La víspera antes de que llegara la lluvia, la calle estaba oscura, o un tramo de la calle estaba a oscuras. La noche más noche, cercana y persistente, pesada. Desde el primer momento de abrir la puerta, no del todo, una rendija, una grieta en la huída, y apreciar cómo penetraba la orfandad de una calle negra y silenciosa. En la otra orilla de la negrura, arriba, el rectángulo de una ventana iluminada. Más arriba, un cielo que moldeaba un fuego helado y tenebroso. La cal de las paredes reflectaba, en un vaho gélido, el fulgor de ese otro hogar ajeno y en esos momentos lejano por la tiniebla. Una desvaída advertencia. Ninguna sombra o silueta partió en su movimiento o detención y curiosidad la geometría afilada del vano. Confuso, demoraba la salida. Atendía a un remusgo de excepcionalidad que acaso jamás llegaría a concretarse. Un aire de hielos musitaba la propia alteración, la introspección tan indefinida porque la luz de enfrente no señalaba un camino, una expectativa a seguir en la oscuridad. Todavía. Una oscuridad que estaba dentro y no fuera, como así lo concebía. Sombra entre las sombras, en su salida a la calle oscura; hasta que en un primer paso que reconoció la acera, fuera de las afueras, trenzaba las primeras estrellas que pudo coger con las manos.
"CALLE OSCURA"
F.J. Calvente.
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