Hoy día 26 de Mayo, al
igual que desde hace siete años, de la misma manera que en mis otros 18 de Mayo
a lo largo de quince años, la emoción ha coloreado el mundo, mi mundo. Una
siete, la pequeña; quince otra, la adolescente. Los trazos de color que se
imponen a estos erráticos nublados que presagian tormenta y que entenebrecen asimismo
las dudas en mi destino. Mis dos arcos iris que, valiéndose de las lágrimas, tristes
o felices no importan, hacen prisma de los días para remontar el cielo y desplegar
su belleza y candidez. Ángela e Inés. Un esbozo en rojo, un fulgor en sus
pupilas de miel, abre el ímpetu del fuego, de la sangre, aportando la fuerza
necesaria para enfrentarme a mis miedos, a las inseguridades que amenazan el conformismo.
La luz de sus sonrisas es naranja, porque es como los atardeceres de verano,
colmada de dorados de elocuencia y añiles de alegría; un refugio para cuando la
autoestima pesa tanto como la decepción. Y cuando su nostalgia por lo que tiene
que venir y no por las sensibles rendiciones del pasado, se acicala del amarillo
más recogido de aquellos crepúsculos ardientes, la creatividad fluye a través
de sus lápices de colores, en las teclas que enhebran frases de historias
apasionantes, en juegos donde Peter Pan retiene el tiempo con el polvo mágico, teñido
y luminiscente, de Campanilla que, en ondas, fluctúa como la música con la que
ponen sintonía, y tal vez creencia, en su universo. Verde es su ensimismamiento
ante lo que consideran, inconscientemente, importante, no superfluo; curvando
arriba mis labios por esa franqueza espolvoreada de esperanza, de confianza por
cuanto tenga que vivir, para descubrirme tranquilo, sereno. Y es que sus
gestos, gobernados por la inercia del azul, del azul del cielo en primavera,
del azul del agua por profundos abismos, o en miradas tersas de virtud, como
las dulces pátinas que serenan las palabras, los matices, las complicidades, los
guiños cristalinos, conservan la calma y el equilibrio, su inocencia. Ojalá que
jamás abandonen los dictados de su intuición, los efectos que no se plantean
sus causas, de su espíritu de color violeta, porque entonces dejarán de ser libres,
puras, para convertirse en lo que los demás pretendemos de ellas. Como ese
ramillete de luz que penetra ahora por la ventana y que extiende el
desconcierto de este blanco nublado zaherido por celestes lejanos. Así que encuentro
en estos almanaques marcados por el color de la emoción, esa afectividad que me
hace esquivar, o al menos amenorar, mis angustias, las ansiedades y el miedo de
todo cuanto ahora necesito y cuya duración no arribe en el desamparo. De ahí
que el gris de mi respeto, de mi cuidado, de mi atención, de mi obligación,
arranca del negro de sus cabellos, de la elegancia y seguridad que encienden,
milagro que así sucede, a este níveo y nublo ambiente, en el luminoso, claro,
blanco, de su idealismo, del Amor y de su generosidad sin cargas. Aniversarios
de mis hijas, años que transcurren en arcos iris que colorean mi mundo. Os
quiero.
F.J. CALVENTE
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