Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



lunes, 29 de junio de 2015

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "El lector del tren de las 6.27" de Jean-Paul Didierlaurent


“La gente corriente esconde un mundo extraordinario”

 

A estas alturas no les voy a insistir en que no creo en la casualidad, más bien confío en la causalidad y aunque ignore sus causas, tampoco en aquello que tanto les he repetido acerca de cómo el libro es quien elige a su lector. Bien, será por casualidad, o causalidad, o porque “El lector del tren de las 6.27” me ha elegido aquí y ahora, pero he pasado con este unos momentos de lectura agradables y amenos. Y no es porque este ejemplar pase a formar parte de las obras maestras de la Historia de la Literatura, un clásico por su profundo contenido, esmerada prosa, o complejidad, no, tampoco supongo que al autor le importo ni le importe en demasía cuando lo escribió, sino por ser un libro sencillo, amable, que, fundamentalmente, transmite y emociona, y con el que yo me he abstraído de la realidad, de alguna que otra contrariedad, para disfrutar de todas y cada una de sus doscientas páginas que, sinceramente, me han parecido suficientes, seguramente a algunos les parecerán pocas, pero en su brevedad logra atrapar un universo grato y sensible. Una historia que atrapa desde el principio y ya no te suelta hasta el final, sumergiéndote en su argumento con una sonrisa en la cara y un pellizco en el alma, en sus personajes, en los descubrimientos y agrados que incurren tras pasar sus páginas. No hay nada más maravilloso detrás de una vida cualquiera, sea insignificante o insulsa, que existan momentos inolvidables. Y ahora, pasen y vean: imagínense el Metro de París a las 6.27 de la mañana, cuando un hombre anodino, gris, llamado Guibrando Viñol, se sienta en un tren de cercanías camino del trabajo, en un asiento reclinable de plástico, y extrae unas páginas indemnes de libros que han sido destruidos. Tras aclararse la voz comienza a leer en voz alta las hojas, una poesía, un retazo de relato o una receta de comida, ante la expectación del resto de pasajeros…  ¿No les parece ya suficiente gancho para adentrarse en la historia de este “El lector del tren de las 6.27” de Jean-Paul Didierlaurent y editado por Seix Barral?

 

“Despachaba los textos con una idéntica aplicación concienzuda. Y cada vez, la magia surgía. Cuando las palabras dejaban sus labios, se llevaban con ellas un poco del asco que lo atenazaba a medida que se acercaba a la fábrica”

 

Y hay mucho más de lo que su sinopsis, evidentemente, recoge: Guibrando Viñol no es ni guapo ni feo, ni gordo ni flaco. Su trabajo consiste en destruir lo que más ama: es el encargado de supervisar la “Cosa”, la abominable máquina que tritura los libros que ya nadie quiere leer. Al final de la jornada, Guibrando saca de la entrañas del monstruo las pocas páginas que han sobrevivido a la destrucción. Cada mañana, en el tren de las 6.27, se dedica a leerlas en voz alta para deleite de los pasajeros habituales. Un día descubre por casualidad una pieza de literatura atípica que le cambiará la vida. La amistad une a un grupo de personajes aparentemente anodinos, probables compañeros invisibles de nuestros viajes cotidianos en tren, que esconden mundos extraordinarios donde todo es posible: un vigilante de seguridad que habla en verso, una princesa cuyo palacio es un aseo público, un mutilado que busca sus piernas. En una mezcla insólita de humor negro y dulzura, celebramos con ellos el triunfo de los incomprendidos.

 

“Me gusta pensar que mis textos han madurado durante la noche, como se deja reposar la masa del pan para encontrarla por la mañana temprano bien hinchada y olorosa”

 

No voy a caer en el error, por supuesto, de buscarle tres pies al gato, de arrimar esta historia a analogías o géneros o estilos o aproximaciones literarias; ni mucho menos a emplear palabras tan rotundas como si es un claro ejemplo del modo sinóptico, de meta-literatura, o si en su narración subyace una crítica subversiva a la sociedad, al negocio editorial. Indudablemente, su protagonista, Guibrando Viñol, al odiar su trabajo puesto que ama los libros, a través de sus lecturas matinales pueda entenderse cierta disidencia al sistema. Sea como fuere, se agradece al escritor francés su maestría al tratar temas profundos en una trama que en principio puede parecer incluso insustancial, pero solo hay que hurgar un poco para descubrir su verdadero significado y trascendencia. Yo me quedo con su sentido vital, con su sensibilidad, lo demás carece de sentido. Y dicho esto, son dos las partes en las que se estructura la novela:

 

“Así actúa la muerte, pensó, a veces le basta con poner una banderilla y seguir luego con otras ocupaciones”

 

Por un lado, la penosa vida de su protagonista, soltero, con la única compañía de un pez rojo al que cuenta todas sus confidencias y cuitas del día, Guibrando Viñol es su nombre, un nombre que le ha atormentado desde su infancia por las burlas de sus compañeros de colegio y al que todo el mundo sigue confundiendo y variando a su antojo, un hombre tímido y excesivamente introspectivo No obstante, su historia rezuma familiaridad, nos sentimos identificados con este personaje quizás porque tiene un trabajo al que odia, pero que tiene la suerte de tener y que le permite pagar las facturas y mantener su independencia, resignación de nuestros días. Guibrando, además, es un ser retraído, de ilusiones que parecen haberse esfumado hace tiempo, conformándose con el placer que le proporcionan las pequeñas cosas, los pequeños gestos del día a día. Junto a él encontramos las personas que le rodean, protagonistas igual de comunes, invisibles, desapercibidos en la frialdad y vorágine de Paris, en la impasible sociedad actual; de los que luego, descubrimos con asombro y porque todos somos así de alguna u otra manera, encuentran su heroísmo, su cuota de gloria, en la amistad pura y la experiencia asentadas en ese mismo detalle fundamental de la novela, en los pequeños detalles y en los pequeños golpes de suerte, el brillo que reluce en sus existencias y la ilusión en el mañana. Ya no es solo las lecturas de Guibrando en el tren o en la residencia de ancianos, sino el vigilante Yvon recitando alejandrinos sin orden ni concierto (Alexandrófilo por propia definición), o su íntimo amigo, Giuseppe, intentando recuperar sus miembros cercenados por la propia trituradora “la cosa”… mejor lo dejó así por no estropear sorpresa alguna, y lo mismo que Julie, la gran ausente, la personificación del amor, contando baldosas y escribiendo un diario en forma de relato en el que aglutina todos sus pensamientos y esperanzas. Incluso los compañeros de la Central de Residuos, de la STRN, tienen su papel en fundamentar el testimonio vital: Felix Kowalski, el jefe indeseable; Brunner, quien maneja la Zerstor, “la cosa”,  junto a Guibrando y envidia poner en marcha la máquina; hasta el propio pez rojo y compañero de piso, Rouget de Lisle. Y aún más, “Las groupies”: las encantadoras hermanas Delacôte, Josette y Monique, seguidoras de las lecturas mañaneras de Guibrando en el cercanías y que lo llevan a Las Glicinas, una residencia de ancianos para… En definitiva, ilusiones; ilusiones en torno a las que gravitan los personajes y hacen bella a esta historia. Ilusiones capaces de transformar la vida más anodina en destellos que iluminen el presente, el mañana. El amor como motor imprescindible de la existencia.

 


“Tres horas para que él me cuente, para que los dos nos contemos y vayamos, quizá, allí donde las palabras todavía no han ido jamás”

 

Y es en la segunda parte de la novela donde prevalece el amor como esencia del mundo.  La historia de amor que surge a través de un pendrive que Guibrando encuentra en el tren y que contiene unos setenta y tantos textos, como un diario, correspondiente a una mujer, Julie, y de la que se enamora y busca por toda la ciudad. Memorable la carta que compaña las flores a Julie, y solo voy a decir esto...

 

En definitiva, una novela breve y sin pretensiones, sencilla de leer y agradable. Quizás por ello, por ser un libro atípico, tan diferente, atesora ahí su magia y su capacidad para no defraudar a nadie. Insisto en que no pasará a la historia de la literatura, vale, pero no se podrá negar que sea un trabajo pulcro, entretenido, realista, costumbrista, divertido, melancólico, honesto… Un Cuento con mayúsculas. Un cuento moderno, un homenaje a la literatura y a la lectura y para los que amamos leer; bonito, original, sensible, de prosa sencilla, que hace sonreír y enternecer. Léanlo y no se arrepentirán. Seguro.

 

"Tialogismo num. 8: Si una sonrisa no cuesta nada, devuelva todas las que pueda"

 

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