“- Hábleme de usted, señor Marlowe.
Supongo que tengo derecho a preguntar.
- Por supuesto, pero no hay mucho
que contar. Tengo treinta y tres años, fui a la universidad una temporada y
todavía sé hablar inglés si alguien me lo pide, cosa que no sucede con mucha
frecuencia en mi oficio. Trabajé en una ocasión como investigador para el señor
Wilde, el fiscal del distrito. (..) Sigo soltero porque no me gustan las
mujeres de los policías.
- Y cultiva una veta de cinismo ¿No
le gustó trabajar para Wilde?
- Me despidieron. Por
insubordinación. Consigo notas muy altas en materia de insubordinación, mi
general.”
Sí, es Philip Marlowe, probablemente el detective por
antonomasia de la novela negra (por cierto, término acuñado por el propio
Chandler en su ensayo “El simple arte de matar”, 1950). Y, por supuesto, tocaba
leer novela policíaca; pero no alguna de entre aquellas suecas o más o menos
actuales o tal vez de patrimonio hispano. No, quería y he leído novela negra
como mandan los cánones. Y ésta no solo los refrenda, sino que los trasciende para
erigirse en un prototipo, en el espejo donde el género se hace literatura. Un
clásico. Publicada en 1939, “El sueño eterno” supuso la brillante incursión de
Raymond Chandler en el ámbito de esta narrativa del crimen. De acuerdo a que
él, como otros, tomó de Dashiell Hammett algunos aspectos que definirían su
temática, sobre todo la crítica hacia la sociedad y no meramente el enigma a
resolver. Chandler, aquí, trajo a escena al detective Philip Marlowe, con una
caracterización magistral, con su inconfundible sentido del humor, arrastrando
tras de sí una trama interesante, de nervio y con ingeniosos diálogos. La
historia es un caso de chantaje que parece al principio un simple problema
familiar, un caso sencillo que no resulta serlo, y en el que se destapan las
alcantarillas de una sociedad en apariencia ostentosa, un entramado de negocios
ilegales, con varios asesinatos, extorsiones y un enigma que se resuelve de
manera concluyente. Un clásico.
Omitiré la sinopsis del libro, obvio, a pesar de lo
anterior, porque desde la primera página hasta su punto y final es todo
intriga, acción a raudales, mejor leerlo y no saber nada de antemano. Sin
embargo, no descubro nada si expongo, si reitero, mi admiración por el
personaje, Philip Marlowe, el típico tipo, o el genuino, impasible, duro,
cínico, inteligente, caballero… Chandler, como otros autores, creó uno de esos
personajes que casi tienen vida propia y más importancia fuera de las letras que
el propio autor; modelo para
otros autores y otros héroes de ficción, como puede ser nuestro vernáculo
brigada -ahora suboficial- Bevilacqua de Lorenzo Silva. Asimismo me ha gustado
la descripción, esa atmósfera sombría, lluviosa, casi en su mayor parte de
noche, de extraordinarios incentivos para despertar y repartir la imaginación
del lector entre ambientes y protagonistas. A esto contribuye, del mismo modo,
el hecho de estar narrado en primera persona, es el propio Marlowe quien nos
narra sus propios y lineales acontecimientos, consiguiendo atraparnos en una
acción trepidante, adictiva, en capítulos cortos y colmados de brillantes diálogos,
que se lee de un tirón y deja ganas de más. La trama, pues, es como ese tirar
de un ovillo de lana, muy apropiado el símil, tal que si tiras de una punta se
va desenrollando hasta la dilucidación del misterio o de los misterios,
quedando todo perfecto y en su sitio en las últimas páginas, y cuanto parecía
desordenado y confuso, casi imposible de manejar y esclarecer.
Y si la novela es magnífica, su versión
cinematográfica no se queda atrás, y me refiero a la de Howard Hawks (1946),
con guión de William Faulkner -ahí es nada- y con un elenco espectacular de actores
encabezado por el genial Humphrey Bogart en el papel de Marlowe, y con su mujer
de entonces, Lauren Bacall, como Vivien. Los diálogos, respetando la desenvoltura
del libro, son sin duda lo mejor de esta película. Sin embargo, para los que no
han leído previamente la novela, su argumento puede resultar por momentos
confuso, difícil de seguir.
Mejor el libro. Éste muy recomendable. Un rato de
lectura apasionante y agradable.
“¿Qué más te daba dónde hubieras ido a dar con
tus huesos una vez muerto? ¿Qué más te daba si era un sucio sumidero o en una torre
de mármol o en la cima de una montaña? Estabas muerto, dormías el sueño eterno
y esas cosas no te molestaban ya. Petróleo y agua te daban lo mismo que viento
y aire. Dormías sencillamente el sueño eterno sin que te importara la manera
cruel que tuviste de morir ni el que cayeras entre desechos.”
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