Hoy quiero narraros,
día más o día menos después de su suceso, uno de estos detalles que en
principio atañen insignificantes y que luego encierran o despliegan el prodigio
y la reflexión de un hecho extraordinario. Será porque el sol recupera su
hegemonía y, decidido, persevera en hacer verano lo que, días atrás, venía
siendo el colofón a un invierno plácido o una primavera contrariada. Será por
estas veleidades del sentimiento.
La reflexión:
Ya nadie anhela alcanzar
lo imposible, ni intentar algo, un mínimo indicio de buscar o ambicionarlo; ni
siquiera cuando la necesidad, inconsciente por lo habitual, incomoda el alma en
uno de aquellos pliegues que, depositando en la intuición todas sus esperanzas,
nos animan por encontrar cualquier forma que establezca nuestra comunión con el
universo o con la belleza, tanto da. Si no me creen, respóndanme,
justifíquenme, cuéntenme, el porqué de esa imprevista melancolía a lo mejor en
una tarde de otoño mientras llueve tras los cristales de la ventana, o esa
nostalgia que encoge el pecho, hormiguea en el estómago como uno de los
síntomas de un amor verdadero, un tajo al igual que el esplendor rojizo que
hiende el cielo añil en el horizonte, al atardecer, o pónganle nombre a
cualquier emoción que fluye porque quiere y no por voluntad propia o así la
razón establezca su poder sobre ella. No, ciertamente ya no aspiramos a lo
imposible; por desdén, por resignación, por olvido, apatía o puesto que ni viéndonos
en el espejo nos reconocemos a nosotros mismos. Sin embargo, aun sin conjeturar
la posibilidad de hacer posible lo imposible, y disculpen la redundancia, en
hinojos ante axiomas universales y presuntamente infalibles, omnipotentes,
omniscientes… y otros “omni” que significan “todo” y quizás sus concluyentes “entes”
restituyeran nuestra misma mirada en el espejo que, exactamente, declama al
ser, o el ser reflejado al que no podemos ver y entender, postrados a la
imposibilidad que nos trasciende, que no nos pertenece, y cuando no nos
detenemos a pensar, a intuir, que cada vez son más las cosas a las que dejamos
ir y ante el criterio, o la cobardía, de no aceptarlas, de no querer
entenderlas, y sea porque exigen un poco de atención, de consideración, de
afecto, de añorarlas y porque en el recuerdo permanecen.
Por supuesto que es
posible hacer posible lo imposible, tanto como mañana, si ya no nosotros, el
sol saldrá por el Este y aquí, en Ronda, tras una atalaya de erosionadas
montañas con las fustas de un milenarismo azul, o la luna remontando un cielo
cercano, no oscuro pero si insondable, engalanando la humilde cal de las
paredes, la dureza de las piedras de las calles, con el plateado barniz de un
sueño de grandeza, la tilde asombrosa y perpetua arriba donde, reitero, lucirá aunque
ya nosotros no estemos mañana para verlo. Por supuesto que es posible hacer
posible lo imposible, no son inéditos los sueños que contravienen serlos al
concretarse con los sentidos. Por supuesto que es posible hacer posible lo
imposible y no por vacuas entendederas, intereses fracasados o fresados de
ilusiones, provechos, como que sea imposible que el Madrid de fútbol no haya
ganado título alguno o el Barça los haya ganado todos, o la posibilidad de
algún pacto político que se frustra porque son imposibles los alcances de
quienes lo arreglan, o interpretan, y bastante y tristemente los límites que
ponen a buen recaudo los misterios de la imposibilidad. No, no se trata de
esto. Por supuesto que es posible hacer posible lo imposible y bien que la
música, la poesía, la fotografía, unas letras inspiradas, ciertas pautas religiosas
o metafísicas o espirituales o filosóficas, como las piezas de un puzzle
cósmico, como un jeroglífico recóndito, como un arcano indescifrable, sugieren
la posibilidad y la consciente búsqueda por merecer el hacer posible lo
imposible. Solo falta, solo se consigue, con deseo y voluntad, entrega, con
consciencia.
En estos momentos por
los que corren estas apresuradas líneas, cuando es absurdo que haga este frío
con el verano respirando en las fracturas de la primavera, cuando las nubes
grises y negras escenifican en el cielo las tristes acuarelas del invierno,
cuando todo insiste en el recogimiento y no alienta a salidas o esparcimientos
exteriores, hoy, precisamente, como una luz que cae decidida y oblicua de estas
ambiguas grisallas, al unísono de un crepúsculo rosáceo, algodonado, de frescor
celeste y complicado, me traspasa el asombro primero, la admiración pronto, y
la maceración de un sentimiento, de una emoción intensa que testifica en el propio
libro de los testimonios del universo, el peso de los tiempos, y de los
espacios, trascendiéndolos en la concreción de un prodigio, un milagro, la
constatación de que es posible hacer posible lo imposible. En un abrir y cerrar
de ojos, fugaz, íntimo, en todo caso inesperado, casual si no supiera de no
existir, curiosamente por ser imposible, imposible la casualidad, una imagen
viene a testificarme la viabilidad de contrariar la imposibilidad o tajar ese
“im” de su poso, la garantía, o la palpable prueba de aquello que la Alquimia
conseguía tras transformar cualquier materia en oro, hasta la oscuridad del
corazón.
El hecho
extraordinario:
Una fotografía, pero
que es una escultura. La imagen de una escultura. Una mujer esculpida en
mármol. Luego me interesé por saber que es la obra titulada “La modestia” de
Antonio Corradini, en la capilla principesca de Santa Maria della Pietà,
conocida como Capilla Sansevero o Pietatella, situada en Sangro di Sansevero en
Nápoles. El mágico movimiento del quieto cuerpo, capturado en las sinuosidades
del velo. La desnudez. La armoniosa proporción que recae más allá del portento
modelado en la piedra, que precipita lo mínimo en lo máximo, su singularidad en
la diversidad, lo sutil en lo inextricable, lo majestuoso en sencillo; es decir,
proyecta en un instante concreto, congelado, la estructura del universo, la
fórmula de la Belleza, la divina naturaleza de las cosas, con las que el genio
nos brinda la posibilidad acabada de hacer posible lo imposible. Solo tras mi fascinación
inicial, la emoción me hace ver, sin duda alguna sentir, cómo tras la derrota
del tiempo, retenido en esta figura modelada en un espacio de confines
concretos, de acuerdo que bellos, perfectos, a la eternidad, o a uno de sus
eternos momentos. Y lega el mensaje, el desafío cumplido, la máxima búsqueda de
la expresión tallada por vocación del artista, del maestro, que en el diseño
escultural, en la mujer, a partir de un grosero trozo de mármol, hizo posible
la imposibilidad o consumar el más sublime sueño de Belleza. La mujer del velo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario