidas por la escalera de piedra, como  despojos necesarios para llenar de nuevos contenidos los vacíos, los abismos francos a las rutinas incoloras. Vivir con predisposición a vivir, con arte, con espíritu, con conciencia, permitiendo, como esos árboles en la alameda épica, cambiar sus hojas, el transcurrir de los tiempos, pero  jamás sin perder, sin renunciar a sus raíces.

No estaba la sonrisa ni el gato de Cheshire, el de otra crónica subterránea lindando con la Navidad, o la misma en estos otoños reiterada hasta el infinito, ni ningún otro gato anunciador de sus ocres decadentes, ahora de mullida presencia en este invierno joven. No, solo estabas tú, solo te veía a ti, de espaldas, aun con las manos en los bolsillos, quizá deshaciendote de la apatía por unos tiempos insulsos que no te permitieron coger el lápiz, pulsar las teselas del teclado, y escribir, componer los relatos vitales que en estas saturnales la inspiración los hacia brotar tan fáciles, los arrancaba de estas hojas derramadas por el suelo o superficie o fondo en los que edificar las pequeñas realidades que armarían mundos complejos. No sé si estabas en una de esas obligadas paradas de perdón, o tal vez esperando una redención que jamás llegará hasta ese instante final donde ya nada importaría, o de una sincera despedida al otoño que ya se fue y se llevó con él las entradas en el diario de la imaginación y la subsistencia en un plano realismo... 

Anoche te vi hacer, leer, escribir en tu propio libro, con las letras desperdigadas de unas hojas de este otoño que se marchaba; o reescribiéndote de lo que no habías escrito; subrayando, resaltando lo importante de lo apenas hilvanado o poco escrito; o conforme a los mismos árboles, la misma necesidad de despojarte de lo superfluo, de arrancarte esas otras hojas del calendario de tus días, las que más dolían, las que más tristes y apagadas eran, para a continuación coger de entre tantas diseminadas por aquellos peldaños de la existencia, las que pudieran servirte, ayudarte para esa página inmaculada, virgen, inexplorada, la última, la que tiene que estar allí, ahí, siempre, con la que continuar redactando tu libro, tu vida, indispensable. Una página en blanco que ya dejó de serlo, como esta, como la próxima, para quizás despedir a un otoño de entre los otoños cada vez más llenos de añoranzas que de  inspiraciones efectivas, este de desprendidas y vagabundas hojas en la última noche de un tiempo infértil. Anoche te vi, mañana, espero, lo haré en la siguiente hoja en blanco.

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