Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



viernes, 1 de mayo de 2015

CRÓNICAS POLÍTICAS RONDEÑAS: Ronda, una ciudad de apariencias.

RONDA, UNA CIUDAD DE APARIENCIAS

F.J. CALVENTE



Un puntal de obra, amarillo y oxidado, sujeta con temor una de las vigas del techo de la oficina de arqueología del museo municipal de Ronda en el Palacio Mondragón. Sorpresa da este elemento disonante, inesperado, y, a la vez, un prejuicio incómodo, como cuando vemos el bastón en el que un anciano sostiene su existencia y porque jamás deseamos llegar a esa edad de declinaciones, donde aprovechar los últimos alientos para saldar cuentas con el mundo o dejar impronta de la que fuera o simplemente entregarse al fin de todo. Y no es que el insólito puntal fuese una entre las piezas con las que, algún lumbrera trastornado, proyecte convertir las vitrinas de nuestra historia rondeña en una sala de arte contemporáneo o en una exposición de artes y oficios del presente, no, solo que el artesanado del techo se viene abajo y sin que nada, salvo el estribo, ni ninguno de los lumbreras políticos que desenderezan esta ciudad, solucione. La sorpresa se acrecienta con una ventana mal encajada en los centenarios muros donde penetran con derroche todos los susurros y gruñidos de cualquier viento que aspira impregnarse de antigüedad y dejando para los que allí pretenden trabajar las bofetadas de fríos insoportables y los enfados recurrentes en cada una de sus gradaciones; trabajadores arrasados por la resignación, baldías sus innúmeras prédicas en el desierto y a quienes asientan sus posaderas en los solios del desgobierno en plaza Duquesa Parcent; luego, aun sin esperar dilatar la sorpresa con otra visión que infle el globo de la lamentación para terminar estallando de indignación, al tomar el acceso a las escaleras que conducen al piso inferior de la unidad de arqueología desde el patio mudéjar, resulta imposible esquivar la triste mirada en los yerbajos que ondean desafiantes arriba, sobre la triple arquería, aleros, moldura labrada, madera y ladrillo, respeto y nobleza. Abajo, en las tres umbrías estancias donde tutela la humedad y la desolación, se apañan en precariedad insultante, de medios y de espacio, estudiosos, testimoniales por la precariedad, y el propio personal del museo; no obstante se las componen con inteligencia, con imaginación, con preparación, motivados, con numerosas ideas y perspectivas por hacer, por desarrollar, por acrecentar el atractivo de nuestro arte e historia, insuflar de espíritu a este contenido y continente, Palacio de Mondragón. Y no son estas, ideas o inventivas, otras se pueden contar con los dedos de una mano, y sobran dedos, las que palpitan en las neuronas de su ilustrísima la alcaldesa que debe ser de todos pero que se debe primero a los suyos y después a sí misma; pues a pesar de las condiciones deplorables, estos abnegados trabajadores han conseguido cierto orden y funcionalidad en la amalgama de cajas de plástico que contienen restos arqueológicos, recuerdos y memorias de lo que fuimos y condicionó cuánto somos ahora, sometidos, una vez más, a ese mortificante abandono impuesto por quienes nos desgobiernan, los que rebanan cualquier nimio presupuesto para desempolvar tantos espejos de nuestra admirable historia y mostrarlos a propios y extraños, acaso en exposiciones o en nuevas salas temáticas, como ese sueño abrigado por el personal de arqueología, puesto que sueño es y uno de muchos, de abrir al público una presentación sobre la Edad Media en Ronda.


Ronda es una ciudad de apariencias. Ronda es una ciudad de apariencias gestionada por dañinos incompetentes. Ronda es una ciudad de apariencias que camufla sus miserias en la agonía de su ayer de esplendor, en el crepúsculo evanescente que dará lugar a la noche, a la muerte, a ser un lugar ya no inexpugnable, inalcanzable, que no merece el sacrificio de ir a verlo y a sentirlo, porque ya nada tiene, solo vestigios, que lo puedan hacer, y conmover, “Más parece un nido de águilas que una morada de seres humanos”. Y no lo vemos, no queremos ver esta crónica de una muerte anunciada; más éstos que han ejecutado un simulacro de gobierno en los cuatro últimos años, éstos que tienen la responsabilidad, la obligación de hacer algo y han estado afianzados, confiados, relajados, en que Ronda de por sí, por ser ella, no necesita inversiones en su patrimonio, monumental y paisajístico, no necesita de mayores arrojos humanos y económicos para sostener al menos lo que todavía está en pie, íntegro, más o menos aseado, más o menos estético, no necesita de otros alardes o iniciativas o imaginaciones para consumar nuevos atractivos patrimoniales, nuevos alicientes para naturales y visitantes que exigen más llamadas para consumar la belleza o la expresión individual de algún misticismo épico o mítico, no necesita nada para que el turismo (individual y organizado) visite la ciudad por el mero hecho de ser un nombre, una memoria, un deseo, esencia o cómo las limaduras de hierro son atraídas por el imán. Y es tal la confianza, la improvisación vacua y temeraria, que incluso estos barandas políticos han dejado morir la lucha por la consideración de Ronda como Patrimonio de la Humanidad, entretanto ciudades vecinas, Antequera por caso, nos han sobrepasado con muchísimo menos de lo que nuestro pueblo siempre fue capaz de regalar a manos llenas y en almas necesitadas de exaltación.

Ronda se oculta tras sus capas de apariencia en las que mal sobrevive. Eventos o accidentes rimbombantes, necesarios verdaderamente, los que venden e incitan a visitar Ronda y a participarla, Fiestas de Pedro Romero en torno a la corrida Goyesca o esta brillante idea de Ronda Romántica, no justifican con ser todo el esfuerzo, trabajo, capital que suscita el servicio de este Ayuntamiento en Turismo y Tradiciones. Una única misión que jamás será suficiente, por supuesto, más cuando es una intención centrípeta, un débito centrífugo; es decir, se mueve en torno a estos acontecimientos y no propicia otros, reúne la atención en unos días, en unas horas, amortiza concretos intereses, y en seguida a confiarse, entregarse a solaces intolerables, en ser el imán inefable que atraiga a turistas que no tienen otro rumbo que tomar, cuando, ciertamente, los turoperadores se cuestionan incluir en su orden de prioridades otros destinos como Antequera o Estepona en detrimento de Ronda, por oportunidad, por comodidad y por beneficio. Escaparates estos del entorno de la Goyesca y Ronda Romántica ocultan nuestra trastienda, o aquellos lóbregos sótanos donde gotea el agua que horada la piedra, que pudre la madera, enmohece la forja: el museo municipal en el palacio Mondragón, insuficiente para albergar sus intenciones y apeladas por un magnífico cuadro de trabajadores de arqueólogos, subalternos…, la Casa del Jalifa cerrada, en venta, la Casa del Gigante cerrada, en litigio privado, empedrados de nuestras calles desempedrados, no basta con poner ringleras de macetas en paredes enjalbegadas del casco antiguo y al instante olvidar regarlas, lienzos de muralla que se caen a pedazos, Acinipo tan lejos, tan cerca la Casa del Rey Moro ¿Es privada la galería de La Mina?, privada es la iglesia Mozárabe de La Oscuridad, y las actuaciones que se hicieron años atrás, por falta de mantenimiento, caídas, destrozadas; en tanto se asfaltan calles sobre asfalto todavía caliente, se arreglan acerados sobre acerados recientes o se hacen donde no se requieren, o una vez más saldan la ciudad a los bancos, en esto de pedir préstamos para que otros lo paguen son unos fenómenos, y con el propósito alevoso, entre otros, tal pulir el espejo pretendidamente mágico donde la alcaldesa se ve y entona el “espejito, espejito, quien es la más…”, en comprar el boquete de un Eroski que dejaron marchar, o cómo codician las especulaciones urbanísticas al socaire de algún que otro Bien de Interés Cultural, llámese Murallas y Castillo o antigua Alcazaba, favoreciendo un grosero aparcamiento o dicho más fino un centro de recepción de turistas, otra cornada a nuestra idiosincrasia; decisiones invasivas sin el menor prurito de dignidad por la tierra, por la herencia, sin un mero puntal, amarillo y oxidado, que sostenga el peso de nuestra historia, la gravedad de la memoria, y de nuestro principal reclamo para que esta ciudad exista y nosotros podamos vivir en ella.  

Ronda necesita de una voluntad política firme y decidida, inmediata y eficaz, que ponga ya, mañana es tarde, los andamios para remozar lo deteriorado, para recuperar lo perdido, para innovar las incontables posibilidades de esta bella y poderosa ciudad; por ejemplo, con una nueva y creíble y funcional delegación de patrimonio que se desligue de ese monstruo que es Turismo de Ronda que por abarcar todo, nada abarca y nada consigue, con implementar más recursos, un presupuesto propio y adecuado, trasladar la Casa Consistorial fuera del casco histórico e instalar en su actual y señero espacio, o en el aledaño Castillo, el museo municipal que Ronda merece, negociar con la Junta de Andalucía por alcanzar la administración de Acinipo,… bríos para volver a situarnos en el mundo, en el mundo de la belleza y el sueño corpóreo. Indudablemente, cuando se plantea esto, con conocimiento de causa, se tiene la sensación, tal vez la idea, de penetrar de forma inesperada en una película antigua en la que entendemos sus mudos diálogos porque leemos los subtítulos, pero de la que desconocemos, desgraciadamente, el argumento. Las apariencias.

Ronda no necesita a estos del desgobierno municipal uncidos a una alcaldesa que jamás ganó unas elecciones y que solo ve el trazo de la gaviota en cielos grises, o la que solo está para resarcirse, despacharse, de desagravios personales del pasado. Ronda no los necesita, ni a estos ni a otros con talantes y actitudes tan retraídos ante nuestra riqueza patrimonial, o no necesita la forma de entender de estos ni de ninguno en preocuparse de la ciudad y no de pájaros en la cabeza o réditos políticos y personales, implícito el “espejito, espejito…” Ronda necesita de gestores, honestos, con sentido común, que la hagan sentir la mujer bonita que siempre ha sido, con los que ella se sienta segura y confiada de que nada ni nadie hará lo posible por arruinarla, administrando magistralmente sus armas de seducción con las que luchar y mantener su influjo, hechizo y hegemonía de ser uno de los destinos turísticos punteros de Andalucía, del mundo. En estos momentos, por el contrario, a Ronda solo le queda el maquillaje de Ciudad Soñada que teme ser solo eso, un sueño nostálgico de lo que fue y no de lo que es, una exuberante decadencia, la que fue el más perfecto espacio donde estar en un sueño de belleza, sublimidad y luz.

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