Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 8 de agosto de 2020

"REGRESO"

 

Y en la profunda oscuridad permanecí largo tiempo atónito, temeroso… Soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido a soñar jamás”.

 

Edgar Allan Poe

 

 

Regreso. Si bien, por ceremonia y deferencia, hace unos días correspondí a muchos que me felicitaron por mi cumpleaños. Pasó. Este y no otro es el testimonio de mi regreso. Un regreso desde la oscuridad, aún presente esta, aún irremediable, o quizás este retorno suponga una manera creíble de deshacerla o de manejarla. Yo un trasunto del bíblico Lázaro en unos versos, de “Las nubes” de Luís Cernuda, que leí una madrugada de desvelos:

 

“(…)

Después de retirada la piedra con trabajo,

porque no la materia sino el tiempo

pesaba sobre ella,

oyeron una voz tranquila

llamándome, como un amigo llama

cuando atrás queda alguno

fatigado de la jornada y cae la sombra.

Hubo un silencio largo. (…)

 

Yo no recuerdo sino el frío

extraño que brotaba

desde la tierra honda, con angustia

de entresueño, y lento iba

a despertar el pecho,

donde insistió con unos golpes leves,

ávido de tornarse sangre tibia.

En mi cuerpo dolía

un dolor vivo o un dolor soñado.

 

Era otra vez la vida.

Cuando abrí los ojos

fue el alba pálida quien dijo

la verdad. (…)

 

Alguien dijo palabras

de nuevo nacimiento.

mas no hubo allí sangre materna

ni vientre fecundado

que crea con dolor nueva vida doliente.

Sólo anchas vendas, lienzos amarillos

con olor denso, desnudaban

la carne gris y fláccida como fruto pasado;

no el terso cuerpo oscuro, rosa de los deseos,

sino el cuerpo de un hijo de la muerte.

 

(…)

Mas temblaban los cuerpos,

como las ramas cuando el viento sopla,

brotando de la noche con los brazos tendidos

para ofrecerme su propio afán estéril.

La luz me remordía

y hundí la frente sobre el polvo

al sentir la pereza de la muerte.

 

Quise cerrar los ojos,

buscar la vasta sombra,

la tiniebla primaria

que su venero esconde bajo el mundo

lavando de vergüenzas la memoria.

Cuando un alma doliente en mis entrañas

gritó, por las oscuras galerías

del cuerpo, agria, desencajada,

hasta chocar contra el muro de los huesos

y levantar mareas febriles por la sangre.

 

Aquel que con su mano sostenía

la lámpara testigo del milagro,

mató brusco la llama,

porque ya el día estaba con nosotros.

Una rápida sombra sobrevino.

Entonces, hondos bajo una frente, vi unos ojos

llenos de compasión, y hallé temblando un alma

donde mi alma se copiaba inmensa,

por el amor dueña del mundo.

 

(…)

Sentí de nuevo el sueño, la locura

y el error de estar vivo

siendo carne doliente día a día.

(…)

 

Por eso, puesto en pie, anduve silencioso,

aunque todo para mí fuera extraño y vano,

mientras pensaba: así debieron ellos,

muerto yo, caminar llevándome a tierra.

(…)

 

Él conocía que todo estaba muerto

en mí, que yo era un muerto

andando entre los muertos.

 

(…)

 

Así rogué, con lágrimas,

fuerza de soportar mi ignorancia resignado,

trabajando, no para mi vida ni mi espíritu,

mas por una verdad en aquellos ojos entrevista

ahora. La hermosura es paciencia.

Sé que el lirio del campo,

tras de su humilde oscuridad en tantas noches

con larga espera bajo tierra,

del tallo verde erguido a la corola alba

irrumpe un día en gloria triunfante.”

 

Regreso. Tampoco ha sido por aquello que señalaba Tagore de “La fe es el pájaro que siente la luz cuando el amanecer todavía está oscuro”. Otros pájaros picotearon mi fe. Yo estaba en la oscuridad porque yo estaba oscuro. Tan simple. Tan fiel. El problema no era la oscuridad, sino el estar cómodo en ella. La nada en la rutina obscura. Y al estarlo, poltrón e indiferente, resultaba improductivo, no vívido, porque la creación necesita de voluntad, de acción, y de dolor. Jamás tuve el deseo de conocer la oscuridad, ya la conocía de sobras, o al menos con esa codicia de intimarla para apreciar mi albor, en absoluto. Escribir. “Para mí, escribir equivale a despreciarme; pero no puedo dejar de escribir. Escribir es como una droga que me repugna y tomo, el vicio que desprecio y en el que vivo. Hay venenos necesarios, y los hay sutilísimos, compuestos por ingredientes del alma, hierbas recogidas en los rincones de las ruinas de los sueños, amapolas negras encontradas junto a las sepulturas de los propósitos, hojas largas de árboles obscenos que agitan sus ramas en las orillas oídas de los ríos infernales del alma.” Bernardo Soares o Fernando Pessoa o yo en otro heterónimo de mí mismo. ¡Qué más daba! Y eso que “en prosa es más difícil ser otro.” ¡Ah! Un regreso, tan solo, desde la penumbra hacia la luz. Hacia una luz que provenía de afuera, (ilustrativa y adecuada la instantánea), tamizada por la cortina de la ventana, la que penetraba dentro para marcar con su derrame mi contraste humano. Un esbozo incisivo y desnudo de lo que aún tendrá que definirse, como “el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz” de Le Corbusier. No una vuelta a la disolución, a la invisibilidad, ser invisible en la negrura, no, sino de hallar, de alcanzar esa refulgencia dentro de mi opacidad, de relampaguear, (me encanta el término), por mí y para mí; de recobrar mi luz, a dejarla ir, a que se propague más allá de mis límites y esquinas, de los espejos y las esperanzas; redimir la aventura de vivir a través de la libertad que me brinda, entre otros, o acaso sea el más bello, este afán, esta ilusión de escribir, o mi intento de crear Belleza. Escribir.

 

Porque la creación necesita de la oscuridad para ser y así sentir: desde el Génesis, (“En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo… Dijo Dios: “Sea la luz”, y la luz fue.”), al obscuro caos primordial, la masa informe original, el hueco enorme o aparente vacío (Ginnungagap nórdico), como un remolino, el vacío acuoso (Nun del Antiguo Egipto. Tehom judío), el huevo cósmico de otras culturas, de otros mitos o cosmogonías (japonesa), el “vacío que ocupa un hueco” (Khaos griego, Absu sumerio), incluso hasta finalizar en un eterno retorno con la materia prima en el proceso alquímico, o aquel “vacío en el vacío” de la Teogonía, madres parturientas… Oscuridad primera para que germine la luz. El mito me sirve de justificación, también de excusa. Con la épica retorno de la oscuridad para escribir. Para mí. Porque me echaba de menos. Porque para Vivir tengo que crear. Una creación que todavía sigue siendo densa, obscura por enmarañada, con todas sus trayectorias, con todas sus cicatrices abiertas pensadas e impensadas, pero en la que se siente, siento. He aquí. Porque de alguna manera tenía que explicar mi albur aun sabiendo que es inexplicable. Quizás, como dijo Paul Auster, ”Los escritores somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad.” Letras. Sentidos. Emociones. Mi venganza contra la oscuridad. La estética de mi cobardía.

 

Regreso. Me levanto de este sillón, para abrir la ventana. Trataré de escribir estas últimas palabras. Pero como soy una gran incógnita, oscuras son las incógnitas, la “Realidad de la entraña” en palabras de María Zambrano, y se lo agradezco al destino, no sabré hasta cuando me quedaré.

 

 

“REGRESO”

 

© F.J. CALVENTE

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