Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 22 de enero de 2019

"UN FARO EN LA SOLEDAD ETERNA'



Existe un lugar donde la puesta de sol no se va, permanece arriba, en la suave atalaya, como un latido constante de luz; más ahora, en estas oscuridades invernales, de escarchados alientos y afilados tactos, azuleando, sembrando de hilos de Ariadna imperceptibles, pero intuidos, una llamada, a ti, una pregunta, de tu destino por el laberinto de la búsqueda de los porqués de la vida. El enorme incendio cristalizado, el que crepusculea como un faro en estas noches donde sube la marea de los océanos más profundos hacia estos tajos. Un faro o un farol al que con fervor aferras para despojarte del miedo, a las sombras, a esa parte íntima de ti que no quieres reconocer e integrar, al cómo sobrevivir con sentido, con sentimiento. Tú, ese hombre al que acaso aludía Antonio Machado:

"Luz del alma, luz divina, faro, antorcha, estrella, sol... Un hombre a tientas camina; lleva a la espalda un farol." 

Este es el lugar, en la calle San Acacio, aunque valdría su atisbo desde cualquier otro: calle, rincón, árbol, ventanas de casas enjalbegadas, plaza de confluencias, zaguanes despiertos, abiertas terrazas y desde algunos patios, hierros que queman al tocarlos, piedras, rocíos, sencillas propuestas, orgullo, tradición, milenios, aquí, en el Barrio San Francisco tendido a los pies de la iglesia del Espíritu Santo.

Sí, en esta sublime excepción, por bella, por misteriosa, por emocionada, "los faros son más útiles que las iglesias", tan verdad, Benjamín Franklin, tan implícito de esos adentros personales, tuyos y nuestros, bien recónditos, como espejos que reunen los azogues ocultos del mundo. Faro que día a día guía, ampara, ancla con su antigüedad, en su eternidad, las raíces fundamentales de tu existencia, de la de todos, vecinos y ajenos admiradores, visitantes y soñadores, cómplices de sueños y melancolías, de secretos indecibles que sólo exigen ser custodiados; recompensando con un rutllar de destellos, en los fanales, los metales de los coches, los cantos del suelo, que dilatan, despiertan las retinas humedecidas de expectación, un rumor de lágrimas en el estómago extendido por escalofríos en los trémulos cuerpos. La seguridad de alzar la mirada, desde cualquier confín, real o imaginado, y saberte localizado en un tiempo y en el momento que fuese, identificado con esta "encendida guirnalda", el faro del Espíritu Santo, en un hito, una señal inequívoca de "auroras futuras y furtivos nocturnos"; vislumbrada ahí, hoy y siempre en la afectada panorámica de esta calle San Acacio, como podría ser en cualesquiera dimensión de esta tierra y en cierta semejanza a todos.

El faro de un fuego helado, allá arriba, omnipresente, visualmente único, sí, Cernuda, asombroso, quimérico, aquel que te hace, nos hace "naturales y exactos, también libres y fieles".

Es una maravilla, en la noche de eterna soledad, tener siempre una luz encendida. 

UN FARO EN LA SOLEDAD ETERNA.

© F.J. Calvente.

(Supongo que alguna vez tendré que revelarte, juego de luces artificiales e impostadas aparte, cómo, o mejor de dónde, este faro o iglesia del Espíritu Santo se viste con el último fuego de los ocasos) 

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