Un placer, como siempre, leer a Francisco Umbral. "Madrid 650". En la
Hueva, un barrio de chabolas en el extrarradio de Madrid, vive y
acaudilla desde un vagón olvidado de tren Jerónimo (Jero), jefe de una
tribu suburbial, sin más verdad que su cabra, Gilda. Umbral narra una
historia de historias atroz, primaria, instintiva, en la que un realismo
sucio, de una corporeidad como cualquier otra, se expresa, se
justifica, se reivindica, en las situaciones, en los contextos, en el
extraordinario elenco de sus personajes, más duros y sombríos
(mendicidad, delincuencia, particular justicia sumarial y su fin en "la
calera", amor, sexo... curioso subsistir en los muertos del cercano
cementerio de la Almudena y con quienes cubren sus necesidades de vivos y
desheredados), recreando un universo negro, resignado, violento y
exclusivo y restringido. La rotunda, vehemente prosa de Umbral, su
personalísima forma de ver y contar las cosas, que a nadie deja
indiferente, atrapa el interés y las emociones del lector, de su cabeza,
corazón y estómago, con la fuerza y lirismo de una crudeza real y
trágica, desbordante, escalofriante, perdurable y polémica. Grande
Umbral.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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