Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



miércoles, 28 de octubre de 2020

"GRACIA INTRICADA"

 


Siempre hay una intención oculta para nosotras, las plantas trepadoras, en nuestras enredadas intenciones, en nuestra verticalidad crecida y endeble. Pero no vayas a creer que, por nuestra voluntad de existir, ¿o se diría vegetar?, incluso por acicalar la muerte, las ruinas, los desarraigos sin sentimientos ni expectaciones, nos mueve la exigencia o sutilidad malévola o funesta, nosotras, tan bellas, vistosas y frescas. Espinas y resistencias, trampas nominativas y maniáticas, heridas, ponzoñosas, por esto nos juzgan mal. No, todo lo contrario, ponemos colorido y vida, también maraña, laberinto, en las paradas del universo, en las extinciones o en las últimas agonías, una performance al fin de cualquier desafío, o un decorado a los términos, el telón que no es negro, sino de una paradójica irisación vivificante y, como en esta llamada, inspiradora. No vas a negarnos en estos instantes sentirte incluso bien, un tanto confusa, vale, apretada, seguro, pero arropada, no tan separada del resto de la realidad y de la ficción, en cierta manera satisfecha de servir quizás a una postrera utilidad: por sostenernos o dejarnos que te crucemos, te cubramos, te salvemos, …; por amparar o permitir nuestra necesidad de luz, de escalar al cielo, de asumir su color y hondura solo posible en nuestras quimeras, en los sueños de cuando aún éramos semillas y luego raíces, algo subterráneo o embrionario, con anhelos de divinidad o trascendencia lejana de la tierra.

 

No hace falta que cierres tu puerta. No hace falta que nadie te pregunte qué hay detrás de esa puerta que no es la original, sino otra y fraudulenta. Porque no hay nada. Solo vacío. Nada. Una aspiración del cielo, aquel azul u otro asomado a tus ojos, a esa ventana arqueada como una ceja asombrada, como una sonrisa forzada, como un dolor disimulado, desde el momento en que te desprendiste del techo, de la bóveda de medio cañón a la que dejaste caer entera y con estruendo. Del viento que recorre tu desolado cuadrilátero de adentro, auscultando, alentando, inclusive amenazando si con ello despertara las impregnaciones de viejas liturgias, entre pompas de maestrantes o de humildes fiestas de guardar, de celebraciones, bodas, comuniones y entierros; acaso percibiría algún débil eco de los eventos festivos que han venido marcando tus últimos cursos, pronto muertos: de la Feria del Barrio, el Tostón de Castañas mañana, por los Santos, con su espectacular y añorado Pasaje del Terror, con alguna polémica que todavía reverdece en algunos y como al estupefacto aún que rubrica este texto. Reconoces no tener qué ofrecer, ya no hay nada que nos puedas dar, ni a nosotras que no exigimos nada ni a un mundo que no sea otro provecho que el verte desaparecer para erigir otro engendro moderno. Con lo que has sido, iglesia Virgen de Gracia, de la Anunciación, de la Visitación, tan única, privilegiada, popular y selecta, y ahora solo una incertidumbre de cascotes y muros milagrosamente íntegros. Lo único que te queda, y mira que lo sentimos, aquello, además de la permanencia, de tu huella en el lugar. Un recuerdo. Hasta las almas en su última hora que parecía eterna, te abandonaron sin avisar, tanto a los reconocidos como a los impúberes y fusilados. Ni Dios ni el infierno. Siglos de religión para que ahora no tengas absolución, ni una posibilidad o fe de resurrección. Incluso Blaise Pascal, de regreso de su ensimismamiento entre luces y sombras piadosas en una callejuela de Igualeja, resonaría a hueco en tus lienzos con voz de ultratumba: “Toda religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera.” Nada en ti es verdadero. Nada, ni siquiera porque no acontece cosa oculta que no termine descubriéndose. Perdido. Perdida. Con todo… Todo contigo tiene que estar oculto, oculto para poder estar.

 

Debes olvidar a la historia de estos tiempos que se olvidan de tu historia. Ahora tenemos que ocultarte de la realidad y del pretexto, de un mundo que pretende desmenuzar tus piedras entre sus ominosos dedos, convertirte en polvo del que no solamente ellos o dioses de sí mismos, sino nosotras también, enredaderas, venimos y donde terminaremos.

 

 “GRACIA INTRICADA”

 

© F.J. Calvente.

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