RONDA, UNA CIUDAD DE APARIENCIAS
F.J. CALVENTE
Un puntal de obra,
amarillo y oxidado, sujeta con temor una de las vigas del techo de la oficina
de arqueología del museo municipal de Ronda en el Palacio Mondragón. Sorpresa da
este elemento disonante, inesperado, y, a la vez, un prejuicio incómodo, como
cuando vemos el bastón en el que un anciano sostiene su existencia y porque
jamás deseamos llegar a esa edad de declinaciones, donde aprovechar los últimos
alientos para saldar cuentas con el mundo o dejar impronta de la que fuera o
simplemente entregarse al fin de todo. Y no es que el insólito puntal fuese una
entre las piezas con las que, algún lumbrera trastornado, proyecte convertir
las vitrinas de nuestra historia rondeña en una sala de arte contemporáneo o en
una exposición de artes y oficios del presente, no, solo que el artesanado del
techo se viene abajo y sin que nada, salvo el estribo, ni ninguno de los
lumbreras políticos que desenderezan esta ciudad, solucione. La sorpresa se
acrecienta con una ventana mal encajada en los centenarios muros donde penetran
con derroche todos los susurros y gruñidos de cualquier viento que aspira
impregnarse de antigüedad y dejando para los que allí pretenden trabajar las
bofetadas de fríos insoportables y los enfados recurrentes en cada una de sus
gradaciones; trabajadores arrasados por la resignación, baldías sus innúmeras
prédicas en el desierto y a quienes asientan sus posaderas en los solios del
desgobierno en plaza Duquesa Parcent; luego, aun sin esperar dilatar la
sorpresa con otra visión que infle el globo de la lamentación para terminar
estallando de indignación, al tomar el acceso a las escaleras que conducen al
piso inferior de la unidad de arqueología desde el patio mudéjar, resulta
imposible esquivar la triste mirada en los yerbajos que ondean desafiantes
arriba, sobre la triple arquería, aleros, moldura labrada, madera y ladrillo,
respeto y nobleza. Abajo, en las tres umbrías estancias donde tutela la humedad
y la desolación, se apañan en precariedad insultante, de medios y de espacio, estudiosos,
testimoniales por la precariedad, y el propio personal del museo; no obstante se
las componen con inteligencia, con imaginación, con preparación, motivados, con
numerosas ideas y perspectivas por hacer, por desarrollar, por acrecentar el
atractivo de nuestro arte e historia, insuflar de espíritu a este contenido y
continente, Palacio de Mondragón. Y no son estas, ideas o inventivas, otras se
pueden contar con los dedos de una mano, y sobran dedos, las que palpitan en
las neuronas de su ilustrísima la alcaldesa que debe ser de todos pero que se
debe primero a los suyos y después a sí misma; pues a pesar de las condiciones
deplorables, estos abnegados trabajadores han conseguido cierto orden y
funcionalidad en la amalgama de cajas de plástico que contienen restos
arqueológicos, recuerdos y memorias de lo que fuimos y condicionó cuánto somos
ahora, sometidos, una vez más, a ese mortificante abandono impuesto por quienes
nos desgobiernan, los que rebanan cualquier nimio presupuesto para desempolvar
tantos espejos de nuestra admirable historia y mostrarlos a propios y extraños,
acaso en exposiciones o en nuevas salas temáticas, como ese sueño abrigado por
el personal de arqueología, puesto que sueño es y uno de muchos, de abrir al
público una presentación sobre la Edad Media en Ronda.
Ronda es una ciudad de
apariencias. Ronda es una ciudad de apariencias gestionada por dañinos incompetentes.
Ronda es una ciudad de apariencias que camufla sus miserias en la agonía de su
ayer de esplendor, en el crepúsculo evanescente que dará lugar a la noche, a la
muerte, a ser un lugar ya no inexpugnable, inalcanzable, que no merece el
sacrificio de ir a verlo y a sentirlo, porque ya nada tiene, solo vestigios,
que lo puedan hacer, y conmover, “Más
parece un nido de águilas que una morada de seres humanos”. Y no lo vemos,
no queremos ver esta crónica de una muerte anunciada; más éstos que han ejecutado
un simulacro de gobierno en los cuatro últimos años, éstos que tienen la responsabilidad,
la obligación de hacer algo y han estado afianzados, confiados, relajados, en
que Ronda de por sí, por ser ella, no necesita inversiones en su patrimonio,
monumental y paisajístico, no necesita de mayores arrojos humanos y económicos
para sostener al menos lo que todavía está en pie, íntegro, más o menos aseado,
más o menos estético, no necesita de otros alardes o iniciativas o imaginaciones
para consumar nuevos atractivos patrimoniales, nuevos alicientes para naturales
y visitantes que exigen más llamadas para consumar la belleza o la expresión
individual de algún misticismo épico o mítico, no necesita nada para que el
turismo (individual y organizado) visite la ciudad por el mero hecho de ser un
nombre, una memoria, un deseo, esencia o cómo las limaduras de hierro son
atraídas por el imán. Y es tal la confianza, la improvisación vacua y
temeraria, que incluso estos barandas políticos han dejado morir la lucha por
la consideración de Ronda como Patrimonio de la Humanidad, entretanto ciudades
vecinas, Antequera por caso, nos han sobrepasado con muchísimo menos de lo que
nuestro pueblo siempre fue capaz de regalar a manos llenas y en almas
necesitadas de exaltación.
Ronda se oculta tras
sus capas de apariencia en las que mal sobrevive. Eventos o accidentes rimbombantes,
necesarios verdaderamente, los que venden e incitan a visitar Ronda y a
participarla, Fiestas de Pedro Romero en torno a la corrida Goyesca o esta
brillante idea de Ronda Romántica, no justifican con ser todo el esfuerzo,
trabajo, capital que suscita el servicio de este Ayuntamiento en Turismo y
Tradiciones. Una única misión que jamás será suficiente, por supuesto, más
cuando es una intención centrípeta, un débito centrífugo; es decir, se mueve en
torno a estos acontecimientos y no propicia otros, reúne la atención en unos
días, en unas horas, amortiza concretos intereses, y en seguida a confiarse,
entregarse a solaces intolerables, en ser el imán inefable que atraiga a
turistas que no tienen otro rumbo que tomar, cuando, ciertamente, los
turoperadores se cuestionan incluir en su orden de prioridades otros destinos
como Antequera o Estepona en detrimento de Ronda, por oportunidad, por
comodidad y por beneficio. Escaparates estos del entorno de la Goyesca y Ronda
Romántica ocultan nuestra trastienda, o aquellos lóbregos sótanos donde gotea
el agua que horada la piedra, que pudre la madera, enmohece la forja: el museo municipal
en el palacio Mondragón, insuficiente para albergar sus intenciones y apeladas
por un magnífico cuadro de trabajadores de arqueólogos, subalternos…, la Casa
del Jalifa cerrada, en venta, la Casa del Gigante cerrada, en litigio privado, empedrados
de nuestras calles desempedrados, no basta con poner ringleras de macetas en
paredes enjalbegadas del casco antiguo y al instante olvidar regarlas, lienzos
de muralla que se caen a pedazos, Acinipo tan lejos, tan cerca la Casa del Rey
Moro ¿Es privada la galería de La Mina?, privada es la iglesia Mozárabe de La
Oscuridad, y las actuaciones que se hicieron años atrás, por falta de
mantenimiento, caídas, destrozadas; en tanto se asfaltan calles sobre asfalto todavía
caliente, se arreglan acerados sobre acerados recientes o se hacen donde no se
requieren, o una vez más saldan la ciudad a los bancos, en esto de pedir
préstamos para que otros lo paguen son unos fenómenos, y con el propósito
alevoso, entre otros, tal pulir el espejo pretendidamente mágico donde la
alcaldesa se ve y entona el “espejito, espejito, quien es la más…”, en comprar
el boquete de un Eroski que dejaron marchar, o cómo codician las especulaciones
urbanísticas al socaire de algún que otro Bien de Interés Cultural, llámese
Murallas y Castillo o antigua Alcazaba, favoreciendo un grosero aparcamiento o
dicho más fino un centro de recepción de turistas, otra cornada a nuestra
idiosincrasia; decisiones invasivas sin el menor prurito de dignidad por la
tierra, por la herencia, sin un mero puntal, amarillo y oxidado, que sostenga
el peso de nuestra historia, la gravedad de la memoria, y de nuestro principal
reclamo para que esta ciudad exista y nosotros podamos vivir en ella.
Ronda necesita de una
voluntad política firme y decidida, inmediata y eficaz, que ponga ya, mañana es
tarde, los andamios para remozar lo deteriorado, para recuperar lo perdido,
para innovar las incontables posibilidades de esta bella y poderosa ciudad; por
ejemplo, con una nueva y creíble y funcional delegación de patrimonio que se
desligue de ese monstruo que es Turismo de Ronda que por abarcar todo, nada abarca
y nada consigue, con implementar más recursos, un presupuesto propio y adecuado,
trasladar la Casa Consistorial fuera del casco histórico e instalar en su
actual y señero espacio, o en el aledaño Castillo, el museo municipal que Ronda
merece, negociar con la Junta de Andalucía por alcanzar la administración de
Acinipo,… bríos para volver a situarnos en el mundo, en el mundo de la belleza
y el sueño corpóreo. Indudablemente, cuando se plantea esto, con conocimiento
de causa, se tiene la sensación, tal vez la idea, de penetrar de forma
inesperada en una película antigua en la que entendemos sus mudos diálogos
porque leemos los subtítulos, pero de la que desconocemos, desgraciadamente, el
argumento. Las apariencias.
Ronda no necesita a
estos del desgobierno municipal uncidos a una alcaldesa que jamás ganó unas
elecciones y que solo ve el trazo de la gaviota en cielos grises, o la que solo
está para resarcirse, despacharse, de desagravios personales del pasado. Ronda no
los necesita, ni a estos ni a otros con talantes y actitudes tan retraídos ante
nuestra riqueza patrimonial, o no necesita la forma de entender de estos ni de
ninguno en preocuparse de la ciudad y no de pájaros en la cabeza o réditos
políticos y personales, implícito el “espejito, espejito…” Ronda necesita de
gestores, honestos, con sentido común, que la hagan sentir la mujer bonita que siempre
ha sido, con los que ella se sienta segura y confiada de que nada ni nadie hará
lo posible por arruinarla, administrando magistralmente sus armas de seducción
con las que luchar y mantener su influjo, hechizo y hegemonía de ser uno de los
destinos turísticos punteros de Andalucía, del mundo. En estos momentos, por el
contrario, a Ronda solo le queda el maquillaje de Ciudad Soñada que teme ser
solo eso, un sueño nostálgico de lo que fue y no de lo que es, una exuberante
decadencia, la que fue el más perfecto espacio donde estar en un sueño de
belleza, sublimidad y luz.
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