“Leía
libros para esconderme en ellos, para quedar absuelto de lo mediocre de la
realidad y de mi disimulo y cobardía”
Sin paños calientes:
comencé a leer esta novela de mi admirado Antonio Muñoz Molina (todavía paladeo
su sensacional “El Jinete Polaco” y estremecido con la búsqueda de esos ojos
sombríos de “Plenilunio”) sin que nada supiera de aspectos autobiográficos o
del asesino de Martin Luther King; resultándome los primeros capítulos, no sé
si por ello, unos textos deslavazados que leí de manera confusa y difícil. Y
fue así hasta que descubrí por el mismo autor dónde obtener la pauta, el ritmo
que hizo diáfana y atractiva mi lectura, delimitar las líneas temporales de su
argumento y, lo más importante, embriagarme una vez más de la narración-ensayo
de Muñoz Molina. “Quería que sonara como
música, la misma música que me llevaba a mí y que estaba en el flujo y en la
respiración de las palabras. Que fuera música la escritura y que la música
sonara en ella como sonaba en las películas que durante tantos años me
hechizaron” ¿Cómo fue? Sí, con música, con Jazz. Dejé el libro a un lado,
como he dicho, al no encontrar hilo ni agrado con su lectura, y abrí YouTube
donde puse una insinuación encontrada entre las páginas, John Coltrane,
(http://youtu.be/saN1BwlxJxA), y me dejé llevar. “… una particular longitud de onda, como una música que uno oye de lejos y
que intenta precisar escribiendo” Y tanto me dejé llevar que solo más tarde
fui consciente de que llevaba un buen rato leyendo y disfrutando de la novela
en la cadencia idónea de la melodía “El
tiempo de balada de los primeros capítulos se aceleraba ahora hacia un vértigo
entrecortado de bebop; hacia ese momento en que las manos de un músico se mueven
muy rápido y parece imposible que haya algo de premeditación o de control en lo
que hacen, cuando el músico echa hacia atrás la cabeza y entorna los ojos y
sonríe como en el interior de un sueño”
Esta novela transcurre
en tres líneas temporales:
1968. James Earl Ray,
asesino de Martin Luther King, huye a Lisboa donde pasará diez días, oculto,
como una sombra, intentando desesperadamente conseguir un visado para Angola,
antes de ser detenido en Londres. Obsesionado por este hombre fascinante y
gracias a la reciente apertura de los archivos del FBI sobre el caso, Antonio
Muñoz Molina reconstruye el crimen, huida y captura, pero sobre todo sus pasos
por la ciudad lisboeta. “Como tú te ves a
ti mismo, así te verán los otros. Te pisarán si tienes cara de recibir
pisotones. Te perseguirán si pareces un fugitivo”
1987. El autor,
entonces promesa de la literatura, funcionario en Granada, realiza un viaje de
unos pocos días también a la capital portuguesa en busca de inspiración para
una futura novela, “El invierno en Lisboa”, que supondrá su consagración y a la
que dedica los ratos libres que le permiten sus obligaciones laborales y la
dedicación a su esposa y a sus dos hijos pequeños. Un viaje que en realidad es
una huida desesperada ante la asfixia de una vida resignada de la que intenta
escapar o quizás entender. “Debajo de una
superficie tranquila mi vida era una yuxtaposición sin orden de vidas
fragmentarias, un sinvivir de deseos frustrados, de piezas dispersas que no
cuadraban. Una gran parte de lo que hacía me era ajeno. Lo que yo era por
dentro y lo que me importaba de verdad permanecía oculto para la mayoría de las
personas que trataban conmigo. Por pereza, por la pura inercia de las
coacciones exteriores, llevaba años instalado en la conformidad y en el
disgusto, en la sensación de habitar mundos transitorios y muy separados entre
sí, ninguno de los cuales era del todo el mío”
2014. En la actualidad.
El autor visita de nuevo el lugar, junto a su actual pareja, la también
escritora Elvira Lindo, para visitar a su hijo que entonces, 26 años atrás,
tenía un mes, y recuerda el interés que sintió en el pasado para, en torno a la
figura de Ray, recomponer o reivindicar una parte de su biografía. “Una novela se escribe para confesarse y para
esconderse”.
Lisboa es el nexo de
esta triple línea argumental, el paisaje central de una novela con otras muchas
atmósferas, y a la que se añadiría, por su trascendencia, Granada y Memphis,
asimismo muy logradas. “Voy escribiendo
una novela al mismo tiempo que descubro una ciudad” El libro, tal como he
mencionado un poco más arriba, cuenta cómo a finales de los años sesenta, James
Earl Ray, el asesino de Martin Luther King, se escondió de la implacable
búsqueda internacional en las calles de una Lisboa sórdida y cruda; a mediados
de los ochenta, un joven Antonio Muñoz Molina visita también la ciudad,
buscando inspiración para la novela que lo llevaría al reconocimiento
literario; en el siglo XXI, ya un prestigioso novelista, vuelve a Lisboa, con
el ánimo de buscar una historia que en definitiva también es la suya propia.
Del mismo modo que dejé escrito cómo el desarrollo de estos tres tiempos creaba
cierta confusión, ahora, en un análisis más sosegado y acabado de la historia,
o de las historias, gracias al Jazz de trasfondo y guía, creo que este fugaz
desorden sirvió al autor para apuntalar o regresar a otros asuntos en los que
ya había profundizado, siempre con la honestidad que le caracteriza,
anteriormente: en primer lugar, la rigurosa investigación y reconstrucción
sobre el asesino de King, de acuerdo que a lo mejor se ha dejado llevar por la
profusión, en capítulos largos y obsesivos en los que el lector no llega a
sentirse muy a gusto por tal dispendio riguroso de detalles y sucedidos, pero
que en sí constituyen una de las características meritorias del autor
(sensacional el penúltimo capítulo en el que perfila a la perfección la tensión
de Martin Luther King en su lucha por los derechos civiles, en esas pavorosas
últimas horas antes de su muerte, y como si alcanzara la redención, esa
precariedad afín a todos los mártires, del descanso anhelado) Decía antes de
este inciso que el relato negro sobre el asesino me ha recordado a otra, y
extraordinaria, novela del autor, “Plenilunio”, y no solo por el clima
asfixiante y aquella quirúrgica descripción del mal que aúna al psicópata de
ésta con el asesino del líder negro, sino por los contextos en los que el
propio Muñoz Molina, en una casi misma secuencia de hechos por calles y plazas
y sitios, transita, indaga y experimenta. Esto, unido a su franca y desnuda
reflexión sobre el oficio de escribir, de querer y ser escritor, nos abre a su
vida, su vida que cambia, se transforma, profundamente, con su llegada a
Lisboa, para mí la parte o historia más atractiva del libro; y como lo hizo
también Ray tras el disparo que mató a Luther King, o en uno de esos instantes
de música y alcohol, o sin ellos, donde el autor encontraba puntos de ruptura,
o el gusto por James Bond y las novelas negras del homicida, o ese encuentro
resolutivo entre Muñoz Molina y el escritor Juan Carlos Onetti, o la aparición
de su actual mujer Elvira Lindo… instantes conclusivos, como batallas que gana
al tiempo… Todo, al fin y al cabo, en la revisión de una vida ajena, histórica
por su acción, y de la suya propia en una ciudad que significó la catarsis o
transformación de la existencia de uno y otro; no solo por la curiosidad, o la
obligación, o la expiación, sino también por el amor y el desamor en el
engranaje de la misma. Y ello acumulado en un poderoso ejercicio de
transparencia narrativa, auto introspectivo, a caballo entre la crónica
policíaca y el testimonio confesional, entre la tercera y la primera figura
narrativa, salpicada de una segunda persona que se postra realzando a aquellas
en sus diálogos y detalles, entre el relato sobre el asesino y el del propio
del autor como personajes singulares, y no es un duelo narrativo, ni mucho
menos, que se complementan a la perfección, como una de esas sombras que se
van.
No voy a descubrir
ahora a Antonio Muñoz Molina como uno de los escritores más sobresalientes de
la literatura en español, pero sí que este su “Como la sombra que se va”,
subraya su consideración insigne. “La
poesía es no ir más allá y que en la historia respire y pese lo que no se
cuenta” Me gusta mucho su capacidad de crear en esos espacios de oraciones
tan extensas, tan difíciles de construir, y en los que el argumento no decae o
se hace tedioso, no, sino que recalcan, precisan, e incentivan el interés, la
reflexión y el detalle tanto en la descripción de ambientes como en los
entresijos más recónditos de los personajes, e incluso de sí mismo; un enorme y
prodigioso esfuerzo para que nosotros los lectores entendamos, comprendamos, y
donde él mismo pueda entenderse. Magistral. “La literatura es querer habitar en la mente de otro, como un intruso en
una casa cerrada, ver el mundo con sus ojos, desde el interior de esas ventanas
en las que no parece que se asome nunca nadie. Es imposible pero uno no
renuncia a esa fantasmagoría” Y es por este o en este esfuerzo por “habitar
en la mente de otro” y arrastrar en él al lector, la genialidad de extender su
enorme capacidad literaria a algo tan íntimo, y tan difícil, como su propia
autobiografía. De ahí, el reconocimiento y admiración a la honestidad,
sinceridad, desnudez, viveza, de este gran escritor.
Literatura en estado
puro y verdadero. “En un lugar tan
poderoso se vuelven simultáneas presencias muy separadas entre sí en el curso
del tiempo” Original, apasionante y honesta, “Como la sombra que se va” aborda desde la madurez temas relevantes en
la obra de Antonio Muñoz Molina: la dificultad de recrear fielmente el pasado,
la fragilidad del instante, la construcción de la identidad, lo fortuito como
motor de la realidad o la vulnerabilidad de los derechos humanos, que cobran
aquí forma a través de una primera persona completamente libre que indaga de
forma esencial en el proceso mismo de la escritura. Magnífica novela.
“Escribía para apropiarme ilusoriamente de lo
que no era capaz de procurar en mi vida”
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