No hay día, como hoy, de los Santos Inocentes en el que no recuerde al caso que denominé como "El recortable de los Santos Inocentes". Una experiencia fantástica, absurda, anómala, y a la que hice pública o compartí este mes de diciembre en el programa de Charry Tv, "Secretos de Ronda", y del cual tengo el privilegio de argumentar y presentar. En el lugar de los hechos, en una explanada a la que se llega tras una bifurcación a la derecha del antiguo trazado de la carretera Ronda-Algeciras y el cual se toma inmediatamente pasado el Camping El Sur, flanqueado a la derecha por una recreación moderna de un alineamiento de menhires, enfrente de la zona presidida por el monolito o pilar de la Virgen de los Arqueros, obra de la OJE (Organización Juvenil Española) del movimiento franquista, narré el extraordinario suceso:
Viernes 29 de diciembre de 1989. Alrededor de las seis de la tarde. Un día frío, nublado, amenazaba lluvia, pero al final no lo hizo o solo unos fugaces chirimiris. Un rondeño del que no diré el nombre, entonces e incluso ahora, por decisión suya y al encontrarse entonces, en el momento de los hechos, realizando una actividad para la que no tenía permiso y ahí lo dejo, o no más para que esto me permitiera, por su aún miedo por el "trabajito" como lo llamaba y no sin cierta amenaza por mi parte de destaparlo, conocer el relato que venía resistiéndose durante meses y tras su mujer cometer el desliz de insinuarlo, en esas histriónicas charlas de la compra, en una tienda de mi Barrio. Finalizada la tarea que le había llevado hasta allí, el protagonista dispuso marcharse a casa, cuando, desde el interior de su vehículo, observó, arriba y a la derecha, en una hondonada y oculta por las encinas, un curioso resplandor, como un fuego donde eran perceptibles sus llamas o un curioso y oscilante juego de sombras y luces. El coche no arrancaba, no hacía contacto. Extrañado, el hombre decidió salir para comprobar el motor o la causa para la inesperada avería. Fuera, no sabe porqué, explicó, acaso por un sentido de responsabilidad que inesperadamente lo cubrió, cierta preocupación por un incendio en un encinar de alto valor ecológico, por algo además que pudiera involucrarlo y culparlo, decidió acercarse un poco a esa misteriosa claridad, más resplandeciente a medida que el atardecer se hacía noche. Al subir unos metros, casi en el inicio de la abierta explanada, vio al frente, al fondo, algo que le puso los vellos como escarpias. Una silueta, un monigote definió, un recortable de cartulina blanca, o de cartón, que alguien había dejado allí y que minutos antes no estaba, muy seguro y atemorizado estaba de ello; quizás por broma o vete a saber porqué y que a él lo asustó, como no. Calculó tendría algo más de un metro y medio, con las piernas y brazos ensanchados, rígidos, abiertos y extendidos, similar, decía, a uno de esos “monigotes del inocente, inocente”; de cabeza mas definida, redonda, tridimensional, con la particularidad de que donde debía tener la cara, la superficie estaba achatada o metida para dentro; pero lo más extraño es que resplandecía, fosforescía, como si tuviera o emitiera internamente una luz blanca, propia. Al instante, el hombre sintió que aquella figura lo miraba, y un sudor de nervios, de escalofríos, arremetió contra su cuerpo y un roto equilibrio emocional y racional. Entró en pánico cuando el “recortable” echó a andar, primero, unos metros, le pareció que hacia él para de seguido comprobar, aliviado y todavía sin garantizarlo y ni menos insinuarlo, dirigirse en busca de la extraña claridad que a la par se hizo más intensa. Más pavor sintió el hombre por la forma de desplazarse de aquello, pues parecía que levitaba, de un modo ligero, frágil, evanescente, como una hoja arrastrada por el viento, con una acompasada ondulación transmitida desde la cabeza a los pies y viceversa; como si en verdad se tratara, antojó, de un monigote de papel y alguien o algo invisible, cogiéndolo por la cabeza, lo agitara de delante a atrás en su desplazamiento. El hombre, aterrado, echó a correr hacia el coche, encerrándose en el habitáculo, en una seguridad que bien frívola sabía. Probó y el vehículo arrancó, "¡a la primera!", ya no estaba la misteriosa claridad arriba, aceleró y huyó como alma que lleva el diablo carril abajo. Horas después comprobó que la radio del coche se había averiado, así como su reloj, parado desde el instante en que observó la enigmática luminosidad y a aquel “espanto”, recordó, que de inocente tenía bien poco.
Suceso que tuvo una correlación, nada casual, con otro espectacular caso que el célebre investigador y escritor JJ Benítez recogió en su libro "Solo para tus ojos". Un encuentro u otro encuentro del tercer tipo con una entidad no humana y al que llamó, o así llamó su protagonista, la rondeña Pepi Lamas, el "Hombre palo", acontecido el mismo día, casi a la misma hora, y en la misma carretera A-366 o de Ronda-Algeciras.
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