“Ya nadie escucha. Es imposible
pensar y escuchar. Es imposible soñar ni siquiera cuando la propia música no es
sino un sueño”
Esta
novela no te va a dejar indiferente. La odiarás o amarás, no hay término medio.
Sin embargo, si prefieres que te advierta antes de leerla, o si pretendes
encontrar bajo este título una historia con un argumento clásico, duro o amable
no importa, al uso, con ese prejuicio de que debe contar historias que empiecen
y acaben, de que su obligación inexcusable es actuar de bálsamo, de oponer a la
confusión o desánimo ante la vida un orden engañoso, hermoso y persuasivo, si
es así no leas este libro. Trópico de Cáncer es el caos narrativo en estado
puro, la agitación implacable, la anarquía en un romanticismo rotundo,
estruendoso, donde el lector sale aturdido, convulso y con seguridad deprimido
si su percepción de la existencia humana, decía, es algo agradable u optimista.
No leas este libro si no te gusta o temes a esto o a entregarte a una
literatura suelta, desacomplejada, aventurada, despiadada, de atrevimientos
retóricos, con tacos y groserías que igual pueden ser estéticos como de un
repudio clamoroso; porque considerarás de antemano la obra como algo
escandaloso, deplorable, incluso sin haberla leído o magnificando las alusiones
a sus episodios eróticos, o a sus palabrotas, algo vulgar y de alegre
nihilismo, de un surrealismo onírico incomprensible y denostado. No leas este
libro si, aun no prestando atención a otras consideraciones sobre el sortilegio
de la prosa enérgica del autor, o reniegues de contextos que no penetren en estados
de madurez y serenidad, sino en la insolencia, en palabras malsonantes, en las obsesiones
sexuales y escatológicas con las que Henry Miller, a mi juicio, pretende abrir
molleras a hachazos, un dinamitero verbal y un novelista sicalíptico usando sus
propios símiles. No leas este libro si esperas lo que esperas de una novela, ya
que desde los primeros párrafos, deslavazados, es imposible saber qué ocurre,
qué cuenta, quiénes son los personajes, no hay un hilo lógico en sus
reflexiones a salto de mata, no hay ninguna secuencia y ni mucho menos podemos
inducir una filosofía concreta de sus palabras, porque la profundidad o la
locura de Miller abarca mucho más que el significado de éstas, de las palabras
o de los pensamientos. Tienes que leer esta novela de otra manera, no esperar
entender sus frases o el encuentro de un mensaje, no, sino en porqué se hace y
así se escribe. Es una literatura no de palabras, sino de sensaciones e
intuiciones.
“En el meridiano del tiempo no hay injusticia: sólo hay la poesía del
movimiento que crea la ilusión de la verdad y del drama”
Si por el
contrario todavía quieres leer Trópico de Cáncer, o si ya la has leído y sin
importarte el encuadre entre los amantes o amargos, permíteme hablar o
compartir contigo mis impresiones que igual pueden coincidir o ser las tuyas.
“Algún día escribiré un libro sobre mí mismo, sobre mis ideas. No quiero
decir que vaya a ser un simple análisis introspectivo… quiero decir que me tumbaré
en el quirófano y pondré al descubierto todas mis entrañas… sin omitir un
puñetero detalle”
Bien.
Trópico de Cáncer narra las venturas y desventuras de Henry Miller, o su álter
ego, en el Paris de los años previos a la segunda guerra mundial. Una tensión
fuerte entre las peripecias de la vida bohemia, colmada de sexo, alcohol y
hambre, con reflexiones acerca de la situación del ser humano individual en un
mundo en crisis. Una novela espontánea, iconoclasta, uno de los espejos más
perfectos de ese tiempo de los años 30 del siglo pasado.
“Sólo quienes pueden admitir la luz en sus entrañas pueden expresar lo
que hay en el corazón”
Trópico de
Cáncer no es una “historia”, reitero en lo ya dicho, sino una promiscuidad de escenas,
cuadros, episodios, recuerdos… acaso todos inconexos y si omitiéramos al
narrador, al propio Miller, que los enlaza e incluso, en su interacción con los
otros personajes, por su fuerza, no sé si fatua a estas alturas, digamos que
abrumadora, los diluye, los conforma a papeles muy secundarios que solo amplifican
la imagen de aquel, del narrador y de su filosofía anárquica, arbitraria, de su
desprecio al orden establecido, que a lo mejor sea o la entienda como una
conducta de libertad, la libertad; pero que no deja de ser solo suya,
impregnada de intuiciones, de decisiones francas, de emociones vírgenes que no pondera
con la razón o con cualquier apariencia. Miller no pretende convencer a nadie,
ni persuadirlo, solo es un comportamiento intimista, la búsqueda personal de su
equilibrio que, asimismo, consigue incendiar el corazón, la emoción del lector.
De ahí que no sea extraño cómo el inicio de la narración sea entrecortado,
trozos colgantes de la vivencia del protagonista y que, poco a poco, entre
anécdotas, descripciones y reflexiones imponderables, aporta o concede cierta
fluidez al relato y encumbra la imagen de Paris, de la ciudad, sea de su
miserabilidad, y a la que, en cambio, se siente identificado, unido,
esclavizado. Una consideración de este estilo, la ciudad, el lugar, el espacio
concreto que consigue componer las conductas humanas, la encontré en libros de
Antonio Muñoz Molina… no es aquí el momento.
“...Cuando has sufrido y soportado cosas aquí, entonces es cuando París
se apodera de ti, podríamos decir que te agarra de los cojones, como una puta
enamorada que prefiere morir a soltarse”
El
lenguaje es directo, sin tapujos, ni concesiones, de una sensualidad
descarnada, de anhelos y matices de una crudeza absorbente… quizás tenga que
ser así cuando lo que se narra es la propia supervivencia del autor. Empero no
es una creación pesimista, derrotada, rota, fatalista, no… sino un grito de
libertad que resurge de la propia adversidad, de los estados más infamantes de
la sociedad y de la convivencia al límite.
“Cada quien tiene su tragedia privada. La lleva ya en la sangre:
infortunio, hastío, aflicción, suicidio. La atmósfera está saturada de desastre,
frustración, futilidad… No obstante, el efecto que me produce es estimulante.
En lugar de desanimarme, o deprimirme, disfruto. Pido a gritos cada vez más
desastres, calamidades mayores, fracasos más rotundos. Quiero que el mundo
entero se descentre...”
No sé si
esta novela es ficticia o autobiográfica, o ambas, de cuando Henry Miller
malvivía con conciencia en su papel de escritor en Paris, con sus sufrimientos
y penurias. Es una creación más que un testimonio, sin duda. Con todo, entiendo
que el intimismo se desborda en sus páginas, un intimismo que se expele con
fuerza afuera para expresar y manifestar no la sensibilidad corrosiva del
propio autor, sino del ser humano en su discurrir por las bajas pasiones. En
esto, lo que más me ha gustado del novelista es su estilo para expresarlo, esa
forma de decir las cosas sin pelos en la lengua, vale que le costó la censura
en su momento, que a mi modo de ver lo eleva, aun en nuestros tiempos, en un
creador iconoclasta, provocador a cualquier convencionalismo, como si
pretendiera que asumiéramos que detrás de este mundo seguro, ilusionante,
optimista, hay un infierno que en cualquier momento pueden provocar su
desmoronamiento, la destrucción de todo. El sentido de la catástrofe. Inclusive
resulta extraordinario, maravilloso, que esta reflexión de tan enorme calado,
de tanta trascendencia, se desarrolle entre unos personajes ofensivos, alcohólicos,
obsesivos con el sexo, de instintos primarios, promiscuos y disolutos,
fracasados. Genial. Un revés, un desorden. Paris no es la cuna de artistas como
podamos suponer, la ciudad a la medida de los triunfadores y fecundos, no, es
una sociedad de pseudopintores, pseudoescritores, marginados y parásitos que
viven en lo más corrompido de la ciudad, que no participan de la fiesta, sino
se nutren de ella, que se pelean por los desechos. No es la geografía parisina
artística, de grandilocuencias y abundancias, sino una de burdeles, tabernas,
hoteles de mal vivir con chinches, cucarachas y piojos, tugurios sórdidos,
restaurantes pequeños y sucios, de parques, plazas y calles pobladas de
vagabundos y fantasmas. Y sobrevivir allí no se hace con genio, sino con el
todo vale.
“En pocas palabras, mi idea ha sido presentar una resurrección de las
emociones, describir la conducta de un ser humano en la estratosfera de las
ideas, es decir, presa del delirio”
Indicaba no
saber si esta novela es autobiográfica o no, ni me importa, insisto en que su
grandeza reside en su propio narrador y personaje y tal vez genuino autor. Ese protagonista
obsceno, sí, narcisista, también, despectivo, de acuerdo, pendiente
exclusivamente de su polla y de la reflexión de sus tripas, vale… Y además, he
aquí lo sorprendente, un individuo desesperadamente vitalista, que engrandece o
sublima o convierte en poesía todo lo vulgar, lo sórdido, lo grosero.
Desafiante, pues sí, y necesario. Por supuesto que lo que no va a ser es
indiferente, y en su actitud encontramos la coherencia del personaje y de la
novela; en su lucha contra las convenciones sociales, y en su pretensión
visceral a ser él y no un producto de la sociedad. Me ha entusiasmado esta
presentación, este testimonio del personaje, inclasificable, o solo comprendido
entre extremos que se acoplan, no se unen; un anarquista romántico, tal vez, un
rebelde furioso, seguro. Alguien que está por encima de cualquier servidumbre
porque esta condicionaría en lo mucho o en lo poco su libertad. Magistral Henry
Miller, y osado.
“Intento calmarme. Al fin y al cabo, éste es un hogar que he encontrado,
y cada día hay una comida esperándome. Y Serge es un buen tipo, de eso no hay
duda. Pero no puedo dormir. Es como dormirse en un depósito de cadáveres. El
colchón está saturado de líquido de embalsamar. Es un depósito de cadáveres
para piojos, chinches, cucarachas, tenias. No puedo soportarlo. ¡No voy a
soportarlo! Al fin y al cabo soy un hombre, no un piojo”
Un prisma
devastado, pero de un idealismo afectivo que no deja indiferente. Ya lo sabes: Es
una literatura no de palabras, sino de sensaciones e intuiciones. Léela.
“En resumen, erigir un mundo sobre la base del omphalos, no sobre una
idea abstracta clavada a una cruz… el mundo cesa de girar, el tiempo se
detiene, el propio nexo de mis sueños se rompe y se disuelve y mis tripas se
derraman en un gran torrente esquizofrénico, evacuación que me deja frente a
frente con lo Absoluto… Dos mil años de esta historia nos han insensibilizado
con respecto a la imbecilidad que constituye”
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