Hoy tal vez hubiera
sido el día “grande” de la Feria y Fiestas de Pedro Romero, única festividad
consagrada a un matador de toros. La Feria que aun siendo de todos los rondeños,
y de cuantos nos visitan, singulariza más a los que salivan la barbarie de las
corridas de toros. Hoy, decía, acaso hubiera sido el día “grande” de Ronda, el
día de la Goyesca, aquella aparatosa transformación festiva en 1954 bajo el
influjo de Cayetano Ordóñez y ensalzada después por su vástago Antonio. Hoy se
hubiese celebrado la corrida goyesca si la autoridad y el tiempo, es un tópico,
lo hubiesen permitido; esta vez la excepción, favorable, ha sido a causa de un funesto
coronavirus. Aunque aquí la ceremonia cruel ya no lo establece la voluntad
popular, o su parte taurina, o el gobierno de turno y da igual su color, sino que
está supeditada al interés y decisión de un empresario, ex matarife frustrado y
representación del declive absoluto de uno de esos ahora frívolos mitos del
mundo taurómaco, las dinastías, esta de los Ordóñez. Este día “grande” de la Goyesca,
por tanto, puede estar dentro o fuera de la Feria de Ronda, si así el suculento
y caprichoso balance económico del empresario de estos sádicos espectáculos de
muerte animal lo dictamine; aquel para quien Ronda cuenta por la “cuenta”, para
quien este escaparate de sangrienta tradición solo es “grande” cuando (le) genera
mucho, mucho dinero… Luego estamos los otros, a los que nos gusta la diversión sin
regocijarnos en daños ni truculencias, los que en Feria nos importa un bledo
(salvo la responsabilidad por la vida) los entretenimientos taurinos, los que nos
dedicamos a otros escenarios y ocios festivos más sensatos, sugerentes y
saludables para el espíritu, o por el sincero hecho de celebrar el estar vivos
y no precisamente con gusto por el martirio y la muerte inocente y ajena.
Antes de nada,
indicar, señalar, advertir, que esta es una opinión personal, la que realizo en
mi perfil de esta u otra red social, así que, por esta vez, en mi empeño de
evitar de algunos la desconsideración exteriorizada en otra publicación similar
y anterior, absténganse los “haters” u odiadores sistemáticos a lo desemejante,
los vándalos valedores de una patria ranciosa, porque no van a tener suerte ni
van a “entrar en suertes” en esta publicación, ni en mi “muro”: bloqueo sin
miramientos o, como deberían de saberlo ciertos, el silencio efectivo; mi
silencio en la mejor manera de “gallearlos” en su animalidad, es decir, con presentar
las espaldas a esos bestias encorajinados, dándoles la salida por debajo del brazo
y apenas dignarme a volver la cabeza cuando se precipiten con todo su odio y rabia
sobre mí y por mi pensar y sentir diferentes.
Sea como sea, me voy a
permitir una enmienda con estos de arriba. Y es que me resulta ridículo, contradictorio,
por quienes se autoproclaman, no todos, autoridad en estas “lides” y “por la
gracia de…”, adalides localistas de una oscura tradición tauromáquica, estos
que asimismo se arrogan por invalidar, “per se”, cualquiera curiosidad, conocimiento
y estudio de quienes no somos taurinos, perdón al caso, incluso menospreciándonos,
denigrándonos… De esos “figuras” de tronío, aludía, me resulta absurdo, ignaro,
chirriante, observar cómo se explayan en su defensa y exaltación de la Feria de
Pedro Romero, al fin y al cabo la que distingue a un torero nacido y muerto en
Ronda, con una empalagosa pedantería basada en el más sublime “arte de Cúchares”
(con tilde la esdrújula, por propiedad, por exactitud, por instrucción, y perdón
de nuevo a aquellos supuestos puristas por mi atrevimiento en esta suerte
legítimamente gramatical y cultural), en honor a Francisco Arjona, alias Curro
Cúchares, el matador madrileño que no, no era sevillano (nos entendemos); y que
de “arte” tiene bien poco, nada, solo la rebuscada habilidad para sortear la brava
defensa de un animal en clara desventaja y acorralado. Que si Cúchares por
aquí, Cúchares por allá… Esta expresión en boca de esos preclaros taurómacos
rondeños, no en todos afortunadamente, pues, que no desautoriza la definición y
alusión para este salvaje espectáculo, no, pero la que aplicada en Ronda, en el
ámbito propio de estos supremacistas pregoneros de un rondeñismo caduco, por
ser en Ronda, por ser Pedro Romero, por su renombrado evento, supone una
contradicción, una abjuración, una afrenta, pues aquellas técnicas “de Cúchares”,
o su manera de concebir “las suertes” con sus “triquiñuelas, trampitas y
monerías”, contrastaba y aún hoy rivaliza, precisamente, con el otro estilo de
toreo de capa y muleta reposado, serio y tranquilo, con la seriedad rondeña,
sin “floreás” ni preciosismos, de quien fuera su maestro o habilidoso, el
rondeño Pedro Romero.
Hoy es un día “grande”,
continúo tras la anterior y ocurrente anécdota, y debería serlo aún más por el
hecho de declarar su grandeza con algo más virtuoso y de provecho para la
humanidad, y ya no solo porque gracias a la pandemia, como un accidente puntual
por la suspensión in extremis de estos fastos taurinos, se hayan salvado, o más
bien demorado, las inocentes vidas de estos toros y novillos. Hoy, y aquí mi
reflexión, mi opinión, y sigue valiendo el “aviso de suertes” para los odiadores
antes sobredichos, tiene que ser un día grande para que en Ronda, en esta cuna
del toreo, en esta máxima expresión espacial del capoteo y descabello (¡Qué horror!),
crezca en su dimensión, tan detenida y sombría, a trascender de aquel efecto popular
decimonónico, desfasado, irracional, cruento, y tal como en la actualidad pueda
resultarnos, sin desfavorecer su valor cultural, estos versos de Fernando Villalón:
“Plaza de piedra de Ronda,/ la de los toreros machos: /pide tu balconería /una
Carmen cada palco” (Una cursilada muy machista, ¿no?), para levantar el luto y exhortar
el colorido y diversidad en una apuesta valiente por la belleza y la vida. Hagamos
entonces una puesta en común, todos, los que están a favor o en contra, pro o
anti, febriles y tibios, por despejar a las corridas, a esos espectáculos atroces,
del derrame de sangre, mutilación y muerte de los toros.
No vamos a cambiar la
historia, ni la tradición. Ronda es cuna del toreo, siempre representará un
hito, un firme bastión en los anales de esta mal llamada fiesta nacional, y esto
no va a cambiar, ni nadie pretendería silenciar y defenestrar su memoria. Pero se
exige que Ronda, pues debe ser Ronda por sus connotaciones, la que asimismo sea
el punto de partida, un nuevo origen de conciencia colectiva, la de un nuevo
paradigma más ético y respetuoso, comprometido con la vida. No, no voy a insistir
en ciertos y absurdos tópicos o resguardos, ampliamente superados por la razón
y el sentimiento. Los toros no son cultura, si bien es cierto que hay una
cultura inspirada en los toros, más en su estética y escenografía que en su
culmen de mutilación y muerte. “La tauromaquia -para la Unesco- es el malhadado
y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas.
Traumatiza a los niños y a los adultos sensibles. Agrava el estado de los
neurópatas atraídos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el
hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la
educación, la ciencia y la cultura.” La crueldad, el dolor, la denigración de
la vida y la honra infame de la muerte, jamás podrá ser cultura; nada existe de
constructivo, de civilizado, de sensible, de inteligente en esto. Del mismo
modo, tampoco el toreo es un arte, porque el arte es un proceso de creación, de
construcción, vivificante, no de destrucción, mortal. No se puede modificar la
mansedumbre de un animal herbívoro en un instinto agresivo, una bravura manipulada,
contra natura, fomentada en ganaderías para esos espectáculos circenses donde maltratarlo
y, por mucha vistosidad y virtuosismo con que se disfracen las habilidades, las
perifrásticas técnicas del toreo, ejecutarlo. No, no se puede respetar a los
que defienden la práctica de estos actos sanguinarios, de agonía y exterminio
animal entre vítores, aplausos y deleites; no se puede tolerar al igual que no
lo hacemos con la pedofilia, con el racismo, con la esclavitud, con la
homofobia… con cuantas injusticias, iniquidades, oscuridades nos destruyen como
humanos. Las corridas de toros, se quiera entender como se quiera, se quiera
justificar como se quiera, es un espectáculo de violencia gratuita e
injustificable sobre unos seres indefensos. Reivindiquemos, desde hoy, en este
día que tiene que ser “grande”, la tradición, sí, a una tradición que nos tiene
que definir y construir como un todo vital, benévolo, bello, esencialmente
respetuosa con la naturaleza y con un futuro pacífico.
Ronda tiene que
empezar, ¡ya!, a abolir, a renunciar sin condiciones a una fracción ínfima de
su esencia en un hedonismo por la tortura y muerte del animal. Pasos ya se han
dado en otros sitios como para que sirva de ejemplo y decoro: el modelo
portugués, o en parte del sur de Francia, o más cercano en el modo balear, en
un primer estadio de transformación y posterior erradicación del suplicio y escabechina
del toro, también del caballo como otra víctima secundaria de esta brutal diversión.
Esto no interferiría en redundar, si se prefiere, en todas aquellas otras facetas
o vínculos que determinan a la tauromaquia: fomento de reservas y centros de
interpretación del toro, estudios, talleres, museos en torno a la historia del
toreo, de la cultura inspirada por su privativa escenografía en escritores, músicos,
pintores, cronistas… y donde sí sería legítimo y decente destinar el dinero
público. De evolucionar, éticamente, de madurar en conciencia, en sensibilidad,
alcanzando un compromiso de respeto por la naturaleza, por los seres vivos. Ronda
debe suponer, tiene que tutelar el inexcusable cambio de esta antigua concepción
de la tauromaquia fundamentada en el maltrato y muerte del animal, para
contribuir en este ámbito a hacer, con paz y amor, un mundo mejor y de mejores
personas.
“EL HORROR”
© F.J. Calvente
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