ENCUENTROS
EN EL DESENCUENTRO (XIII)
“NO
ES SOLO LITERATURA”
-
“Si quieres olvidar a una mujer,
conviértela en literatura.”
La frase de Henry Miller, brotada en la
pantalla como por ensalmo, no me sorprendió, acostumbrado a esa suerte de
inspiración que, volátil, voluble, voluntariosa, aparece y desaparece, va y
viene como polen al viento, y sin necesidad de que yo la deje pasar o la
desarrolle en algo necesario e inmerecidamente literario. Una cita, por otro
lado, con la que no estoy de acuerdo, …
o no estoy de acuerdo en la mayoría de sus tocantes o derivados
contextos. Verdaderamente lo que me ha sorprendido es que tú, seas lo que seas,
sombra o entidad, reminiscencia o realidad, cuando yo escribía de otras cosas,
muy divergentes por la que marcha esta de ahora, me hayas interrumpido para
traer, para imponer la célebre frase del autor de "Trópico de cáncer",
asaltando esta hoja virtual medio en blanco donde el cursor se ha parado al
igual que yo, atónito y en cierta manera acojonado.
-
Hoy es un día especial, ¿no?
Lo has vuelto a hacer,
escribir por ti mismo, a espaldas de mi voluntad, o de mi emoción, o de mi exigencia,
como una de las escrituras automáticas de André Breton o en las que indaga la
parapsicología. No puede ser, inadmisible, estas letras no pueden ser
independientes a mí, no pueden tener su voluntad y criterio; pero míralas ahí, tan
ajenas, propias, extrañas, caprichosas en contra de mi desahogo y lenitivo de
letraherido o romántico, sin considerarlo siquiera… No, no puedo consentirlo.
Tengo que pararlo, ahora que puedo evitar que vaya a mayores y consiga, además
de asustarme más, con desquiciarme. Borrar las frases con el cursor o, una vez
seleccionadas, con determinación pulsar la tecla “Supr”. Pero no puedo. ¿Cómo?
No puedo.
-
No soy nada, ni nadie, tampoco soy ella,
la mujer que lo ha decidido o quien jamás lo sepa. O acaso solo un remedo para
el olvido, que puede ser tuyo o de otros desordenados versos, de invenciones
que así mismo se objetan... O un recuerdo roto, por su indecisión,
indefinición, por sus puntos suspensivos o agotada imaginación, de un miedo a
contravenir un dejarlo estar o por cómoda resignación, qué más daba, qué más da.
No soy ella, ni menos tú, o yo soy ambos en un momento especial.
Aun no siendo ella, esa
frase de Miller, a mi entender desacertada, trae o la has traído hasta aquí no
sé con qué intención o subterfugio; a no ser para revalidar un compromiso, cariñoso
y delicioso, que se remonta a una década atrás, casi, de suplir con literatura
una ausencia o un universo de lo que pudo ser y no lo fue. No sé…
-
¿Por qué piensas que no se puede olvidar a
una mujer convirtiéndola en literatura?
Porque escribiendo sobre
ella, sea exclusivamente en esta fecha, no la borra de mi vida, de mi memoria,
de mi poesía o fantasía, de una creatividad que de seguro la hizo posible,
real, nítida en un argumento, en un cuento bonito de periódicas escenas,
capítulos sucesivos, de prólogos recurrentes y ningún epílogo que la valga; de
este modo, rememorándola, no la eclipsa, la hace más presente, más viva y cercana.
Así de sencillo, y fácil.
-
Y con todo, lo sigues haciendo, escribir,
escribiendo. ¿Por qué si no es para olvidarla por insistencia, por hastío, para
que deje de ser luz, promesa, de una prosa, de un poema, de una música, de un
color, de una pintura, de un reflejo, de un eco persistente en el pensamiento,
de una deuda contigo, con ella, con todo, … continúas escribiendo, relatándola,
y sin que todavía te pese, dure lo que dure?, será por algo, ¿no?
Tengo que estar enfermo, obsesionado,
como para provocarme un desdoblamiento de personalidad, bastante insano…
Enfermo… Escribo estas letras y no soy yo quien las escribe. Una locura. Sin
embargo, sigo oyéndote, oyéndome, escribiendo, respondiéndote; mirando atrás
con estos ojos del presente, buscando unos besos en la piel, en el alma, una
desnudez efímera, recíproca, un ser, un estar en uno como lo fue una vez y frustrado
otra; aquello que quedó en un testimonio sentido, sí, pero absurdo por su
incontinua fe o confianza y con tanta hambre deseado, por un fin que jamás
obtuvo o desmereció un final o su término.
-
Entonces escribes de ella… o, por el
contrario, tratas de olvidarla con estas letras, con todas las letras que,
acaso, nunca tuvieron oído, ni respuesta.
No lo sé, maldita sea. No
sé la solución para esto, para todo; porque mientras más escribo no llego a
olvidarla, y si no escribo la echo de menos, y me siento mal, muero, también fatal
en otros textos o aspectos. El problema persiste o acaso este no lo sea, una esperanza,
un empeño, una intimidad con el destino, un conflicto interno, no sé… Aunque,
en definitiva, refuta la proposición de Miller y el propósito de no seguir
escribiendo.
-
En resumidas cuentas, a lo mejor has
creado un personaje, a una mujer, a una ficción basada en un modelo fehaciente,
a otra, y tangible, creíble... Y la has forjado, compuesto con literatura; con
tal intensidad, con tal efusión que ya no puedes tacharla, por causa de, como
yo, volverse independiente, propia, libre, distinta y a su vez la misma. Te has
enamorado de una entelequia, o de una relación que has transformado en
metáfora, en un ensueño, en unos versos sin rima, en una ilusión de novela…
Dándole vida, y dándote vida, al escribir de ella. Te pregunto: ¿Cuánto vas a
seguir escribiendo? ¿Cuánto vas a eludir otro encuentro para deshacer el vaho
en el espejo de la ficción? ¿Cuánto aguantarás hasta renovar el polvillo dorado
de una magia que dejaste marchar y cada vez está más agostada, opaca,
insensible, por mucha retórica y cromatismo con que la barnices y adores?
Supongo, o siento, que no
hay, que no encuentro solución, ninguna. Si bien es cierto que todo escrito,
todo sueño, toda recreación, arquetipo, amor contrariado, amor suspirado, amor
pasado, amor venidero, tiene que tener un final o un nuevo comienzo para seguir
existiendo. Y en esta disyuntiva, o predestinación, escribo y escribo y
escribo…, en lo que, en un juicio desapasionado, objetivo de las cosas, de la
realidad, instituye un carrusel tierno y hasta en cierto modo, sobrellevando el
dolor, divertido; ruinas circulares de capítulos y capítulos que evaden el
final y se alimentan entre sí, unos a otros, se delegan unos en otros, con independencia
de los renovados escaparates que conjugan la ilusión con nuevos reclamos que no
confunden, alientan más allá de su reiteración; y por esto los concibe, a estos
elementos del querer, en entusiastas, vívidos, novedosos y voluntariosos por
ser hollados y vapuleados a golpes, latidos de convulsión y sangre, saliva,
sudor y otros fluidos de correspondencia y vínculo.
-
¿Te estás engañando? ¿Te estoy engañando?
Vives, juegas, sientes, una y otra vez en el mismo y penúltimo capítulo de una
historia que desde hace mucho tiempo solo es ficción, un ciclo paradójico que,
sin tener principio ni fin, terminará por destrozarte, por desequilibrarte si ya
no lo estás…
¿Qué hago? No puedo dejar
de escribir…
-
O bien terminas propiciando un encuentro, un
hola y un te he echado de menos, a ver qué sucede, sacudiéndote de sombras y
espejismos, deshaciéndote de la seguridad del azogue de estas fábulas, incluso
puedes continuar, a su momento, escribiendo, pero con los pies bien asentados
en el suelo y con el corazón más seguro de su palpitar; o bien concluyes con
este ciclo en bucle que te hará terminar, solo a ti, muy mal. Todo por no
asumir la frase de Miller, es decir, al no aceptar, a comprometerte con que no hay
mujer, no hay nadie de carne y circunstancias tras estas letras, sino solo un
concepto, una pasión, un temblor, una conmoción, … solo literatura.
El cursor se ha quedado
quieto, en silencio, o piensa al igual que yo, será eso. Ahora, soy yo quién lo
mueve al teclear estas palabras que comenzaron mencionándolo y que duran de
esta manera: No, nada termina, nada va a terminar. No te vas a ir, mujer,
aunque sea en estas fechas; no vas a morir, porque voy a seguir encontrándote
en este cíclico desencuentro. Porque voy a seguir escribiendo, escribiéndote,
capítulo tras capítulo de esta saga inconclusa o hasta que tú quieras. Y sin
embargo... Aunque no me leas, ni lo hagas nunca, seguirás siendo, por ahora, mi
más bella literatura.
F.J.
CALVENTE.
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