Llueve o ha llovido. Y hace frío. Lo propio. Otoño. Desde el coche, las calles, la gente, los edificios, las luces diluidas en reflejos iridiscentes, la opacidad del horizonte, se ven, se sienten como si les afectara una espera, una pausa pesada y despreocupada. Trayecto del Barrio al Fuerte. Estaciono y detengo el vehículo. Solo. Fernando Pessoa declama con el aire que entra en el habitáculo, al abrir la luna con un siseo eléctrico, inadecuado, en una caricia o cierta reciprocidad fraterna de estas letras de su Libro del desasosiego:
“Ah, y de nuevo, como la protesta continua de quien no se ha quedado convencido, oigo el alarido brusco de la lluvia chapoteando en el universo aclarado. Siento frío hasta en los huesos imaginados, como si tuviese miedo. Y agachado, nulo, humano conmigo a solas en las pocas tinieblas que aún me quedan, lloro. Sí, lloro, lloro de soledad y de vida, y mi pena fútil como un coche sin ruedas yace junto a la realidad…”
Me muevo, aun sentado en el coche. Mudo mi posición, para cambiar la visión, la perspectiva, el agobio o la tristeza, ambas, con el objetivo de borrarlas o al menos mitigarlas, detener el exterior que a pesar de la languidez del ambiente, corre vertiginoso dejándome detrás, desolado. El movimiento, bastante brusco, sacude el proverbio chino: «Si te sientas en el camino, ponte de frente a lo que aun has de andar y de espaldas a lo ya andado». Con la nueva postura y tal vez actitud, observo, primero extraño y luego inquieto, la conjunción de perspectivas, ahí tras la ventana. La reunión de visiones. Sea como sea, entendí, desnudé la metáfora, el guiño del instante, un suspiro de la providencia, y al menos, desinflado de trascendencias y filosofías sencillas, logré templar la adolorida melancolía o su ansiedad índolente.
Supe cómo aquí y siempre, disponiendo de todas las perspectivas, podía crear la realidad, otro mundo o el sentido de mi mundo. Al fin y al cabo, solo con los espejos, con los azogues del tiempo, logré o alcancé establecerlo, hacerlo. Por supuesto que ya no era cuestión de variar de posición, ni de ilusiones, ni de llantos, ni de inexplicables nostalgias más o menos afligidas, ni de lo bueno o lo malo..., sino de preguntar, de preguntarme, por la importancia que tendría esto, dentro de una hora o mañana, y más si así transcurrieran cien años.
No llueve. Sigo teniendo frío. Y hasta para la disquisición se ha hecho noche. El coche arranca con un estertor de fumador empedernido.
«TODAS LAS PERSPECTIVAS»
© F.J. Calvente
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