Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



lunes, 13 de octubre de 2014

IN MEMORIAM: "AMERICANO"

Murmullos, cansancio, llantos. Llantos que vinieron en océanos del cielo, para condensarse en lágrimas de sal y ausencia. Ausencia por la pérdida. Pérdida o quizás liberación, no importan las perspectivas, porque nadie las entendería. Todas llegaron demasiado pronto al final, demasiado pronto cuando se echa en falta la misma ausencia, al instante, la misma ausencia por la pérdida. ¿Qué es la muerte sino pérdida? ¿Qué es la muerte sino ausencia? Pero la muerte es ante todo silencio. Silencio que puede ser muy pesado, muy ruidoso, muy cargante, incómodo, como en esta desangelada sala del tanatorio. La dimensión del silencio, la magnitud de la muerte, que mide cuánto se echa en falta la propia pérdida, la ausencia de la persona alegre, afable y entrañable. La muerte es pérdida, y sobre todo silencio. Silencio. Y hoy el cielo ha llorado el silencio, un silencio de cenizas grises y negras, convulsas. Algún trueno gritaba, en un desgarro, en un quebranto sin ecos, el silencio. Gritaba la desolación que nadie quería entender, que nadie quería asumir, mas ya era tarde para reconvenir un destino que no fue o se deshizo en su cumplimiento inexorable. Ley de vida es la muerte, se consuelan muchos. Paradoja sensata, en definitiva, del universo. Nubes convulsas, de cenizas y agua. Nubes infinitas de agua, condensadas en lágrimas infinitesimales de sal y desesperación. Hondos los vacíos de abismos sin retorno. Pésames, besos, abrazos... más o menos intensos, más o menos dilatados, de acuerdo a lo mucho o a lo poco de sí que dejó, quien ahora es ausencia, en la vida de aquellos que rinden su ritual de condolencias, respetos, de pésames, besos, abrazos... Abrazo. Y silencio. La muerte es el abrazo permanente, el silencio desesperado. Silencio incapaz de gritar vida. Silencio. Y calla el tractor roturando la tierra. Y callan los disparos en el coto de caza del principio y el fin. La Laguna o el espejo del cielo, ámbar el peňón de los enamorados al fondo, la Herriza en escenario de una vida sextuplicada, retoñada en seis existencias, a cual más dispar, de tales tallos la fuerte cepa, enroscadas en estos momentos a la vida que tiene que seguir siéndolo. Silencio. Y callan los vareos en olivos de aceitunas curvas, negras y verdes, de finales sin esperanzas, de frío y hojalatas rielando en los contraluces de un sol tibio y animoso. Y calla el cacareo de gallinas ponedoras y de altivos gallos que retienen pajizos haces de sol en sus plumas y en sus crestas de fuego. Y callan quietas las fichas de dominó esparcidas en la mesa, un seis doble colgado, una partida inconclusa. Y calla el tintineo del cristal de los vasos de vino, en el Hogar, en el Bar, o el reserva del maletero del coche, acodado en el mostrador de reflejos, con la tapa aneja, caliente, y la rebullina de sus bromas. Y callan estos placeres ya entonces ocultos, disimulados con camaraderías jamás contrariadas, cómplices con los tiempos. Y calla uno de estos tiempos, se paró en la mañana, en la festividad del Pilar o de la Hispanidad, la de grises piedras en el firmamento. Y calla el rumor de los grifos de la Fuente Grande para siempre, Alcalá del Valle, mientras Reina aúlla lúgubre la pena. Murmullos, cansancio, llantos. La muerte es pérdida, es ausencia, y sobre todo silencio. La muerte ha traído una ausencia que se llama con dolor y se la echa bastante de menos. Aunque basta para traerla con ver a partir de ahora, sentir, el resplandor de la estrella más rutilante en el espacio de Sierra de Yeguas, reflejada en la laguna de Fuente de Piedra y bruñir el recuerdo alcalareño, basta con estremecer el corazón y al que llegaba franca su sonrisa fácil. Descanse en paz, Antonio Fernández. "Americano". Un hombre bueno.

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