Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 17 de agosto de 2019

" ENCUENTROS EN EL DESENCUENTRO" (XI). ”DIFERENTES POR LA PÉRDIDA"



- "Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo importante."

- ¿Después de tanto tiempo me vienes con una frasecita de El Principito? 

Andaban por el Paseo de los Ingleses, hacía un ocaso intenso, naranja y caliente, dejando entre los dos la distancia calculada por un implacable tiempo tras la ruptura, de acuerdo a su grado de olvido o resquemor, sorprendentemente este ya era poco como para que una determinada confianza se acomodara a su posibilidad, aunque suficiente para hacer patente la desconfianza y la hondura de su respectivo dolor. 

- Jamás te gustaron los juegos de palabras, las metáforas, o el surrealismo de la vida... También yo me cansé de Dante y en especial de Proust.

Ella no contestó, acaso distraída por una de esas metáforas a las que cazó al vuelo cuando, precisamente, un airecillo que hasta entonces no fluía, estremeció a una rosa, ya agostada, que emergía del jardín de una de las casas que restaban de privilegio al paseo por la cornisa del Tajo. Él tampoco añadió más, embebecido del fulgurante anochecer, y porque este incitaba a una fe en la aparición de las cosas más sorprendentes o a la materialización de un sueño inadmisible que necesitaba de una mágica voluntad como aquella para incluso sorprenderse y concretarse. 

- Mira esa rosa -dijo ella, para que él trasladara una tesela de su imaginación en la flor, que pareció brillar en los destellos de miel del horizonte- está marchita por el tiempo y por el abandono de cariño y atención. Supongo que a esto mismo se refería Antoine de Saint-Exupéry, en la importancia de la rosa como una alegoría del amor, de quererla tanto como para hacerla parte esencial de la existencia.

- A eso aludía, pero mi timidez, el hecho de estar los dos aquí después... por no querer que nada interrumpa o quiebre este encuentro, me hizo tomar otro derrotero, un desvío inútil, reducido... Me alegro de que sigas siendo tan perspicaz y valiente.

- Y tú tan tonto...

Junto al breve muro de argamasa, apoyando las manos en su antepecho, él se detuvo. Tomó aire. La declinación del sol arrancaba una nueva gradación de color, en malvas y ocres, recortando el contorno de las grisazuladas montañas. Las sombras se movían, reptaban, y veloces asentaban con pesadez su pronto reinado. Algo traía un olor virgen y húmedo, a riego de la hierba de los jardines, un intermitente bisbiseo confirmaba el trabajo de los aspersores. Ella permanecía al lado de él, pero detrás, como si un miedo ancestral le aconsejara de no acercarse al abismo; si bien, más pavor experimentó cuando, en una mirada fugaz y sesgada, la cautivó el reflejo liquido de la fundición del cielo en los ojos de quien había sostenido y mimado y amado el tallo de la rosa. En esos azogues leyó lo que su voz comenzó a expresar primero de manera vacilante, para ir ganando soltura, sinceridad, dejando salir el absurdo veneno inoculado por un alejamiento callado, indiferente, plano y pernicioso:

- Nos faltó el agradecimiento... -así empezó él- No aquel agradecimiento del refranero por ser el más efímero de los sentimientos humanos, sino aquel de los amantes por ser uno espejo del otro.

- Nos faltaron muchas cosas -cortó ella, al igual que el vuelo de algunos de esos oscuros pájaros dividía el azul del cielo o el verde y dorado del valle, dejando la impresión de dejar a su paso una estela gaseosa como la de los aviones o una onda en el agua por el desplome de un peso esquivo, como un guión, un paréntesis, en la gravedad de sus siguientes palabras que antes de pronunciarlas,  penetraron incisivas y adoloridas en el interior de él, y quien proseguía ensimismado en la esperanza de un refugio como los de tantos otros que le habían traído allí en aquella travesía de un amor contrariado o del raso silencio que los alejó casi para siempre y a pesar de encontrarse en esos instantes uno junto al otro y aunque con una inseguridad de siglos por medio- Yo me sentí mal, y te hice sentir mal, porque concebí la dejadez, la vacilación, un segundo plato ya frío y reiterado, taladrándome con la maldición del tiempo que se escapa como la fina arena entre los dedos, de agradecer no los exiguos momentos que nos dábamos, sino todos, con esa ambición, con ese agudo egoísmo de quererlo todo, de quererlo ya, sin entender ni aceptar ni soportar el hecho de no brindárnoslo si en verdad nos queríamos como en pocas o en ninguna situación lo habíamos hecho antes... Estaba cansada... No más ciega. Las gracias y la decisión, urgente, inmediata, perentoria, de otro e importante paso.

Él entonces la miró y también vio en sus espejos, que con la claridad de la tarde acentuaba el esmeralda de un mar tranquilo, los versos celestes de un antiguo poema de quemas del porvenir, de proyectos, estampado por corazones ardiendo, asimismo la negrura de todo un tiempo de desarraigo, error y separación. Ambos se observaron, con aquel detenimiento que no podrían olvidar puesto que lo habían echado tanto en falta, tanto de menos, más en las situaciones que rogaban de un apoyo, de un consuelo, de un lugar donde sentirse en paz, cobijados, seguros, enteros.

- Nos faltó generosidad -admitió él, regresando con sus manos al petril tachonado de negros líquenes, las costras de la edad del mundo, de las emociones abrasadas de los que allá se asomaron y evidenciaron con gratitud su insignificancia, él, con la vista concentrada en un crepúsculo que alcanzaba un rigor extremo, el rojo no de un incendio voraz y sordo, sino de los palpitantes rescoldos avivados por una corriente cómplice e intrigante.-  Nos faltó un término, un final, una prórroga o aquel paso adelante y fundamental. La generosidad del perdón tras el roto, la discusión, el cansancio y la brusquedad. La generosidad del perdón y de su expresión en un diálogo que no llegó, que acaso se esté ahora reproduciendo, del que tengo mis dudas si lo conseguiremos en estos momentos de ficción, de hablar, con o sin palabras, con o sin nuestras letras habituales, en los límites del alba, de comprender y asumir o repudiar los motivos del desacuerdo, la separación que tanto deterioro nos infringió, que lo continúa efectuando, insisto, cuando quizás sea demasiado tarde para todo, incluso para este nuevo relato del serial que ha tomado por inspiración, por desahogo y asimismo mérito, recuerdo, aquello que fuimos o, más apropiado, cuánto deberíamos haber sido.

- Me hizo daño. Nos hizo daño -continuó ella, sin abandonar en ningún momento su atención en la abstracción de él o en su disimulo apocado, igual daba, sin esfuerzo para contrarrestar el poderoso influjo y magnetismo del crepúsculo, sin la zafiedad de unos jóvenes que, metros más arriba, arrancaban, entre estentóreas risas inducidas por la droga o un narcisista placer, unas nuevas papeleras para arrojarlas al vacío- Nos conocimos muy bien, con una intimidad extraña pero casi completa, perfecta, estimada, tanto como para confiarnos nuestras historias secretas, nuestro pasado, la soledad del mundo, y un futuro que deseábamos construir juntos. Compartíamos en nuestra relación epistolar no sólo las ocupaciones presentes, sino los planes para un mañana vale que remiso, tardo, mas con sentido, con interés, con promesa y seguridad... Recelos y convicciones, sin dudas, música, libros y cuadros, gustos y aficiones, penas y sacrificios, virtudes y defectos, realidades y quimeras, viajes y pasiones... Reservas que lastimaban, bastante, nutriendo al tormento. Dolió el adiós, muchísimo, por cuánto nos conocíamos, nos comprendíamos, nos amábamos...

- De ahí el ejemplo de la rosa de El Principito: nuestra relación significada por el amor que uno recibía del otro. Y ahora...

- Ahora no es lo mismo... En absoluto podrá algo nuevo ser similar a aquello.

Silencio. El silencio que únicamente los ataba a lo más íntimo, tan adentro, impresionable, tan versado en sentires, como una aliviada sutura para unas heridas que siempre se abrirían y sangrarian y dolerian en anocheceres como ese y al que retornaron en su concentración, recibiéndolos sin redención ni culpa, sólo con eterna espera. Un silencio necesario, templado, para analizar palabras y sentimientos, hechos y contextos, posibilidades y estrenos. Un silencio abstracto y abstraído de la violencia hormonal de los jóvenes en su corral de gallitos, en un semicírculo ensanchado del paseo donde un escuálido árbol asistía impotente a sus fechorías, insensibilidad y vulneración de los sentidos, de la razón,  de lo bello. Él y ella, fundidos por el ocaso, por el pasado, por... ellos.

- ¿Sabes porqué te he llamado después de estos años? -preguntó él, con mayor prudencia y sigilo-

- No lo sé, pero aquí estoy. -respondió ella con decisión y solidez- 

- Esta mañana leí una historia, y con tanta fuerza regresó mi nostalgia, un echarte de menos, por fin de hablar, de estar contigo, que, aprovechando la coyuntura de enviarte las últimas novedades editoriales, me decidí a deslizar esta invitación a la que te agradezco que aceptaras... que estés aquí, conmigo.

- Insisto que quizás sea demasiado tarde para... ciertos acuerdos, regresos o para reanudaciones cuando segundas partes.... Si bien, tengo curiosidad por saber de esa historia.

- Verás -retomó él, satisfecho por el hermoso brillo de curiosidad que advirtió refugiarse en las retinas de ella, como una última esperanza, el milagro para lo que no tenía solución, como la admiración por un sentido pellizco de belleza, de un estremecimiento de conmoción- El extraordinario escritor bohemio Franz Kafka, poco antes de su muerte en Austria, protagonizó un interesante suceso o acontecimiento, ya pondrás tú el acento  en uno o en otro. Bien, paseaba el autor de "La metamorfosis" por un parque berlinés, cuando el desconsolado llanto de una niña lo extrañó y alarmó. Interesado, supo que la niña había perdido a su muñeca favorita, lo que para ella constituyó la más grande de las tragedias y desolación. Kafka, aun conociendo lo improductivo de cualquier auxilio y esfuerzo, apiadado, se ofreció a buscar la muñeca. Al dia siguiente, confirmando sus conjeturas, incapaz de encontrar el entrañable juguete,, se le ocurrió una manera de consolar a la niña escribiéndole una carta, pues en esto estaba muy avezado, de la que aseguró garabateó la muñeca huída con su puño y letra, para su más fiel amiga y compañera. La niña, convencida, oyó entregada al escritor de Praga leer la epístola, donde le decía que había emprendido un largo viaje por el mundo, rogándole que no llorara por su ausencia, confortándola con que le escribiría sus andanzas y aventuras. Este fue el inicio de una serie de cartas que Kafka escribió y leyó a la niña. Llegó un momento en que el escritor consideró que debía dar por terminada esta fantástica correspondencia, regalando a la niña otra muñeca; como esta era diferente a la original, en otra y última carta tranquilizaba a la niña con que aquella le aseguraba que era distinta porque tanto viajar la había cambiado...

Otro mutismo se abrió entre ellos, curioso, impaciente, de sello femenino, y ya que sólo ella podía romperlo y como así hizo con más pragmatismo que emoción:

- Bonita historia... Las pérdidas siempre nos hace diferentes. Míranos, sinceramente, no somos los mismos, y aunque quisiéramos, nunca lograríamos reconstruir cuanto significó en otro tiempo, en un tiempo donde eramos otros... Por tanto...

- No, no, espera -cortó él con inusitada vehemencia, con una sonrisa triste, con una urgencia desesperada, como si la magia que había esparcido el relato permaneciese unos instantes más antes de que se lo llevara el viento, o un antiguo resquemor negro y devastador, instalado en la mueca escéptica que esgrimió ella, también afligida, lo ejecutase y borrase- Claro que la pérdida, el abandono, un romper, nos hace diferentes... Y esta diferencia, esta nueva sutilidad en nuestra personalidad, del mismo modo nos tiene que disponer y alentar a superar, a concluir, a cerrar y avanzar tras el motivo de la ruptura, de la pérdida, a crecer una vez resuelto y a lo mejor salvado.

- ¿Y?

- Pues que en estos momentos, por favor, necesito que me perdones...

- Soy yo la que rompió, soy yo la que debería de pedir perdón.

- No, no... Necesito me perdones por este tiempo blanco y ajeno, por este absurdo destierro... Que perdones mi indecisión, mis miedos, la comodidad de las rutinas, la falsedad del compromiso con los demás, la discreción por el qué dirán... Sólo así, tras tu perdón...

- ¿Sólo así...?

Dos de los ruidosos adolescentes, flacos y desgarbados, fatuos y agresivos, con pasos graves, contundentes, se acercaban a la pareja, dejando tras de sí la ridiculez de su hombría con voces altisonantes y una estúpida risotada por fingida y crecida. Al llegar junto a la marchita rosa que sobresalía solitaria de entre el tupido seto, como si al final de su existencia se aventurara a una libertad que se resistía en la quimera, el más niño arrancó la flor con una fuerza brutal, injustificada, para dejarla caer y, en el aire, patearla al precipicio. Antes de que la rosa desapareciera en el vacío, quizás y a pesar del menoscabo alcanzó la ansiada libertad, solidificó la fantasía, dejó en el tránsito de muerte y renacimiento, sus últimos pétalos, que cayeron al suelo con una languidez melancólica, compungida, retenida, como las últimas lágrimas que se deslizan por unas mejillas secas por tantos llantos que se los llevó la resignación, como las primeras gotas de la tormenta que resbalan por el cristal de una ventana, por un caleidoscopio de la realidad. Él tensó su gesto con desprecio, con una indignación insoportables. Iniciado el ademán de reprender a los chicos, ella le cogió del antebrazo, y comprendió inmediatamente su voluntad y mensaje: déjalos, no merece la pena, no quiero más altercados, discusión, ni violencia. La rosa aquella ya es un recuerdo, y de un recuerdo no nace nada nuevo.

- El perdón -dijo ella con el susurro anuente de un abrazo- ¿Sólo así...?

- Sólo así -suspiró él con hondura, dejando salir a continuación cuanto había quedado retenido en la cruda cárcel del tiempo, de un tiempo negligente de abandonos y de palabras que debieron haber sido pronunciadas con sentimiento y no relegadas al rencor de un mal momento- Sólo así podré agradecer todo el amor que me diste y que me hizo amarte de igual manera. "Fue el tiempo que pasaste con tu rosa lo que la hizo importante." Gracias.

Ella aún permaneció con su mano apoyada en el brazo de él. Y ahí quedó cuando, en silencio, con lento y acompasado paso, reanudaron el paseo, hacia un horizonte que había dicho adiós al sol y cómo este, con una infinita sonrisa de despedida, derramaba por el sinuoso perfil de las montañas una evanescencia amarilla y todavía fúlgida, mientras por encima, una sospecha grisácea, preparaba el cielo para la oscuridad de la noche. La mano de ella, con parsimonia, se deslizó por el antebrazo de él, con una suavidad imperceptible pero sentida, hasta que terminó, con apenas un roce que explosionó en escalofríos, con los dedos de ambos engarzados, impregnados con una leve humedad, con un calorcillo de perdón y especialmente de agradecimiento.

Días después, él envió un mensaje rondando el límite de la madrugada, un whasapp que recordaba a su antigua y querida y añorada relación epistolar, donde escribía a ella:

"Años más tarde, la mujer encontró una carta oculta  dentro de los trapos de la muñeca que siendo niña le regaló el escritor. Kafka le manuscribió: "Amas y  cada amor es susceptible de ser perdido; pero este, el amor, siempre regresará de una forma diferente“.

" ENCUENTROS EN EL DESENCUENTRO"  (XI).

”DIFERENTES POR LA PÉRDIDA"

© F.J. Calvente.

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