ANOCHE
- Así
que me dejas, dijo mirándola en los ojos, con una
octava de sarcasmo en la obertura de la sonrisa en sus labios. Ella suspiró con
un resol de melodramatismo acusado y bastante aparentado; ya no frente al mar, ni
a la luz de la luna, sí era noche, en la Alameda del Barrio, en Ronda, ayer, en
una pausa de la tormenta que anunciaba la primavera o lloraba los últimos
estertores del invierno.
- Sí,
nada puede construirse en nuestro amor, replicó y achicó los
ojillos como para desalojar alguna lágrima que se mostró reticente, tal vez
seca por la emoción inexistente. Idéntica su “cara de ángel” a una astuta Jean
Simmons en Diane Tremayne. Pero él no era Robert Mitchum o Frank Jessup de ojos
turbios. Y éste dio voz al deseo callado:
- No
puede destruirse aquello que no ha sido creado.
Él
le acarició la mejilla, un contacto fugaz, gélido, como la brizna de un
recuerdo que solo el tiempo convertiría en anécdota; y se alejó silbando hacia
las murallas, mientras la niebla lo envolvía de olvido y lluvia.
F.J. Calvente
NOTA: La fotografía que encabeza mi relato corresponde a la brillante
escena final de la película de Otto Preminger “Angel face”, “Cara de ángel”
(1952), con Diane Tremayne conduciendo marcha atrás el coche frente al precipicio que
rodea la mansión. El último gesto memorable al arquetipo de la mujer fatal que
prefiere destruirse a sí misma y a quien ama antes que renunciar a su pérdida.
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