Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



lunes, 12 de enero de 2015

ENCUENTROS EN EL DESENCUENTRO (II)



- Te estuve esperando, hasta que me cansé.

- Ya estoy aquí, me entretuve un poco.

- Demasiado tarde.

- Siempre vuelvo, ¿no?

- Siempre te he esperado… o te esperaba.

- Estás raro.

- Me fui, yo ya no soy aquel que se fue.

- No te entiendo, chico. ¿Qué te pasa?

- No quiero mendigar tus besos, ni vivir con tu presencia o ensayar la muerte cuando no estás o soportar la agónica eternidad de mis esperas…

- … ni merecerme solo tu recuerdo.

- ¿Estás mal?

- Mal está quien se marchó, porque le dueles tú… Yo no, aquel se llevó la desolación por un amor que para mí ya es memoria.

- Déjate de juegos.

- ¿Ves?, quien ahora te habla lo hace con tu misma despreocupación, la indiferencia que suturará los desgarros de mi corazón.

Él se dio la vuelta, escondiendo el último asomo de una lágrima para que ella no la viera, ocultando la alquimia del crepúsculo que la transmutaba en un diamante para contener en sus cristales los viejos destellos de un amor abnegado. Y ella, al verlo marchar, sean unos pasos, la ciñó un gemido doloroso, tal vez de añoranza, seguro irreversible, en todo caso errático; y que por primera vez musitó el calor y amparo, la seguridad y no el personalismo ingrato que convirtieron tantos perdones de él, tantos asentimientos, tantas regalos para agradarla, en guijarros grises del suelo. Aquellos mismos que él en su atormentada espera, aguardando la llegada de ella, recontó mil veces y repasó en todas sus perspectivas, signos y maldiciones. Y al detener su mirada, él, y una mano desmayada sobre uno de los fríos barrotes de la reja cercana, se esclareció el sentido de su vida atrapado en un espejismo del amor, de su ilimitado amor por ella. Sintió cada uno de los barrotes de la baranda, cada uno de los barrotes de la cárcel en que se convirtieron sus días, encarcelada su singularidad, condenado cuando decidió inventarse todo él en ella, sacrificarse para sublimarla y no perderla.

- Espera -llamó ella, como si con su ruego, con sus palabras, colmara el vacío de la despedida que quedó hondo y negro en su alma, el abismo irregular, con biseles de encaje, con cada una de las aristas que se acoplaban a momentos de su vida y que llevaban un nombre, el de él. Y ahora la transgredió el olvido, el descuido, al perder, o no alcanzar a retener, aquella pieza fundamental del rompecabezas de su interior que se desmoronaba y cuyo desorden comenzaba a ser irreparable. Sintió entonces su despojo, infligido a él, pieza primordial de ella misma, la usurpación de su existencia para que viviese en la suya, exclusivamente relegado a su carácter y maneras de vivir. Maldijo su egoísmo, su exigencia de mujer segura del candado de un cariño indeleble. Jamás construyeron una vida en común, ni se lo planteo, una vida con sus sacrificios y renuncias, con sus complementos y anhelos. Él se postró a su voluntad y ella decidió por los dos; de acuerdo que de manera inconsciente, pero no por ello dejaba de ser presuntuosa, vana, tramposa. El desmoronamiento se hacía mayor, el desorden caótico. Porqué sin él, ella tampoco era.

Se descolgaba del cielo una cortina liviana y pálida, que hacía mate el verde de la vegetación y añil la plata de las montañas. La punta de las lanzas del vallado irisaba en apagados centelleos por todos los amores contrariados. Y él pensaba, entretanto, en el tiempo, en calibrar cuanto dolería la ausencia. El tiempo, suspiró, dejaría pasar el tiempo, con resignación, y así iría sintiendo, sintiéndola cada vez menos; pero recordando, recordándola cada vez más. Aunque cada remembranza, las primeras, se le clavarían en el corazón como aquellas lanzas de fierro, una en una sístole profunda, otra en una diástole desgarradora, una, otra, una y otra, otra, otra y otra... y por el contrario, asumiendo en cada lanzada, cómo desaparecían uno a uno, uno y otro, otro y otro… los barrotes de la cárcel en la que había confinado su existencia por un amor más valioso y más sentido que esta.

- Espera. -oyó, y lo detuvo la perplejidad que con voz quebrada descargó ella en la plaza del Campillo.

Y allá quedaron los dos, quietos, sin mirarse, tácitos, lejanos y al mismo tiempo tan cercanos uno del otro, aun cuando la parte de él que los integró en la unidad, el amor que todavía y por siempre permanecería en él, se alejó y ya estaba muy lejos. Ella sólo veía el perfil sesgado de él, recortado en el fondo derretido del atardecer donde este veía en un derroche de tristeza, no de exaltación. Consciente de que allá se fue el otro, resuelto, más allá del lienzo de lanzas de hierro, probablemente alcanzó el borde del horizonte, lugar o dimensión en la que se fraguaban los recuerdos. Y acá permanecía una esperanza recíproca a la que faltaba decisión para reunirlos o por empezar de nuevo, desbaratar aquel absurdo desencuentro.


4 comentarios:

  1. Los desencuentros siempre son absurdos, siempre suceden por no decir claramente lo que pensamos, lo que sentimos. Normalmente le hacemos poco caso al corazón, y yo, pienso, que al menos el mío, es mucho más inteligente que el resto de mi persona. Pensar menos y sentir más. Se podría decir que hoy te comenta Valentina...ella es así.

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  2. He ahí, Valentina, la piedra filosofal del Amor.

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  3. ¿Para cuándo una historia en la que los protagonistas antepongan el amor a todas las cosas?, porque estos parecen que no están mucho por la labor ;)

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  4. Están, ambos, en ello. Él superando la obsesión más esclava de un amor que lo anulaba, y ella en la comprensión de que el amor es bidireccional, la reciprocidad tras los sacrificios de uno y otro. Además, él había sido el verdadero amante que amaba sin esperar nada fuera de su amor; y ella, habilidísima con la contemplación de la circunstancia. A lo mejor, en la próxima historia los personajes antepongan el amor frente a todas las cosas; sin embargo, ya no sería uno de esos "Encuentros en el desencuentro"

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