Siempre hay una intención
oculta para nosotras, las plantas trepadoras, en nuestras enredadas intenciones,
en nuestra verticalidad crecida y endeble. Pero no vayas a creer que, por
nuestra voluntad de existir, ¿o se diría vegetar?, incluso por acicalar la
muerte, las ruinas, los desarraigos sin sentimientos ni expectaciones, nos mueve
la exigencia o sutilidad malévola o funesta, nosotras, tan bellas, vistosas y
frescas. Espinas y resistencias, trampas nominativas y maniáticas, heridas, ponzoñosas,
por esto nos juzgan mal. No, todo lo contrario, ponemos colorido y vida,
también maraña, laberinto, en las paradas del universo, en las extinciones o en
las últimas agonías, una performance al fin de cualquier desafío, o un decorado
a los términos, el telón que no es negro, sino de una paradójica irisación vivificante
y, como en esta llamada, inspiradora. No vas a negarnos en estos instantes
sentirte incluso bien, un tanto confusa, vale, apretada, seguro, pero arropada,
no tan separada del resto de la realidad y de la ficción, en cierta manera
satisfecha de servir quizás a una postrera utilidad: por sostenernos o dejarnos
que te crucemos, te cubramos, te salvemos, …; por amparar o permitir nuestra necesidad
de luz, de escalar al cielo, de asumir su color y hondura solo posible en
nuestras quimeras, en los sueños de cuando aún éramos semillas y luego raíces,
algo subterráneo o embrionario, con anhelos de divinidad o trascendencia lejana
de la tierra.
No hace falta que cierres
tu puerta. No hace falta que nadie te pregunte qué hay detrás de esa puerta que
no es la original, sino otra y fraudulenta. Porque no hay nada. Solo vacío. Nada.
Una aspiración del cielo, aquel azul u otro asomado a tus ojos, a esa ventana
arqueada como una ceja asombrada, como una sonrisa forzada, como un dolor
disimulado, desde el momento en que te desprendiste del techo, de la bóveda de
medio cañón a la que dejaste caer entera y con estruendo. Del viento que
recorre tu desolado cuadrilátero de adentro, auscultando, alentando, inclusive
amenazando si con ello despertara las impregnaciones de viejas liturgias, entre
pompas de maestrantes o de humildes fiestas de guardar, de celebraciones,
bodas, comuniones y entierros; acaso percibiría algún débil eco de los eventos
festivos que han venido marcando tus últimos cursos, pronto muertos: de la
Feria del Barrio, el Tostón de Castañas mañana, por los Santos, con su espectacular
y añorado Pasaje del Terror, con alguna polémica que todavía reverdece en
algunos y como al estupefacto aún que rubrica este texto. Reconoces no tener
qué ofrecer, ya no hay nada que nos puedas dar, ni a nosotras que no exigimos
nada ni a un mundo que no sea otro provecho que el verte desaparecer para erigir
otro engendro moderno. Con lo que has sido, iglesia Virgen de Gracia, de la Anunciación,
de la Visitación, tan única, privilegiada, popular y selecta, y ahora solo una
incertidumbre de cascotes y muros milagrosamente íntegros. Lo único que te
queda, y mira que lo sentimos, aquello, además de la permanencia, de tu huella
en el lugar. Un recuerdo. Hasta las almas en su última hora que parecía eterna,
te abandonaron sin avisar, tanto a los reconocidos como a los impúberes y
fusilados. Ni Dios ni el infierno. Siglos de religión para que ahora no tengas absolución,
ni una posibilidad o fe de resurrección. Incluso Blaise Pascal, de regreso de
su ensimismamiento entre luces y sombras piadosas en una callejuela de
Igualeja, resonaría a hueco en tus lienzos con voz de ultratumba: “Toda
religión que no afirme que Dios está oculto, no es verdadera.” Nada en ti es
verdadero. Nada, ni siquiera porque no acontece cosa oculta que no termine
descubriéndose. Perdido. Perdida. Con todo… Todo contigo tiene que estar oculto,
oculto para poder estar.
Debes olvidar a la
historia de estos tiempos que se olvidan de tu historia. Ahora tenemos que
ocultarte de la realidad y del pretexto, de un mundo que pretende desmenuzar
tus piedras entre sus ominosos dedos, convertirte en polvo del que no solamente
ellos o dioses de sí mismos, sino nosotras también, enredaderas, venimos y donde
terminaremos.
“GRACIA INTRICADA”
© F.J. Calvente.
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