Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 31 de enero de 2019

"VENTANA A LA NOSTALGIA"


Aquí estoy, en Ronda, con un frío propio de la fecha, invierno, con un chirimiri cayendo de un cielo gris y arrollador, por pesado, o desde todos lados por los caprichos de un viento incómodo que también juega en las alturas para abrir entre las nubes los saludos fugaces de un sol helado, propio o tal como deberia de ser en esta estación de alientos exánimes y encrucijadas señaladas con anhelos, de oráculos húmedos en el suelo, estos que guardan morriñas indefinidas, acaso inexplicables, pero conocidas y también, por su penetración, propias.

Aquí es invierno, aunque tenga el alma en otro lugar, la laguna de Fuente de Piedra, en un verano ya lejano que me tienta con cercanías y consuelos quizás motivados por la tristeza contemplativa de este día, de decepciones que exigen una decisión que las desenreden, por unas ausencias igual de inquisitivas, de contextos intensos en su dicha o en el placentero recuerdo de  sensaciones y emociones con su latir de vida, el de un ansiado optimismo hogareño.

Hoy es invierno, si bien ahora, para mí, sucede ese pasado estío o una manera de conjugar la tristeza o una espera o una exigencia de reconducir el desarraigo conmigo mismo o un reencuentro con una luz perdida en esta oscuridad gélida, afligida, introspectiva. De ahí que en estos instantes, como un extraño en el paraíso, con la inquietud que martillea en el pecho, echo de menos y regreso a un verano de Fuente de Piedra: con su calor inclemente, el acre hedor de la agónica sequedad de la llanura que es laguna fértil, de los destellos en la sal, de sus insidiosas avispas (allí, tabarros), de los ecos vespertinos de una fauna casi doméstica, de los que se vuelven misteriosos e inéditos por la noche, la torre de ladrillos blancos, su techumbre hasta entonces infranqueable, la ventana fascinante, más a una hora crepuscular impregnada de un cromatismo profundo y conmovedor, de la modorra de sobremesa y ese frenesí al atardecer, con sus dorados como la cerveza, con su volátil blancura como el humo de las barbacoas, del mullido pelaje del fiel Danko, de los remansos de sus ojos, las violáceas montañas en derredor, abiertas en la distancia, del paso de indolentes nubes que se reflejan en la aridez del humedal, del verde de unas aceitunas aliñadas, únicas, de tensiones, por supuesto, algunas bruscas y ponzoñosas, recurrentes y caducas, histriónicas como los ladridos de la pequeña Deisy, pero sin rencor ni perduración o con un ínfimo fogueo no mayor al temblor del césped de madrugadas con sabor a café muy cargado o una onda en el agua en la piscina, será porque se vive, de embriagados secreteos, tan ingenuos y sensibles y dispersos en el rumor del ambiente, de la trascendencia de las pequeñas cosas, de una belleza sencilla y aprehendida, del insólito silencio, originario, permeable, de la amiga encina que en su abrazo nocturno y tibio susurra que somos uno, y especialmente por la compañía más amable y afectiva, desprendida y leal.

Será invierno, por lo propio, pero necesito hoy asomarme a esa ventana para ver y respirar y sentir el alivio que disipe unas grisuras en mis tormentas personales; necesito agarrarme casi con desesperación a la nostalgia de aquel estío en Fuente de Piedra, a tirar de uno de los tantos hilos que suturan los rotos de la existencia.

"VENTANA A LA NOSTALGIA"

© F.J. Calvente.

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