“La gente corriente esconde un mundo extraordinario”
A estas alturas no les voy a
insistir en que no creo en la casualidad, más bien confío en la causalidad y
aunque ignore sus causas, tampoco en aquello que tanto les he repetido acerca
de cómo el libro es quien elige a su lector. Bien, será por casualidad, o
causalidad, o porque “El lector del tren de las 6.27” me ha elegido aquí y
ahora, pero he pasado con este unos momentos de lectura agradables y amenos. Y
no es porque este ejemplar pase a formar parte de las obras maestras de la
Historia de la Literatura, un clásico por su profundo contenido, esmerada
prosa, o complejidad, no, tampoco supongo que al autor le importo ni le importe
en demasía cuando lo escribió, sino por ser un libro sencillo, amable, que,
fundamentalmente, transmite y emociona, y con el que yo me he abstraído de la
realidad, de alguna que otra contrariedad, para disfrutar de todas y cada una
de sus doscientas páginas que, sinceramente, me han parecido suficientes,
seguramente a algunos les parecerán pocas, pero en su brevedad logra atrapar un
universo grato y sensible. Una historia que atrapa desde el principio y ya no
te suelta hasta el final, sumergiéndote en su argumento con una sonrisa en la
cara y un pellizco en el alma, en sus personajes, en los descubrimientos y
agrados que incurren tras pasar sus páginas. No hay nada más maravilloso detrás
de una vida cualquiera, sea insignificante o insulsa, que existan momentos
inolvidables. Y ahora, pasen y vean: imagínense el Metro de París a las 6.27 de
la mañana, cuando un hombre anodino, gris, llamado Guibrando Viñol, se sienta
en un tren de cercanías camino del trabajo, en un asiento reclinable de
plástico, y extrae unas páginas indemnes de libros que han sido destruidos.
Tras aclararse la voz comienza a leer en voz alta las hojas, una poesía, un
retazo de relato o una receta de comida, ante la expectación del resto de
pasajeros… ¿No les parece ya suficiente
gancho para adentrarse en la historia de este “El lector del tren de las 6.27”
de Jean-Paul Didierlaurent y editado por Seix Barral?
“Despachaba los textos con una idéntica aplicación concienzuda. Y cada
vez, la magia surgía. Cuando las palabras dejaban sus labios, se llevaban con
ellas un poco del asco que lo atenazaba a medida que se acercaba a la fábrica”
Y hay mucho más de lo que su sinopsis,
evidentemente, recoge: Guibrando Viñol no es ni guapo ni feo, ni gordo ni
flaco. Su trabajo consiste en destruir lo que más ama: es el encargado de
supervisar la “Cosa”, la abominable máquina que tritura los libros que ya nadie
quiere leer. Al final de la jornada, Guibrando saca de la entrañas del monstruo
las pocas páginas que han sobrevivido a la destrucción. Cada mañana, en el tren
de las 6.27, se dedica a leerlas en voz alta para deleite de los pasajeros
habituales. Un día descubre por casualidad una pieza de literatura atípica que
le cambiará la vida. La amistad une a un grupo de personajes aparentemente
anodinos, probables compañeros invisibles de nuestros viajes cotidianos en
tren, que esconden mundos extraordinarios donde todo es posible: un vigilante
de seguridad que habla en verso, una princesa cuyo palacio es un aseo público,
un mutilado que busca sus piernas. En una mezcla insólita de humor negro y
dulzura, celebramos con ellos el triunfo de los incomprendidos.
“Me gusta pensar que mis textos han madurado durante la noche, como se
deja reposar la masa del pan para encontrarla por la mañana temprano bien
hinchada y olorosa”
No voy a caer en el error, por
supuesto, de buscarle tres pies al gato, de arrimar esta historia a analogías o
géneros o estilos o aproximaciones literarias; ni mucho menos a emplear
palabras tan rotundas como si es un claro ejemplo del modo sinóptico, de meta-literatura,
o si en su narración subyace una crítica subversiva a la sociedad, al negocio
editorial. Indudablemente, su protagonista, Guibrando Viñol, al odiar su
trabajo puesto que ama los libros, a través de sus lecturas matinales pueda
entenderse cierta disidencia al sistema. Sea como fuere, se agradece al
escritor francés su maestría al tratar temas profundos en una trama que en
principio puede parecer incluso insustancial, pero solo hay que hurgar un poco
para descubrir su verdadero significado y trascendencia. Yo me quedo con su
sentido vital, con su sensibilidad, lo demás carece de sentido. Y dicho esto,
son dos las partes en las que se estructura la novela:
“Así actúa la muerte, pensó, a veces le basta con poner una banderilla
y seguir luego con otras ocupaciones”
Por un lado, la penosa vida de su
protagonista, soltero, con la única compañía de un pez rojo al que cuenta todas
sus confidencias y cuitas del día, Guibrando Viñol es su nombre, un nombre que
le ha atormentado desde su infancia por las burlas de sus compañeros de colegio
y al que todo el mundo sigue confundiendo y variando a su antojo, un hombre
tímido y excesivamente introspectivo No obstante, su historia rezuma
familiaridad, nos sentimos identificados con este personaje quizás porque tiene
un trabajo al que odia, pero que tiene la suerte de tener y que le permite
pagar las facturas y mantener su independencia, resignación de nuestros días.
Guibrando, además, es un ser retraído, de ilusiones que parecen haberse
esfumado hace tiempo, conformándose con el placer que le proporcionan las
pequeñas cosas, los pequeños gestos del día a día. Junto a él encontramos las
personas que le rodean, protagonistas igual de comunes, invisibles,
desapercibidos en la frialdad y vorágine de Paris, en la impasible sociedad
actual; de los que luego, descubrimos con asombro y porque todos somos así de
alguna u otra manera, encuentran su heroísmo, su cuota de gloria, en la amistad
pura y la experiencia asentadas en ese mismo detalle fundamental de la novela,
en los pequeños detalles y en los pequeños golpes de suerte, el brillo que
reluce en sus existencias y la ilusión en el mañana. Ya no es solo las lecturas
de Guibrando en el tren o en la residencia de ancianos, sino el vigilante Yvon
recitando alejandrinos sin orden ni concierto (Alexandrófilo por propia
definición), o su íntimo amigo, Giuseppe, intentando recuperar sus miembros
cercenados por la propia trituradora “la cosa”… mejor lo dejó así por no
estropear sorpresa alguna, y lo mismo que Julie, la gran ausente, la
personificación del amor, contando baldosas y escribiendo un diario en forma de
relato en el que aglutina todos sus pensamientos y esperanzas. Incluso los
compañeros de la Central de Residuos, de la STRN, tienen su papel en
fundamentar el testimonio vital: Felix Kowalski, el jefe indeseable; Brunner,
quien maneja la Zerstor, “la cosa”,
junto a Guibrando y envidia poner en marcha la máquina; hasta el propio
pez rojo y compañero de piso, Rouget de Lisle. Y aún más, “Las groupies”: las
encantadoras hermanas Delacôte, Josette y Monique, seguidoras de las lecturas
mañaneras de Guibrando en el cercanías y que lo llevan a Las Glicinas, una
residencia de ancianos para… En definitiva, ilusiones; ilusiones en torno a las
que gravitan los personajes y hacen bella a esta historia. Ilusiones capaces de
transformar la vida más anodina en destellos que iluminen el presente, el mañana.
El amor como motor imprescindible de la existencia.
“Tres horas para que él me cuente, para que los dos nos contemos y
vayamos, quizá, allí donde las palabras todavía no han ido jamás”
Y es en la segunda parte de la
novela donde prevalece el amor como esencia del mundo. La historia de amor que surge a través de un
pendrive que Guibrando encuentra en el tren y que contiene unos setenta y
tantos textos, como un diario, correspondiente a una mujer, Julie, y de la que
se enamora y busca por toda la ciudad. Memorable la carta
que compaña las flores a Julie, y solo voy a decir esto...
En definitiva, una novela breve y
sin pretensiones, sencilla de leer y agradable. Quizás por ello, por ser un
libro atípico, tan diferente, atesora ahí su magia y su capacidad para no
defraudar a nadie. Insisto en que no pasará a la historia de la literatura,
vale, pero no se podrá negar que sea un trabajo pulcro, entretenido, realista,
costumbrista, divertido, melancólico, honesto… Un Cuento con mayúsculas. Un
cuento moderno, un homenaje a la literatura y a la lectura y para los que
amamos leer; bonito, original, sensible, de prosa sencilla, que hace sonreír y
enternecer. Léanlo y no se arrepentirán. Seguro.
"Tialogismo num. 8: Si una sonrisa no cuesta nada, devuelva todas
las que pueda"
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