Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



sábado, 5 de septiembre de 2020

"EL HORROR"

 


Hoy tal vez hubiera sido el día “grande” de la Feria y Fiestas de Pedro Romero, única festividad consagrada a un matador de toros. La Feria que aun siendo de todos los rondeños, y de cuantos nos visitan, singulariza más a los que salivan la barbarie de las corridas de toros. Hoy, decía, acaso hubiera sido el día “grande” de Ronda, el día de la Goyesca, aquella aparatosa transformación festiva en 1954 bajo el influjo de Cayetano Ordóñez y ensalzada después por su vástago Antonio. Hoy se hubiese celebrado la corrida goyesca si la autoridad y el tiempo, es un tópico, lo hubiesen permitido; esta vez la excepción, favorable, ha sido a causa de un funesto coronavirus. Aunque aquí la ceremonia cruel ya no lo establece la voluntad popular, o su parte taurina, o el gobierno de turno y da igual su color, sino que está supeditada al interés y decisión de un empresario, ex matarife frustrado y representación del declive absoluto de uno de esos ahora frívolos mitos del mundo taurómaco, las dinastías, esta de los Ordóñez. Este día “grande” de la Goyesca, por tanto, puede estar dentro o fuera de la Feria de Ronda, si así el suculento y caprichoso balance económico del empresario de estos sádicos espectáculos de muerte animal lo dictamine; aquel para quien Ronda cuenta por la “cuenta”, para quien este escaparate de sangrienta tradición solo es “grande” cuando (le) genera mucho, mucho dinero… Luego estamos los otros, a los que nos gusta la diversión sin regocijarnos en daños ni truculencias, los que en Feria nos importa un bledo (salvo la responsabilidad por la vida) los entretenimientos taurinos, los que nos dedicamos a otros escenarios y ocios festivos más sensatos, sugerentes y saludables para el espíritu, o por el sincero hecho de celebrar el estar vivos y no precisamente con gusto por el martirio y la muerte inocente y ajena.

 

Antes de nada, indicar, señalar, advertir, que esta es una opinión personal, la que realizo en mi perfil de esta u otra red social, así que, por esta vez, en mi empeño de evitar de algunos la desconsideración exteriorizada en otra publicación similar y anterior, absténganse los “haters” u odiadores sistemáticos a lo desemejante, los vándalos valedores de una patria ranciosa, porque no van a tener suerte ni van a “entrar en suertes” en esta publicación, ni en mi “muro”: bloqueo sin miramientos o, como deberían de saberlo ciertos, el silencio efectivo; mi silencio en la mejor manera de “gallearlos” en su animalidad, es decir, con presentar las espaldas a esos bestias encorajinados, dándoles la salida por debajo del brazo y apenas dignarme a volver la cabeza cuando se precipiten con todo su odio y rabia sobre mí y por mi pensar y sentir diferentes.

 

Sea como sea, me voy a permitir una enmienda con estos de arriba. Y es que me resulta ridículo, contradictorio, por quienes se autoproclaman, no todos, autoridad en estas “lides” y “por la gracia de…”, adalides localistas de una oscura tradición tauromáquica, estos que asimismo se arrogan por invalidar, “per se”, cualquiera curiosidad, conocimiento y estudio de quienes no somos taurinos, perdón al caso, incluso menospreciándonos, denigrándonos… De esos “figuras” de tronío, aludía, me resulta absurdo, ignaro, chirriante, observar cómo se explayan en su defensa y exaltación de la Feria de Pedro Romero, al fin y al cabo la que distingue a un torero nacido y muerto en Ronda, con una empalagosa pedantería basada en el más sublime “arte de Cúchares” (con tilde la esdrújula, por propiedad, por exactitud, por instrucción, y perdón de nuevo a aquellos supuestos puristas por mi atrevimiento en esta suerte legítimamente gramatical y cultural), en honor a Francisco Arjona, alias Curro Cúchares, el matador madrileño que no, no era sevillano (nos entendemos); y que de “arte” tiene bien poco, nada, solo la rebuscada habilidad para sortear la brava defensa de un animal en clara desventaja y acorralado. Que si Cúchares por aquí, Cúchares por allá… Esta expresión en boca de esos preclaros taurómacos rondeños, no en todos afortunadamente, pues, que no desautoriza la definición y alusión para este salvaje espectáculo, no, pero la que aplicada en Ronda, en el ámbito propio de estos supremacistas pregoneros de un rondeñismo caduco, por ser en Ronda, por ser Pedro Romero, por su renombrado evento, supone una contradicción, una abjuración, una afrenta, pues aquellas técnicas “de Cúchares”, o su manera de concebir “las suertes” con sus “triquiñuelas, trampitas y monerías”, contrastaba y aún hoy rivaliza, precisamente, con el otro estilo de toreo de capa y muleta reposado, serio y tranquilo, con la seriedad rondeña, sin “floreás” ni preciosismos, de quien fuera su maestro o habilidoso, el rondeño Pedro Romero.

 

Hoy es un día “grande”, continúo tras la anterior y ocurrente anécdota, y debería serlo aún más por el hecho de declarar su grandeza con algo más virtuoso y de provecho para la humanidad, y ya no solo porque gracias a la pandemia, como un accidente puntual por la suspensión in extremis de estos fastos taurinos, se hayan salvado, o más bien demorado, las inocentes vidas de estos toros y novillos. Hoy, y aquí mi reflexión, mi opinión, y sigue valiendo el “aviso de suertes” para los odiadores antes sobredichos, tiene que ser un día grande para que en Ronda, en esta cuna del toreo, en esta máxima expresión espacial del capoteo y descabello (¡Qué horror!), crezca en su dimensión, tan detenida y sombría, a trascender de aquel efecto popular decimonónico, desfasado, irracional, cruento, y tal como en la actualidad pueda resultarnos, sin desfavorecer su valor cultural, estos versos de Fernando Villalón: “Plaza de piedra de Ronda,/ la de los toreros machos: /pide tu balconería /una Carmen cada palco” (Una cursilada muy machista, ¿no?), para levantar el luto y exhortar el colorido y diversidad en una apuesta valiente por la belleza y la vida. Hagamos entonces una puesta en común, todos, los que están a favor o en contra, pro o anti, febriles y tibios, por despejar a las corridas, a esos espectáculos atroces, del derrame de sangre, mutilación y muerte de los toros.

 

No vamos a cambiar la historia, ni la tradición. Ronda es cuna del toreo, siempre representará un hito, un firme bastión en los anales de esta mal llamada fiesta nacional, y esto no va a cambiar, ni nadie pretendería silenciar y defenestrar su memoria. Pero se exige que Ronda, pues debe ser Ronda por sus connotaciones, la que asimismo sea el punto de partida, un nuevo origen de conciencia colectiva, la de un nuevo paradigma más ético y respetuoso, comprometido con la vida. No, no voy a insistir en ciertos y absurdos tópicos o resguardos, ampliamente superados por la razón y el sentimiento. Los toros no son cultura, si bien es cierto que hay una cultura inspirada en los toros, más en su estética y escenografía que en su culmen de mutilación y muerte. “La tauromaquia -para la Unesco- es el malhadado y venal arte de torturar y matar animales en público y según unas reglas. Traumatiza a los niños y a los adultos sensibles. Agrava el estado de los neurópatas atraídos por estos espectáculos. Desnaturaliza la relación entre el hombre y el animal. En ello, constituye un desafío mayor a la moral, la educación, la ciencia y la cultura.” La crueldad, el dolor, la denigración de la vida y la honra infame de la muerte, jamás podrá ser cultura; nada existe de constructivo, de civilizado, de sensible, de inteligente en esto. Del mismo modo, tampoco el toreo es un arte, porque el arte es un proceso de creación, de construcción, vivificante, no de destrucción, mortal. No se puede modificar la mansedumbre de un animal herbívoro en un instinto agresivo, una bravura manipulada, contra natura, fomentada en ganaderías para esos espectáculos circenses donde maltratarlo y, por mucha vistosidad y virtuosismo con que se disfracen las habilidades, las perifrásticas técnicas del toreo, ejecutarlo. No, no se puede respetar a los que defienden la práctica de estos actos sanguinarios, de agonía y exterminio animal entre vítores, aplausos y deleites; no se puede tolerar al igual que no lo hacemos con la pedofilia, con el racismo, con la esclavitud, con la homofobia… con cuantas injusticias, iniquidades, oscuridades nos destruyen como humanos. Las corridas de toros, se quiera entender como se quiera, se quiera justificar como se quiera, es un espectáculo de violencia gratuita e injustificable sobre unos seres indefensos. Reivindiquemos, desde hoy, en este día que tiene que ser “grande”, la tradición, sí, a una tradición que nos tiene que definir y construir como un todo vital, benévolo, bello, esencialmente respetuosa con la naturaleza y con un futuro pacífico.

 

Ronda tiene que empezar, ¡ya!, a abolir, a renunciar sin condiciones a una fracción ínfima de su esencia en un hedonismo por la tortura y muerte del animal. Pasos ya se han dado en otros sitios como para que sirva de ejemplo y decoro: el modelo portugués, o en parte del sur de Francia, o más cercano en el modo balear, en un primer estadio de transformación y posterior erradicación del suplicio y escabechina del toro, también del caballo como otra víctima secundaria de esta brutal diversión. Esto no interferiría en redundar, si se prefiere, en todas aquellas otras facetas o vínculos que determinan a la tauromaquia: fomento de reservas y centros de interpretación del toro, estudios, talleres, museos en torno a la historia del toreo, de la cultura inspirada por su privativa escenografía en escritores, músicos, pintores, cronistas… y donde sí sería legítimo y decente destinar el dinero público. De evolucionar, éticamente, de madurar en conciencia, en sensibilidad, alcanzando un compromiso de respeto por la naturaleza, por los seres vivos. Ronda debe suponer, tiene que tutelar el inexcusable cambio de esta antigua concepción de la tauromaquia fundamentada en el maltrato y muerte del animal, para contribuir en este ámbito a hacer, con paz y amor, un mundo mejor y de mejores personas.

 

“EL HORROR”

© F.J. Calvente

No hay comentarios:

Publicar un comentario