“Complejo juego de mentiras y verdades, de pasiones, derrotas,
maquinaciones y amores frustrados que ni los años ni los océanos habían logrado
tronchar”
Créanme. Tres novelas de María
Dueñas y todavía no me siento capaz de soltar el lastre de considerarla, como
definen ciertos sofisticados críticos literarios, una “one-hit wonder”, escritora
de una sola novela. Incomprensible, tal vez. A ver como explico esto… Leí “El
tiempo entre costuras” en plena ebullición del fenómeno mediático-literario que
fue, todo el mundo había leído la novela, a todos le había gustado y todos la
recomendaban, a esto y ante el próximo estreno de la serie para televisión, la
que a algunos satisfizo más que el papel, decidí leerla. Y me gustó. Luego no
leí “Misión Olvido” por las mismas aunque adversas circunstancias, a pocos
gustó. Con “La Templanza” (Ed. Planeta, 2015) sucedió un tanto de lo mismo:
reticente porque no soy de los que abandonan un libro una vez comenzado,
ingrato el tiempo si es malo, y en cambio no parecía ser este el caso de su
obra anterior, por satisfactorios comentarios de familiares y conocidos que ya
lo habían leído, por encontrarme su publicidad hasta en los lugares más
insospechados. Así, recuerdo que en Librería Rilke, cogí un ejemplar, sopesé
sus 544 páginas, y ojeé su contraportada: “Si
no has olvidado El tiempo entre costuras, recordarás para siempre La Templanza,
la nueva novela de María Dueñas. Nada hacía suponer a Mauro Larrea que la
fortuna que levantó tras años de tesón y arrojo se le derrumbaría con un
estrepitoso revés. Ahogado por las deudas y la incertidumbre, apuesta sus
últimos recursos e n una temeraria jugada que abre ante él la oportunidad de
resurgir. Hasta que la perturbadora Soledad Montalvo, esposa de un marchante de
vinos londinense, entra en su vida envuelta en claroscuros para arrastrarle a
un porvenir que jamás sospechó. De la joven república mexicana a la espléndida
Habana colonial; de las Antillas al Jerez de la segunda mitad del XIX, cuando
el comercio de sus vinos con Inglaterra convirtió la ciudad andaluza en un
enclave cosmopolita y legendario. Por todos estos escenarios transita La
Templanza, una novela que habla de glorias y derrotas, de minas de plata,
intrigas de familia, viñas, bodegas y ciudades soberbias cuyo esplendor se
desvaneció en el tiempo. Una historia de coraje ante las adversidades y de un
destino alterado para siempre por la fuerza de una pasión. Solo las grandes
historias despiertan grandes emociones”. Decidí leerla. Y me gustó, quizás
porque me recordó a su primer best-seller. De ahí lo de novelista de una novela.
En “La Templanza”, justo es
reconocerlo, aun estando en la línea de las peripecias de Sira Quiroga, se nota
la madurez narrativa de María Dueñas, sin esos fallos habituales en los
escritores noveles. Por otro lado no sabría dónde ubicarla, y no sé si es el
gran mérito o confusión de la obra, original sin duda, ya que no es una
historia de amor en sí, la primera aparición de Soledad Montalvo (indirecta,
mediante una tarjeta de presentación) no llega hasta la página 295; no es una
novela histórica al uso, de hecho es la primera vez que leo que el éxito no se
busca en la América decimonónica, sino que su protagonista, Mauro Larrea, busca
su fortuna en todos los sentidos, material y espiritual, en su regreso a
España; ni tampoco un relato de autoayuda recreando una experiencia de lucha
ante los reveses de la vida y superación personal.
Sea como fuere es una historia
muy bien contada, cuidada en sus detalles, con una perfecta ambientación de
México, el México independiente de la década de 1860, el incipiente Estado arruinado
por las guerras internas y sobresaliendo de las influencias de las potencias extranjeras,
Francia, Inglaterra y España. Mauro Larrea, el español que dejó su aldea en las
baldías tierras castellanas para emigrar a México junto a sus dos hijos después
del fallecimiento de su mujer en el parto, con su carácter obstinado,
pragmático y animoso, se había sobrepuesto a todo tipo de reveses hasta
convertirse en un acaudalado minero de la plata. Pero a sus 47 años, Mauro, en
una arriesgada operación comercial en la que invirtió toda su riqueza y que se
trunca con la Guerra de Secesión americana, se arruina. Hipotecado por un
prestamista sin escrúpulos, Mauro no se rinde y se entrega al último recurso
que le queda, ingrato, peligroso, que le obligará a “retornar a sendas oscuras pobladas de sombras”. En un casi empezar
de cero, con la angustia acuciante de responder al primer plazo del préstamo si
no quiere perder su mansión colonial, cuanto le queda, preocupado por sus dos
hijos, el inconsciente Nico y su fiel aliada Mariana, emprende su búsqueda en
la Habana, desconocemos porqué y sea este el comienzo para la verdadera
historia tras dejar sus asuntos en México al cuidado de Andrade, que se
convertirá en la voz de su conciencia desde la distancia. Acompañaremos a Mauro
por la Cuba colonial, próspera por el negocio del azúcar, en la que sus
habitantes temen una sublevación de los esclavos que termine con sus patrocinios
y que en él crea un cargo de conciencia importante. Una Habana rica, ostentosa,
irreflexiva, “un gran campamento de
negociantes frívolos e irresponsables ocupados tan sólo en el presente”. Mauro
Larrea, en un golpe de suerte, nunca mejor dicho, le lleva al Jerez de los
bodegueros donde observaremos el esplendor de un negocio en boga por las exportaciones
y la inversión extranjera. Aquí se inicia la trama compleja de la novela, en la
que los secretos del pasado van saliendo a la luz, entrelazándose y condicionando
los episodios del presente. Mauro afronta turbios asuntos, extraños duelos de
honor, pisará terrenos escabrosos, sufrirá avatares profesionales, familiares y
sentimentales, tendrá que sortear nuevamente “mil altibajos, descalabros, triunfos, alegrías y sinsabores que la
fortuna irá poniéndole por delante”, la persona que se cruzará en su camino
es una mujer casada, segura de sí misma, que siempre va por delante y que
ejerce sobre Mauro una absorbente y peligrosa atracción. El protagonista pondrá
en riesgo su filosofía innata y que tan buenos resultados le había dado en una
tensión magistralmente escenificada.
“Soledad Montalvo lo sabía todo porque, por primera vez en su vida, a
aquel minero vivido, bragado, fogueado en mil batallas, se le había cruzado en
el camino una mujer que, al socaire de sus propios intereses y sus propias
urgencias, iba siempre tres pasos por delante”
Ciudad de México, La Habana y
Jerez, finales del siglo XIX, antes que España perdiera Cuba, su última colonia…
magníficamente descritos, con sus colores, aromas y sensaciones, con personajes
creíbles y definidos, no solo los principales, también ocurre con los
secundarios, con Elías Andrade, apoderado de Mauro, que ejerce como su
conciencia en la distancia, la astuta hija Mariana, el inquieto Nicolás, la
impredecible Carola Gorostiza, el anciano banquero Julián Calafat, el leal
indio Huesos Santos, y sobre todo la seductora Soledad Montalvo. Y, por último,
la intriga por los oscuros secretos familiares de los Montalvo… hacen un relato
que se lee fácil, apacible, ágil, que te atrapa y al que te exiges cualquier
momento para retomar su lectura. A pesar que, desapasionadamente, sea una historia
anodina por sus tópicos, algún que otro giro inesperado incrementa su cariz adictivo.
Una novela de templanza, precisamente, que no termina de sorprender como “El
tiempo entre costuras”, y quizás por la sensación repetida aquí y allá en el
libro, sobre todo en el periplo cubano de Mauro Larrea, de que su autora no
tiene muy claro dónde ir. Además, si encomiable es la labor de documentación de
ésta, lo cual se ve y agradece en recrear los distintos ambientes, también
adolece en otros aspectos como las relaciones personales, en la caracterización
de los personajes superando el problema económico, el estatus o la tensión
sensual. Creo que a esta escasa profundidad se le añade que al libro sobran
páginas. Insisto, en definitiva, que me he entretenido con su lectura, en su
mezcolanza de pasión, intriga y aventuras por Ciudad de México, La Habana
colonial y Jerez acompañando a su peculiar protagonista, un Mauro Larrea de
perfil profundo, perfectamente dibujado por la autora y entrañable.
“Mauro Larrea tuvo la certeza de que en el alma de aquella luminosa
mujer había sombras oscuras. Y con un pellizco en las tripas, le llegó también
la intuición de que entre esas sombras acababa de entrar él”
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