Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



jueves, 25 de junio de 2015

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Sus ojos en mí" de Fernando Delgado

“Pero sus ojos en mí tendrá el desenlace que elija con su imaginación quien la lea, quien siga por medio de mi relato la obsesiva mirada de amor de aquella mujer sobre el cómplice elegido”

 


Teresa de Jesús tuvo un gran amor: Jerónimo Gracián. Seductor, bien parecido, elocuente y dotado de excepcional inteligencia, fue su más fiel aliado en la reforma del Carmelo. Las cruentas batallas entre los carmelitas calzados y los descalzos son el telón de fondo sobre el que se proyecta la íntima amistad de la monja y el fraile. Viajes, fundaciones, procesos y cautiverios, crímenes reales o venenosas habladurías se suceden en un relato trepidante.

 

 Amena y por momentos perturbadora, Sus ojos en mí arroja luz no usada sobre el perfil más humano de la santa, rescata del olvido la fascinante figura de su adorado Gracián y describe las consecuencias que después de la muerte de Teresa y hasta su propia muerte tuvo para él la permanente mirada de ella.

 

La siguiente reseña correspondiente a “Sus ojos en mí” de Fernando Delgado sigue mi directriz de leer a los últimos premios de literatura que inicié con los “Planeta” y seguí con “Misterioso asesinato en casa de Cervantes” de Juan Eslava Galán y “El último paraíso” de Antonio Garrido, este de ahora alcanzó el galardón del Premio Azorín, 2015. Y antes de nada, incluso en este blog lo he reiterado en más de una ocasión, el hecho de ganar un certamen literario no significa que la obra esté más arriba o a la altura de otras que no concursaban o, lógico, no alcanzaron recompensa o porque no les importaba esta o cualquier otra promoción. De hecho, y es mi apreciación, no me ha gustado esta novela, tanto que me he aburrido bastante, una historia sin principio ni fin, en una reiteración cansina de la pretendida, según su argumento, historia de “amor” entre Teresa de Jesús y fray Jerónimo Gracián; aprovechando seguramente su autor el V Centenario del nacimiento de la Santa que se conmemora este año y, parece ser, ha hecho lo propio otra escritora, Espido Freire, con su “Para vos nací”. Poco encontramos en la novela de Fernando Delgado sobre el contexto convulso de transformación o reforma de la orden del Carmelo, entre Calzados y nuevos Descalzos, en el interregno de Carlos I y Felipe II. Sin embargo, una cosa no invalida a su aspecto narrativo; es decir, Fernando Delgado escribe muy bien, y siquiera sea bajo esa pátina o matiz seráfico que, quizás por el tema, ha impregnado su manuscrito.

 

Desilusionado, ciertamente, con estos “amores admirativos” entre figuras sobresalientes de la religión hispánica. En primer lugar porque me esperaba una biografía novelada de esta relación llamémosle insólita y no he encontrado nada más que anécdotas, una historia paralela que transcurre por los años sesenta, y algunos espurios entrecomillados de sus personajes o textos mutilados de su correspondencia privada. Hasta cuatro tramas paralelas, tres narradores, y un ingenuo “diablillo” que aparece con calzador, irrelevante si no fuera por acentuar o testificar la presunción, nuestras oscuras imaginaciones o liviandad, sobre la sexualidad, más homosexual, entre quienes se suponían que guardaban su voto de renuncia ante esos “momentos relajados”. “Decidí hacerme fraile porque la castidad era más fácil para mí que la lujuria, más tranquilizante” Nada más. Una historia, indudablemente, muerta, confusa, inexpresiva, que ni aun escribiéndose a sí misma, en ese contexto casi actual en el que el narrador, o los narradores, no la hacen original, contribuyendo a embrollarla más un fallido ensayo de hacer algo nuevo. No es una novela histórica, de acuerdo, a pesar de la documentación utilizada por Fernando Delgado, interpretando la comunicación epistolar sostenida entre los protagonistas carmelitas. No hace ninguna reconstrucción del pasado, sino que da alas a su imaginación y, a través de una interesante y sugerente mirada de Santa Teresa en el Padre Gracián, se sacude cualquier rigor histórico para construir una historia de amor que, sin conseguirlo, la identifique con la solidaridad o el sentimiento de los lectores.

 

“-Puso sus ojos en él –le dije a bocajarro. A bocajarro me respondió ella, con tono de hallarse harta de la conversación o de faltarle paciencia: -Puso los ojos de una esposa del Señor y no los de una mujer esclava de los hombres. –Gracián percibió que puso los ojos en él”

 

Y sin importarme, no sé en los demás, su prosa erudita y recargada que ralentiza el tiempo de la narración, con su caprichosa ausencia de puntuación para hacer más tolerante muchas frases pomposas, o alguna que otro ocurrencia sobre la tópica fogosidad de algunas mujeres y hombres al ingresar en los conventos o monasterios, ni como anecdotario, esperaba que tan interesante momento donde se construye la novela, esa mirada de amor, ese “ubi amor, ibi oculus” de la teología medieval que iluminó las vidas de ambos, de Teresa y Gracián, si bien esta mirada de amor y sigámosle tildándola de “admirativa” significase la destrucción de Jerónimo Gracián por las sospechas y calumnias que levantó hasta su misma muerte, algo que el autor remacha en boca de fray Casto, su narrador principal: “el amor a veces da más dolor que felicidad”, dice. Otros personajes redundan en esta idea: “el amor lleva a dificultades”, “el mundo somete al amor a muchas peripecias”, “por amor uno acaba en cualquier desbarajuste”, no termina por sorprender y progresar, perdida en la fragosidad de los otros derroteros de la historia. Teresa de Jesús está en Beas de Segura donde recibe la visita de un joven y apuesto fraile, Jerónimo Gracián, visitador de la orden, él con treinta años y ella con sesenta, quien con el tiempo se convertirá en un pilar fundamental de la reforma emprendida por la santa. Ella de inmediato siente “lo que no había sentido antes por nadie”. Juntos no todo el tiempo que desearan y en el que, entre diálogos más o menos profundos, más o menos trascendentes, plenos de inquietudes y sentimientos, la monja define como “los más luminosos de mi vida”. No es, pues, si verdaderamente el autor tuvo intención de idear su obra en torno a esto, una novela de amor, sin importar sus variantes, admirativo o sensual, contemplativo o carnal, no es un tratado de amor.

 

“Pero no sé si por ponerla a prueba o por jugar, por presumir que Teresa confundía a veces a Dios con sus imaginaciones, o que para ella eran lo mismo”

 

Tampoco me ha entusiasmado el otro tema de la novela, el poder temporal o la lucha de poderes en el seno de la iglesia del S. XVI, entre el imperio real y el pontificado, las rencillas, acusaciones, difamaciones, crímenes… comprometiendo la reforma de la orden del Carmelo en la que tan imbuida estaba Teresa de Jesús y que tantos sufrimientos le produjo. El autor, como si diera cuenta de un trámite obligado, pasa casi de puntillas sobre este escenario histórico de luchas y traiciones por alcanzar el poder. Cierto, como ya he dejado dicho, que no es esta una novela histórica, convencional o no; pero, insisto, me hubiera gustado mayor rigurosidad y extensión en acontecimientos tan importantes como la reforma de la orden del Carmelo que emprendió Teresa a instancias de Gracián, y en ella la relación con hierofantes de la iglesia como el padre general Rubeo, el nuncio Ormaneto, Doria,… o una mayor descripción del cautiverio de Gracián por el Turco, o sus andanzas por Castilla, o la muerte de Teresa, o el desprecio que la Santa tenía hacia el paisanaje andaluz, más por su estancia en Sevilla, o mayor profundización en el epistolario teresiano o el misticismo del que fue figura indiscutible. Nada, el autor se limita a tomarse muchísimas licencias, que en otro orden de cosas son hasta bien venidas por su buen hacer con la escritura, pero que restan credibilidad, interés, tanto a la historia como a su pretensión de lo que fuera o a cuanto fuera, sea el amor o el hecho de hacernos ver, de descubrirnos a un personaje inédito, quizás por encontrarse bajo las faltas de la “descalza”, su adorado Jerónimo Gracián.

 

Desilusionado. Y aburrido.

 

“Daban por natural que los hombres de Dios ofrecieran la impresión de que no estaban hechos para la corte celestial sino para este mundo”

 

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