Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 9 de noviembre de 2019

«EL BALCÓN DE LA SERRANÍA¿


En Gaucín siempre siento el rastro de una magia latente, intrínseca, la que una vez tuve y a la que perdí o se me ocultó o despojó ignoro cuándo y por qué o quién, convirtiéndose en una nostalgia de aristas afiladas y de causa lejana y ensoñada. De ahí, la necesidad de un reencuentro, conmigo mismo o con aquel que una vez fui aquí o distinto en otro pliegue del tiempo y de la identidad.

Siempre el mismo temblor de admiración, la misma conmoción por el apego, por una expectativa anciana y a la vez inédita como inesperada; por una épica azul entre las montañas desde la que mira altiva y entregada a la mar cercana, acogedora, insinuante de un misterioso exotismo al ofrecer el otro límite alzado y etéreo del Atlas en África; por una leyenda de cal y rejas, de escarpes iniciáticos; por el mito que se recorre sinuoso, en silencio, casi a ciegas, con una refulgente intuición que desata la pérdida y marca el rumbo, el sentido, al corazón, la matriz primigenia, el origen. 

Aquí estoy yo, o aquí está aquel destilado por una luz antigua y joven en su búsqueda, la de un reencuentro que acaso no tenga fin, y aún así lo prefiera.

«El Balcón de la Serranía»
© F.J. Calvente.

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