“La
certeza de que cuando menos lo esperas la vida te devuelve a un punto de
partida”
Traigo a estas líneas
la reseña sobre una historia de amor en tiempos de guerra. ¿Os acordáis,
quienes leyeran la novela de María Dueñas “El tiempo entre costuras”, de aquel
magnífico protagonista secundario, Rosalind Fox? Pues bien, esta obra de Boris
Izaguirre, “Un jardín al norte”, es un ensayo autobiográfico, pero novelado, de
este personaje real, Rosalinda Fox. “Es más que probable que el haber nacido en abril de 1915 me haya
preparado para vivir en una era de continua inestabilidad”
“Muchos
hombres y mujeres dispares se hacen pareja en la creencia de que así se
protegen de sí mismos y se salvan de un destino adverso”
¿Qué nos vamos a
encontrar en sus casi quinientas páginas? “Nos encontramos en un pueblecito del
condado de Kent, en los albores del siglo XX, los padres de la pequeña
Rosalinda se divorcian y ella es enviada a un internado, Saint Mary Rose. Desde
ese momento solo verá a su madre en los pocos días de vacaciones. Su padre se
ha instalado en India, oficialmente como agregado comercial, aunque en realidad
ejerce como espía.
Cuando en la
adolescencia Rosalinda se reencuentra con su progenitor, se enamora del halo de
exotismo que este desprende y le acompaña de vuelta al país asiático, donde se
iniciará en el espionaje de la mano del superior de su padre, Mr. Higgs. Al
poco tiempo, aún adolescente, la protagonista vivirá sus primeros días como
esposa de un hombre mayor que ella que la deslumbra, Mr. Reginald Fox, pero que
la abandona al poco, y sin divorciarse, cuando su salud flaquea. Desde Suiza,
donde pasa una temporada en un sanatorio para curar una extraña enfermedad, va
a Alemania a extraer información sobre un nuevo movimiento político que empieza
a inquietar a Europa, el nacionalsocialismo de Hitler.
Allí, un hombre,
también bastante mayor que ella, y en este caso español, Juan Luis Beigbeder,
la vuelve a enamorar por su inteligencia, cultura y modales. Poco después es
enviada a Tánger, centro internacional de intrigas políticas y económicas de la
época, para seguir con su labor de espionaje, se reencuentra con ese personaje
que conoció en Alemania.
Con él consigue
finalmente vivir su gran historia de amor en los confusos y dramáticos días de
la guerra civil española y en los anteriores a la segunda guerra mundial.
Cuando su influencia sobre el ministro franquista es tan intensa que hace que
este caiga en desgraciada para los dirigentes españoles por su anglofilia
(sobre todo para Serrano Suñer), Rosalinda se traslada a Lisboa donde prosigue
con su labor ayudando a compatriotas a salvarse del horror nazi e intentando
desesperadamente salvar su gran historia de amor, que se debate entre la
política y la pasión”
“Iba
a llover y Lisboa me pareció como una ciudad donde llorar y ver llover a veces
podrían ser la misma cosa”
¿Y esto qué nos
sugiere? Indudablemente, en este contexto de cambios, un mundo agitado y de efervescencia
bélica imparable, los inicios del siglo pasado, la vida de esta fascinante
mujer, matizada por los grandes acontecimientos históricos, herida por la
aventura, el desafío, compromiso y, sobre todo, por el desamor y el amor, la
hace ser una vida de novela y en una novela que hay que vivirla. No voy a poner
adjetivo, muy del gusto del novelista, a esta historia de aventuras narrada con
gusto, con muy buen hacer, y con esa sorpresa agradable del propio Boris
Izaguirre, a quien no había leído antes, capaz de retratar con sensibilidad el
universo femenino y plasmarlo a través de una narrativa cuidada, evocadora y amable.
Sorpresa, además, por superar cierto prejuicio, mío, ante la frivolidad
mediática y “rosa” a la que nos tiene acostumbrado Izaguirre y que, en menor
medida con Maxim Huerta, un ejemplo, y en mayor medida y fundamento con Jorge
Javier Vázquez y otras horribles plumas del marketing televisivo, constituye el
venezolano una excepción, una formidable excepción. Escribe muy bien Boris
Izaguirre.
“Ahora
pasaba horas recordando su frase de que el tiempo y la edad no son la misma
cosa”
¿Cuál es mi opinión
sobre el libro? En primer lugar elogio la valentía de Izaguirre, no es fácil, y
sin embargo entra en la historia de frente, arriesgándose con un relato en
primera persona, autobiográfico, contado por la propia Rosalind Fox, que hace
más intimista, más personal la narración. Una narración fluida, con plétora de
imágenes, de colores, de olores, de sabores, de lugares, de emociones y
sentimientos, hilvanados intachablemente por el autor. Un casi minucioso
registro de la vida de la pelirroja protagonista, ese rasgo distintivo, exótico
incluso, que marca su existencia y su voluntad en una sociedad manifiestamente
machista y, como antes mencioné, reflejado en el excelente trazo de Izaguirre,
quien nos muestra su conocimiento de no pocos vericuetos del alma femenina. De
ahí que, por esto, por este tono personal, por las pequeñas reflexiones de
Rosalinda que prodigan el escrito y en las que conocemos con detalle la
caligrafía de su corazón, su lucha en un mundo marcado por las apariencias, me
ha recordado al más intimista Antonio Gala; si bien es tal la profusión a veces
en la descripción de sus sentimientos que en determinados momentos la lectura
se me ha hecho pesada, restando interés al resto, como la parte de la India, en
Calcuta, tediosa. Por otro lado, la trama de espionaje en unos personajes que
son espías, es muy secundaria, bastante blanda, apagada, que a mi modo de ver
no llega a decepcionar porque, al fin y al cabo, “Un jardín al norte” es una buena
historia de amor en tiempos de guerra.
“Sus
ojos brillaron y su abrazo me elevó por los aires y el beso que nos dimos solo
buscaba el perdón de todos los que habían muerto en Guernica y todos los que
morirían en todos los años en los que nuestro amor fuera otro tipo de guerra
para ganar una inmortalidad que explicara nuestras vidas…
Eso
era mi jardín al norte: Tánger, la guerra civil, Juan Luis y yo. La guerra de
nuestro amor. Una guerra dentro de otra guerra”
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