“El tiempo, que me arrastrará, que me arrastra de
hecho como olas que baten contra una roca desierta depositando solamente un
poco más de erosión predestinante de la muerte total...”
“Olas sobre una roca desierta” es la historia de un fugitivo. Un
chico de 24 años, Oliveri, que huye del ahogo de sentir que no pertenece a su
ciudad, Barcelona, a su entorno, una burguesía aparente, a su época, finales de
los años 60. No puede aceptar lo que se espera de él. “En el fondo de mi huida tal vez hay demasiadas cosas de todos los
dramas que me han precedido y ninguna que yo haya vivido de manera auténtica,
original” Así que con la herencia de su madre, se compra un coche deportivo
y durante año y medio recorre Europa, sin detenerse en ningún lugar más de la
cuenta. Emula así a todos sus mitos, jóvenes rebeldes que huyeron en busca de
otras posibilidades. Indudablemente al héroe byroniano de “Las
peregrinaciones de Childe Harold”, como
si aquí sea un remedo, una versión exacta de esta obra.
“En algún lugar,
supongo, debe de haber un reino, un mundo, un ser, una cosa, una sola idea que,
únicamente con tomarla, me haga sentir rey”
La “novela”, y lo escribo así, encomillada, porque el
propio autor o el propio personaje hace esta mención o consideración al género,
son las cartas que éste, el protagonista, Oliveri, le envía a un amigo de
Barcelona de quien desconocemos quién es, cómo es, y qué relación guarda con
Oliveri. Un confidente y un enigma que solo se dilucida, donde tiene que
hacerlo, en las últimas líneas del libro, al final del camino, cuando, según
Mircea Eliade, todo es un mito, el mito del eterno retorno, en este caso el
regreso a los orígenes, a lo mejor a esa Barcelona de donde huyó y a la que
regresará tal vez desvalido. Al amigo le describe las ciudades que visita, le
habla de los motivos de su huida, sus lecturas, sus paseos solitarios siempre
de noche, “De pronto, la noche nos
ofreció un mundo de mitos, creados hacía mucho tiempo, tal vez para nutrir los
recuerdos que pudiéramos llegar a alimentar desde ahora”, sus devaneos
amorosos..., y esa suprema imposibilidad posible que es Adalgisa, su amor ciego,
la más absoluta expresión de su creación o de su exigencia por ser alguien en
el universo. “... decirle que la quería
era como descubrir el significado de la palabra amor, la verdadera dimensión de
un terreno que he recorrido muchas veces y que, no obstante, desconocía por
completo” Todas estas confidencias dan un tono íntimo a esta
correspondencia epistolar, casi de diario. No se puede negar que Oliveri es
clasista, elitista, algo intransigente y despótico… y sobre todo un solitario.
“… y entonces me doy cuenta, no sin
pesar, de que he vivido intensamente, de que el tiempo me ha dejado vida entre
las manos y de que cada segundo ha sido aprovechado y agotado como yo quería,
siempre a medida de mi antojo y nunca al servicio de los demás. Al mismo
tiempo, todo eso significa que no podré volver a vivir ninguno de los momentos
que he vivido y que, aunque regrese a los mismos lugares que he recorrido,
aunque sea la misma estación del año, nada será lo mismo: será otro sol y otra
lluvia un dolor nuevo me empujará hacia ellos para buscar otra especie de
consuelo”
Pero hay algo en él, en ese sentir suyo de que no
encajará allá donde vaya, o que sublima el sentimiento, la emoción mítica, histórica, paisajística, ensoñada, que despierta el aprecio, la empatía con este Oliveri. Reflexiona no con esa dureza, con
esa caustica ironía característica en estos aspectos de Terenci Moix, el
transgresor genial, pero ahonda en ser el escritor sincero que no oculta sus
desasosiegos y reflexiona sobre lo que más quiere y lo que más teme, sobre una
generación y una cultura que son las suyas pero que no siente como tales,
critica la adopción de unos nuevos valores que él no puede compartir. Su
aversión y odio a la sublimación de una burguesía increada. Todo inexplicablemente
muy actual.
“Existe el sueño del amor, inmensa
manifestación de un estado casi divino que nos rebasa; existe, inútil decirlo,
la realidad cotidiana de ese amor exigido por la época, estropeado por la
época. Hombres y mujeres del siglo de las maravillas tecnocráticas desmenuzan
el sueño, llegan a su fondo y retroceden aterrados ante la grandeza que les
exige. Saben que el sueño limita el espíritu hacia un punto que lo aislaría
completamente de la diaria mediocridad”.
Todo cuanto es Terenci está contenido en este libro, desde su
enciclopedismo abrumador y presuntuoso hasta el sentimiento: los jóvenes que
huyen, los años 60 (también ramificaciones no indiferentes de los 40 y 50), las
influencias literarias, la mitomanía del cine, los cómics y otras despliegues pop,
el porqué del acto de crear arte (especialmente literatura), los misterios del
amor y el final del mismo, la soledad, el sexo, la fascinación por el cuerpo
martirizado, los viajes, todos esos lugares que lo marcaron: Barcelona, París,
Londres, Italia, inclusive las alusiones permanentes a Egipto.
“... El impacto de esa visión lo
empujó a rehuir las reglas, lo llevó hasta Venecia, en una evasión como la mía
y que lo dejaba inservible para el futuro. Debía de haber abandonado muchos
sueňos antes de abandonarse al sueño definitivo”
El arte: “He
comprendido perfectamente que el arte… no es más que una serie continuada de
momentos de crisis que los grandes artistas van resolviendo con su diversa
contribución. Es eso, precisamente, lo que hace a los grandes artistas, y es
eso lo que yo quisiera ser: el hombre capaz de aportar a nuestro presente
aquella renovación necesaria a partir de la cual ya no fuera posible avanzar…
hasta que otro hombre importante, en el futuro, convirtiera mi “saturación” en
una etapa superada, en el hito complementario de un gran camino, imposible de
interrumpir”
La Literatura: “Henry
James, con su disciplina, llegó hasta ese hito que hace que aún esté vivo –uno
más entre nosotros-, que convierte la narración en verdadera ciencia, superada
la alquimia de las improvisaciones… Pero tengo, además, otra tendencia muy
particularmente mía. Scott Fitzgerald, al final del amargo camino de una clase
social desplazada, la ilustra perfectamente. A la disciplina total de James,
Fitzgerald opone… la inmediatez y fugacidad del momento como material estético
de primera categoría, a partir del cual la obra se sitúa como testimonio de su
tiempo, en documento humano estremecedor, en una novela continúa donde late, inconfundible,
la sangre del artista. Fíjate que no me refiero, ni de lejos, a las tonterías
predilectas de Hemingway, para quien la literatura es vida y la vida es
literatura y ambas cosas son la aventurilla pintoresca de una guerra civil
española desarrollada a los pies del Kilimanjaro, por ejemplo.”
La deshumanización del amor: “Así, siempre me he dado cuenta de que la locura de mi amor no podía
prolongarse en lucidez, pues mi amor no consistía en amar a los demás, sino en
amar a una idea del amor. Si fuera escritor, toda mi obra giraría probablemente
alrededor de esta imposibilidad de que adolecen los espíritus sensibles, las
almas cultivadas. Toda la tragedia proviene de eso. Mientras otros se preocupan
de los problemas sociales, que únicamente tienen una importancia
circunstancial, las almas selectas nos preocupamos de los obstáculos de los
sentimientos, lo cual es eterno, es filosófico e incluso metafísico. Porque
nosotros no podemos perder el tiempo averiguando los denominados “condicionamientos
socioeconómicos” del hombre, sino que vamos más allá y nos preocupamos por el
hombre en sí, el hombre eterno, el hombre del Humanismo”
“Olas sobre una roca desierta” es uno de sus
libros más sinceros: el que explica la transformación, ineludible y
consecuente, de Ramón Moix Messeguer en Terenci Moix, sin duda alguna, y todos
los matices que luego tendrá el desarrollo de su obra; de ahí su intimismo, esa
languidez casi espiritual porque necesita abrirse y desentrañarse a sí mismo.
“Yo ni eso
poseeré. No tendré ningún dolor tan hermoso como éste. Me haré mayor, sin duda,
y mi juventud será un recuerdo imposible, un gran vacío en cuyo fondo sólo
habrá existido la soledad. En el alma sólo tendré la impresión de haber tenido
la vida en las manos y haberla dejado escapar.
De haber sido la única roca estéril
de una extraña generación que formó, cuando los años sesenta, un roquedal muy
raro…”
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