Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 28 de julio de 2019

"VOLAR EL ABISMO"


Volar.

Sólo son necesarios unos pasos para que estés en el único lugar del universo donde no se es para ser todo, o todo en Él, así con mayúsculas, para diferenciarlo o mejor destacarlo o darle su papel rector y preponderante aquí o más bien allá porque los límites se diluyen como cualquier intento o milagro de controlar la naturaleza originaria y permanente del Tajo. Unos pasos para, otra noche más, otra noche de obligación y de esperas a las que  gustas llamar de místicas, asomarte al horrísono calado del Tajo, donde no se recuerda el tiempo, se es, donde se recuerda su vasta expresión de belleza acumulativa. Asomarte y vaciarte y llenarte de sus sentencias cuando gritas, susurras o te abres en canal para alcanzar un instante de comunión en el que observas al abismo y este te observa, preguntas y te responde con tu misma pregunta que encierra infinitos ecos de los misterios de la creación.

Hoy sábado ha sido un día fresco, en comparación con el fuego precipitado durante la semana, que todavía se mantiene en estas horas que sobrepasan la madrugada, y lo cual se traduce en una menor confluencia de gentes, de vestimentas de mangas largas en casi todas ellas, e incluso, afortunadamente, parece haber agarrotado a la única neurona de los descerebrados que en sus locos coches transforman Virgen de la Paz en sucursal urbana del circuito Ascari  (sin necesidad de homenajes ni compromisos a una fidelización precisamente veloz), poniendo en jaque la seguridad de viandantes y automovilistas. Fresco, no frío, al que también retiene la piedra del antepecho del Puente Nuevo. Cae un cielo aterrador, cobrizo, como si destilase con pausa a la remisa tormenta, la lluvia, de "nubes hambrientas", como leíste a William Blake en "El matrimonio del cielo y el infierno", que "oscilan sobre el abismo". No está en silencio el Tajo como otras noches. Un travieso airecillo arranca silbidos, quejidos, suspiros, secreteos entre sus ranuras y aristas redondeadas con una gravedad opresiva; ni las chovas elevan su queja o su interpretación del reino profundo por donde vuelan y no traspasan su confín en el que se hace cielo; dormidos los restaurantes colgantes en la garganta, dormidos de comensales, de espectros, de anónimos que dibujan corazones o SOS de sino incierto en el vaho de unas ventanas que espejean la plata de la nada; y la piedra fulgurante del Puente, el azogue de amaneceres y crepúsculos, está sombrío, como si la tenebrosidad hubiese barnizado su firmeza con una pátina de bronce viejo y detenida por un olvido con el que se pretende sanar las heridas, salvo la suya.

Tu mirada en estos momentos no se envuelve en pregunta de la que fuera: protección, curiosidad, dolor… sino en un deseo, surgido con una impetuosidad que no casaba con la detención de la realidad. El deseo de volar. Volar. ¿Posible? No, no lo es, físicamente, seguro que con la imaginación, a través de un libro, una canción, una fotografía,... usos que nunca son suficientes, necesarios sus propósitos, imprescindibles para vivir con consciencia de obtenerlo. Todo tiene su límite. Tú, yo, todos "Estamos condenados a vacilar continuamente entre la vida y la muerte, sin que parezca llegar nunca el momento final de hundirnos en el abismo", en otra de estas "Narraciones extraordinarias" como si la hilara el mismísimo Poe. Volar para no volver, o para regresar a un comienzo, el conteo a cero, la página en blanco, un no ser o ser de otra manera. 

Volar es un sueño y como sueño debe permanecer, si no se postula por el reseteo definitivo y tal como este mismo precipicio atrae, concede una inflexión de voluntad determinante para los atormentados que quieren dejar de serlo, dejar de ser todo, de ser en la nada. Porque aquí encuentran una de las metas, el final para su historia en la vida, acaso una alternativa concluyente a su deriva en la que se desprecia a todos los dioses creadores con los que no se ha obtenido la redención por vivir sin quererlo, aquí, en este apogeo de la muerte o del renacimiento, al fin y al cabo conclusiones de una piedad cosmica, de negaciones, para iniciar algo nuevo. Por contra, volar, surcar y recorrer la cornisa poliédrica, bajar a sus fondos negros y remontar el cielo, como si asimismo fuese posible cogerte del cuerno de esta luna menguante dorada y distraída, y tirar de ella, planear como uno de esos drones al que en un primer momento concedes fascinado la manifestación de una anomalía, de uno de esos Ovnis a los que tanto has buscado y estudiado. 

Volar en un sueño. Por eso respiras con intensidad, inhalando un aire cargado de humedad, de lluvia que empapa la tierra árida, reteniéndolo lo más adentro posible y hasta que el dolor se descubre más fuerte que el desafío, para luego expulsar el aire pausadamente, como si dejaras ir una parte importante de tu interior, la esencia que sólo entonces podrá alzar e integrarse en la energía universal, en esta conexión del cielo y la tierra, superando el pavor y el hechizo de su fábrica irredenta. Volar es factible, por tanto, quizás lejana a una épica que rezuma el lugar pero que solo se comprendería con un lenguaje de nostalgias, y ya que estas, del mismo modo, son trenzadas con anhelos. Piensas, arañando el petril, desentrañando la piedra, en una literaria metáfora en la que aparcas la heroica del maestro Borges y añoras, en una sacudida que provoca conmociones, la letra del amigo Cortázar:

"Tenemos que obligar a la realidad a que responda a nuestros sueños".

Es el momento de volar. Tú puedes. Sé como Milton cuando vaciaba aquello de: "El abismo no tiene límites ni vacío, porque yo soy el abismo; lo infinito está lleno de mí". Te aferras a la piedra desbastada del Puente, a los gélidos hierros de su intrincada balconada, cierras los ojos, y sientes cómo los pies se elevan del adoquinado.

"VOLAR EL ABISMO"
© F.J. Calvente.

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