“Y en la profunda oscuridad permanecí largo tiempo
atónito, temeroso… Soñando sueños que ningún mortal se haya atrevido a soñar
jamás”.
Edgar Allan Poe
Regreso. Si bien, por ceremonia y deferencia,
hace unos días correspondí a muchos que me felicitaron por mi cumpleaños. Pasó.
Este y no otro es el testimonio de mi regreso. Un regreso desde la oscuridad,
aún presente esta, aún irremediable, o quizás este retorno suponga una manera creíble
de deshacerla o de manejarla. Yo un trasunto del bíblico Lázaro en unos versos,
de “Las nubes” de Luís Cernuda, que leí una madrugada de desvelos:
“(…)
Después de retirada la piedra con
trabajo,
porque no la materia sino el tiempo
pesaba sobre ella,
oyeron una voz tranquila
llamándome, como un amigo llama
cuando atrás queda alguno
fatigado de la jornada y cae la sombra.
Hubo un silencio largo. (…)
Yo no recuerdo sino el frío
extraño que brotaba
desde la tierra honda, con angustia
de entresueño, y lento iba
a despertar el pecho,
donde insistió con unos golpes leves,
ávido de tornarse sangre tibia.
En mi cuerpo dolía
un dolor vivo o un dolor soñado.
Era otra vez la vida.
Cuando abrí los ojos
fue el alba pálida quien dijo
la verdad. (…)
Alguien dijo palabras
de nuevo nacimiento.
mas no hubo allí sangre materna
ni vientre fecundado
que crea con dolor nueva vida doliente.
Sólo anchas vendas, lienzos amarillos
con olor denso, desnudaban
la carne gris y fláccida como fruto
pasado;
no el terso cuerpo oscuro, rosa de los
deseos,
sino el cuerpo de un hijo de la
muerte.
(…)
Mas temblaban los cuerpos,
como las ramas cuando el viento sopla,
brotando de la noche con los brazos
tendidos
para ofrecerme su propio afán estéril.
La luz me remordía
y hundí la frente sobre el polvo
al sentir la pereza de la muerte.
Quise cerrar los ojos,
buscar la vasta sombra,
la tiniebla primaria
que su venero esconde bajo el mundo
lavando de vergüenzas la memoria.
Cuando un alma doliente en mis
entrañas
gritó, por las oscuras galerías
del cuerpo, agria, desencajada,
hasta chocar contra el muro de los huesos
y levantar mareas febriles por la sangre.
Aquel que con su mano sostenía
la lámpara testigo del milagro,
mató brusco la llama,
porque ya el día estaba con nosotros.
Una rápida sombra sobrevino.
Entonces, hondos bajo una frente, vi
unos ojos
llenos de compasión, y hallé temblando
un alma
donde mi alma se copiaba inmensa,
por el amor dueña del mundo.
(…)
Sentí de nuevo el sueño, la locura
y el error de estar vivo
siendo carne doliente día a día.
(…)
Por eso, puesto en pie, anduve
silencioso,
aunque todo para mí fuera extraño y
vano,
mientras pensaba: así debieron ellos,
muerto yo, caminar llevándome a
tierra.
(…)
Él conocía que todo estaba muerto
en mí, que yo era un muerto
andando entre los muertos.
(…)
Así rogué, con lágrimas,
fuerza de soportar mi ignorancia
resignado,
trabajando, no para mi vida ni mi
espíritu,
mas por una verdad en aquellos ojos
entrevista
ahora. La hermosura es paciencia.
Sé que el lirio del campo,
tras de su humilde oscuridad en tantas
noches
con larga espera bajo tierra,
del tallo verde erguido a la corola
alba
irrumpe un día en gloria triunfante.”
Regreso. Tampoco ha sido por aquello que
señalaba Tagore de “La fe es el pájaro que siente la luz cuando el amanecer
todavía está oscuro”. Otros pájaros picotearon mi fe. Yo estaba en la oscuridad
porque yo estaba oscuro. Tan simple. Tan fiel. El problema no era la oscuridad,
sino el estar cómodo en ella. La nada en la rutina obscura. Y al estarlo,
poltrón e indiferente, resultaba improductivo, no vívido, porque la creación
necesita de voluntad, de acción, y de dolor. Jamás tuve el deseo de conocer la oscuridad,
ya la conocía de sobras, o al menos con esa codicia de intimarla para apreciar
mi albor, en absoluto. Escribir. “Para mí, escribir equivale a despreciarme;
pero no puedo dejar de escribir. Escribir es como una droga que me repugna y
tomo, el vicio que desprecio y en el que vivo. Hay venenos necesarios, y los
hay sutilísimos, compuestos por ingredientes del alma, hierbas recogidas en los
rincones de las ruinas de los sueños, amapolas negras encontradas junto a las
sepulturas de los propósitos, hojas largas de árboles obscenos que agitan sus
ramas en las orillas oídas de los ríos infernales del alma.” Bernardo
Soares o Fernando Pessoa o yo en otro heterónimo de mí mismo. ¡Qué más daba! Y
eso que “en prosa es más difícil ser otro.” ¡Ah! Un regreso, tan solo,
desde la penumbra hacia la luz. Hacia una luz que provenía de afuera, (ilustrativa
y adecuada la instantánea), tamizada por la cortina de la ventana, la que
penetraba dentro para marcar con su derrame mi contraste humano. Un esbozo incisivo
y desnudo de lo que aún tendrá que definirse, como “el juego sabio, correcto
y magnífico de los volúmenes bajo la luz” de Le Corbusier. No una vuelta a
la disolución, a la invisibilidad, ser invisible en la negrura, no, sino de hallar,
de alcanzar esa refulgencia dentro de mi opacidad, de relampaguear, (me encanta
el término), por mí y para mí; de recobrar mi luz, a dejarla ir, a que se
propague más allá de mis límites y esquinas, de los espejos y las esperanzas; redimir
la aventura de vivir a través de la libertad que me brinda, entre otros, o
acaso sea el más bello, este afán, esta ilusión de escribir, o mi intento de crear
Belleza. Escribir.
Porque la creación necesita de la
oscuridad para ser y así sentir: desde el Génesis, (“En el principio creó Dios
los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima
del abismo… Dijo Dios: “Sea la luz”, y la luz fue.”), al obscuro caos
primordial, la masa informe original, el hueco enorme o aparente vacío (Ginnungagap
nórdico), como un remolino, el vacío acuoso (Nun del Antiguo Egipto. Tehom
judío), el huevo cósmico de otras culturas, de otros mitos o cosmogonías
(japonesa), el “vacío que ocupa un hueco” (Khaos griego, Absu
sumerio), incluso hasta finalizar en un eterno retorno con la materia prima en el
proceso alquímico, o aquel “vacío en el vacío” de la Teogonía, madres
parturientas… Oscuridad primera para que germine la luz. El mito me sirve de
justificación, también de excusa. Con la épica retorno de la oscuridad para escribir.
Para mí. Porque me echaba de menos. Porque para Vivir tengo que crear. Una
creación que todavía sigue siendo densa, obscura por enmarañada, con todas sus trayectorias,
con todas sus cicatrices abiertas pensadas e impensadas, pero en la que se siente,
siento. He aquí. Porque de alguna manera tenía que explicar mi albur aun
sabiendo que es inexplicable. Quizás, como dijo Paul Auster, ”Los escritores
somos seres heridos. Por eso creamos otra realidad.” Letras. Sentidos.
Emociones. Mi venganza contra la oscuridad. La estética de mi cobardía.
Regreso. Me levanto de este sillón, para abrir
la ventana. Trataré de escribir estas últimas palabras. Pero como soy una gran
incógnita, oscuras son las incógnitas, la “Realidad de la entraña” en
palabras de María Zambrano, y se lo agradezco al destino, no sabré hasta cuando
me quedaré.
“REGRESO”
© F.J. CALVENTE
No hay comentarios:
Publicar un comentario