Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



domingo, 15 de noviembre de 2020

"ETERNO"


Hoy escribo al dictado del sol, este que amaneció munífico, con ganas después de una víspera de tímida lluvia y una mordaza de nubes grises. En el reino de las piedras herederas, la atalaya de la mesa cósmica, Almola, el laberinto barroco, Los Riscos, un ruedo mitológico para proteger los esmeraldas desahogos del valle empapados de Genal. Desde arriba no siempre todo es más sencillo. Luego el atardecer se descubre aquí como el silencio, en un derrame imperceptible, con otros oídos de adentro, con una identificación que solo recogen las retinas húmedas, y latidos que se detienen en los ecos de fuera. No había prisas, no había luna. Un atisbo a la noche que todavía no es fría, y un bostezo liviano de niebla cubría el azogue del níveo caserío de Cartajima, las farolas de luz de nogal encandilaban con los misterios y sus susurros; la luminaria de platas de Pujerra era muchísimo menos atractiva y sugestiva, una guirnalda opaca de estrellas que guiñaban su declive, ahí, ahí, ahí…, en la bóveda ocre y oscura del bosque, anodinas y caídas. Recogidos los sentidos, expectantes de sorpresas imposibles, pues los milagros ya acontecían; en familia, magia, simplicidad, complicidad, retiro. Dejé a un lado el libro de Virginia Woolf que había traído, leí unos relatos de Jorge Luis Borges que me llamaron desde un estante solo estético, sobre la infamia era el nombre en el que se apiñaban, para al final, en un último sorbo de wiski, en un último hechizo soñoliento, preguntar a Antonio Porchia:
“¿Habría este buscar eterno si lo hallado existiese?” La mañana trajo una respuesta limpia. Al dictado del sol que incendiaba estas letras de otoño, como incendiaba las hojas del castañar con un fuego sobrecogido, suspendido y crepuscular.

 

“ETERNO”

F.J. Calvente ©

No hay comentarios:

Publicar un comentario