Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 20 de enero de 2015

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "El libro de los abrazos"




De las cosas que odio hacer, y encontrarme, al leer un libro es a subrayarlo o a doblar sus esquinas cuando algo, frase o párrafo, en una de sus páginas, o en mucha de sus páginas, llama la atención, o conmueve, y se hace necesario el doblez para apuntalar o identificar o no perder donde se encuentra el insospechado milagro. De acuerdo, pues al terminar la lectura de este “El libro de los abrazos” del reconocido autor y periodista uruguayo Eduardo Galeano, me di cuenta de las muchas dobleces que causé en sus páginas conformando breves relatos y cuentos, de pequeñas historias y situaciones cotidianas que se convierten en momentos de gran reflexión y de profundidad, que se leen en un suspiro y avivan el suspiro y, ciertamente, el abrazo. De ahí luego el rastro interesante, e inconsciente, de esquinas dobladas y algunos subrayados con los que atrapar bellas dosis de imaginación y esperanza.


“En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar. Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo queda en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso. Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:
-          Decile a… -susurró el niño-. Decile a alguien, que yo estoy aquí.”

Este libro que se lee de un tirón y que se disfruta a sorbitos, está compuesto por fragmentos, micro relatos a veces de unas pocas líneas, agrupados bajo diversas temáticas: el lenguaje y las palabras, la voz humana, los lectores, los niños, los sueños, el miedo, el olvido, la noche, la cultura, el arte… “Quizás nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos” Relatos que abarcan desde curiosas narraciones sobre la creación del mundo hasta pequeñas ocurrencias, grafitis pintados en paredes llenas de historias rotas, anécdotas referidas a distintas ciudades americanas, el cielo de Quito, de Santiago de Chile, de Buenos Aires, de La Habana… “Cada promesa es una amenaza; cada pérdida un encuentro” La belleza del dolor en reflexiones sobre el exilio, la belleza del abrazo en historias narradas de boca en boca, diálogos con algún que otro escritor latinoamericano, Neruda, Cortázar... Abrazos. El compromiso político de Galeano también está presente en algunos cuentos que enseñan realidades dolorosas de la América Latina, pasadas y presentes: “Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada… Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas, sino dialectos. Que no profesan religiones, sino supersticiones.” El terror de las dictaduras de los 70, “Que no son seres humanos, sino recursos humanos” El dolor del desarraigo: “Helena volvía a Buenos Aires, pero no sabía en qué idioma hablar ni con qué dinero pagar. Parada en la esquina de Pueyrredón y Las Heras esperaba que pasara el 60, que no venía, que nunca vendría”. Galeano habla o escribe con lágrimas y sonrisas, con poesía y amor, conjugando sencillas palabras con alusivas imágenes, las ilustraciones o dibujos del propio autor, aportando cuantos abrazos y en cuantas situaciones queramos.

Un librito grande al que siempre se regresa, para releerlo o para, al azar, volver a descubrir una o algunas de sus historias; más en esos días de grisallas, de cenizas en el cielo, cuando los ojos se empañan de lágrimas por circunstancias de la vida o cuando sus avatares no marchan como nos gustaría que lo hiciesen. Bello.

“El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer, nos reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene miedo de recordar, nos enferma de amnesia: pero no se necesita ser Sigmund Freud para saber que no hay alfombra que no pueda ocultar la basura de la memoria”


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