Conduzco, por carreteras que también son grises, por opacas madrugadas que son noches y se deshacen entre las primeras y turbias luces, tan indecisas en la creación del mundo; estas que alguna vez toman la furia ingrávida de incendios estelares, de asombrosos fuegos en el fundidor de donde se vacían en los moldes del diario, sublimándolo antes de romperse con ausencia desgarrada, bellos y efusivos. No fue casual, en una de estas albas mientras recorría horizontes a los que nunca llegaría, que la radio del vehículo crepitara con la voz de una rapsoda de Jaén deslizándose por el poema «Faros en la noche», precisamente, de Joan Margarit, quien ayer, un día después, fue galardonado con el Premio Cervantes de literatura:
«Intento seducirte en el pasado.
Las manos al volante y esta luz
de club nocturno del tablier me dejan
-fantasía invernal- bailar contigo.
Detrás de mí, igual que un gran camión,
el mañana hace ráfagas de luces.
No lo conduce nadie y me adelanta,
pero ahora tú y yo viajamos juntos
y el coche puede ser el dos caballos
de los años sesenta hacia París.
«Je ne regrette rien» canta Edith Piaf.
Bajo la ventanilla, entra la noche
fria de la autopista, y el pasado
se aproxima de cara, velozmente:
cruza y me ciega sin bajar las luces.»
Conduzco. Más tarde. Demasiado tarde. Las carreteras siguen siendo grises, al igual que la ansiedad con su filo punzante, pero ya sin sombras que deslizantes lagrimeaban las noches secretas y profundas. A la derecha, de improviso, quizás por La Indiana, quizás por tierras de Benaoján, un resplandor en el convulso nublado, abre un agujero por el que cae, sesgado, un haz sólido de sol. «¿Ese rayo es la ira de la maldad, o es sólo el cielo que desposa su fuego con la cima?», me estremecieron estos versos de Vicente Aleixandre. "Sombra del paraíso". Lo entendí. Lo sentí. Estacioné, por un momento que atrapó todo el tiempo. Aquel era mi sostén de luz, mi rayo, mi columna de luz que hendía, con su arbitraria sentencia de esperanza, fe por un dejarse hacer ante cuanto me sobrepasaba, contra la grisura infinita de mis días. Cerró la noche. Atravesó con magia y excepción el día. No estaba solo, me tenía a mí mismo, agradecido, dejándome guiar por una confianza abstracta.
«SOMBRA DEL PARAÍSO»
© F.J. Calvente.
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