Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



miércoles, 5 de agosto de 2015

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Tinieblas para mirar" de Tomás Eloy Martínez


Casi toda escritura nace del tormento de algún recuerdo

 


Si Gabriel García Márquez decía de Tomás Eloy Martínez “es el mejor de todos nosotros”, tendría que ser una razón de peso para conocer, si no se ha tenido antes el privilegio, a este autor argentino. Y fue esta una de las razones para mí, más con la reciente aparición y en el reclamo de un libro de cuentos, “Tinieblas para mirar” (Ed. Alfaguara 2014), una compilación de catorce textos en los que he tenido demostración de la gran destreza narrativa de este escritor tucumano; como para resistirse a tratarlo y disfrutar de la lectura ante una de sus frases: “Mi corazón era una cuerda de violín. Lo tocaba cualquier pensamiento y resonaba, resonaba”. Pero permítanme que vaya por partes….

… Gracias.

 

Bien, con el libro entre las manos, leemos en su solapa: “Tomás Eloy Martínez es el autor de dos novelas clásicas de la literatura argentina: La novela de Perón (1985; Alfaguara, 2003 y 2009) y Santa Evita (1995; Alfaguara, 2002 y 2010). Ambas han sido traducidas a más de treinta idiomas y publicadas en más de sesenta países. Ha publicado también otras cuatro novelas, vertidas a por lo menos diez lenguas. Entre ellas, La mano del amo (1991; Alfaguara, 2005), El cantor de tango (2004) y Purgatorio (Alfaguara, 2008). Es autor de los relatos de Lugar común la muerte (1979; Alfaguara, 2009) y La pasión según Trelew (1973; Aguilar, 2004; Alfaguara, 2009). En 2002 El vuelo de la reina fue distinguida con el Premio Alfaguara de Novela; al año siguiente recibió el premio a la mejor novela extranjera del People's Literary Publication House, en BeijingShanghai. En 2005 Tomás Eloy Martínez fue finalista del Man International Booker Prize por el conjunto de su obra. Desde 1995 hasta 2009 fue profesor distinguido de Rutgers, The State University of New Jersey. Fue columnista de La Nación de Bue nos Aires, El País de Madrid y The New York Times Syndicate, entre otros medios. Murió en Buenos Aires en 2010

 

Seguidamente, en la contratapa: “Yo he viajado mucho, en cambio, o estoy viajando todavía, y no he conseguido acomodar mi naturaleza a otro paisaje que no sea este paisaje de lo que no está de lo que no tengo, de lo que no puedo ser. Escritos a lo largo de más de medio siglo, buena parte de ellos inéditos o nunca antes publicados en libro, los relatos aquí reunidos constituyen una síntesis del talento de Tomás Eloy Martínez y de los asuntos que lo asediaron toda su vida: los desgarramientos de la realidad argentina, el peronismo y sus emblemas, el exilio, la sexualidad y la muerte. Un fallido intento de intercambio de cadáveres ilustres -los de Evita y Aramburu- con la ayuda de un camión cisterna como vehículo y refugio; la vida de una mujer que despliega todos los días una coreografía en una estación de trenes neoyorquina; la semblanza irónica de un niño prodigio destruido por una madre posesiva; el enfrentamiento entre el ejército y unos obreros en las afueras de la ciudad de Tucumán poco después de 1955; las legendarias andanzas de dos asaltantes de la década del treinta son algunas de las historias que abordan estos cuento. Al filo de la crónica periodística o lanzados a las más delirantes maquinaciones de la ficción, estos relatos brillan por su absoluta vigencia y confirman la dimensión literaria de un autor imprescindible

 

De esas confusiones, nacieron algunos de estos ejercicios narrativos, que también aspiraban a la fugacidad. Me parecían entonces meteoritos desprendidos de un planeta en ruinas, aunque nunca supe qué significaban ni cuál era el planeta. Treinta años después, sigo sin saberlo. Hace ya mucho que quiero alejarme de ellos y no encuentro otro modo que dejarlos caer aquí, en tiempos y lugares en los que todo les es ajeno pero en los que conservan al menos su condición original de fragmentos desorientados

 

“Tinieblas para mirar” no es un libro deliberado por Tomás Eloy Martínez, y si lo hubiese pensado ni siquiera tuvo tiempo de darle forma, murió en 2010. Esta recopilación de crónicas y cuentos, magistralmente ensamblados al ensayo periodístico y la ficción al puro estilo de la literatura argentina y al que tanto admiro y disfruto, un cuerpo equilibrado donde palpita la inquietud social, la literatura y las pasiones comunes en su obra, ejemplo en el cadáver de Evita Perón, se lo debemos a la voluntad de su hijo. De hecho, el libro considera una “Nota posliminar” escrita en 2014 por este, Ezequiel Martínez, donde explica no solo el origen de algunos relatos y sus innovaciones, sino muy interesante el descubrimiento de las redacciones inéditas, ilustrado con anécdotas familiares en las que obtenemos una importante semblanza del autor, de los contextos de los textos y, sobre todo, del pensamiento y su proceso creativo.

 

“Creo que, metafóricamente, 'Tinieblas para mirar' son cosas encontradas en la oscuridad de un archivo a las que finalmente se puede dar luz… Fue un trabajo exhaustivo, la mayoría de los textos que reúne el libro los encontré en su computadora, en una carpeta titulada 'Cuentos' en la que estaba trabajando en sus últimos tiempos, por 2008, pero hay otros que hallé más tarde en viejos folios, hojas tipeadas a máquina y corregidas a mano…Lo único que se corrigió fueron errores de tipeado y la puntuación cuando era evidente que no se trataba de decisiones estilísticas de mi padre”

 

Ejemplo de esto encontramos en los escritos primeros “Habla la Rubia” y el simbólico “La Inundación”, de 1961. “Confín” es el relato que abre este libro, uno de entre los que escribió durante el exilio en Venezuela (1975-1983), la metáfora de una Argentina desquiciada, reseña en primera persona de un país sin memoria, al que periódicamente un enemigo invisible acecha y donde no se sabe en qué momento uno puede ser alcanzado por una bala.

 

“En mi país, nunca terminamos nada. Las casas donde vivimos están revocadas a medias o tienen sólo las armazones de la fachada o están llenas de cuartos sin tapiar que se construyen para nada. Tenemos estaciones, pero no hemos aprendido a discernirlas. Entre el verano y el otoño o quizá entre el otoño y la primavera, las cosechas se pudren en los campos”

 

Exilio” es un inteligente juego literario publicado anteriormente como “Vida de genio”; “Purgatorio”, titulado “La puerta de Europa” en el diario El País, es una alegoría de la Argentina de la década de 1990; “Bazán” describe a Andrés Bazán Frías, el delincuente manco y, según la justicia, el héroe de la gente para los más desposeídos; “Colimba” o la ficción autobiográfica del derrocamiento de Perón en 1955, con la sombra de la obscura dictadura militar encabezada por Videla en 1976 y los años de violencia previos y presentes en varios textos. “El lugar” es la más breve de las fábulas con la que cierra el libro: “Empecé a temer que jamás podría volver a mi país... Me sentía atrapado en un ser que no era el mío, en casas y paisajes fugaces donde nada perduraba “ y “ de esas confusiones nacieron algunos de estos ejercicios narrativos”.

 

“y al anochecer las personas se veían pesadas, como si anduvieran vestidas con todos los recuerdos del día”

 

Y trascendiendo la crónica narrativa, la ficción literaria, en “Historia de una mujer que baila sin moverse” y “Mary Anne Jacus”, esta última publicada bajo el título “Con los ojos abiertos” y en la que relata la necesidad de esperar a la muerte “mirándola de frente

 

Si su nacimiento era el cabo final de infinitas fortunas, por qué no podía haber en el azar otro resquicio idéntico que invirtiera los términos y le permitiera no morir”

 

En y entre papeles raídos, Ezequiel Martínez encontró el original “El reverendo y las lolitas”, en su versión final recogida en este volumen por “El reverendo y las corrientes de aire”, un homenaje no velado a los mundos de Lewis Carroll y Nabokov: “Cuando el Reverendo tomaba conciencia de que todo lo que hicieran o dijeran los personajes resultaba inverosímil, se encogía de hombros pensando que un texto, a medida que se escribe, escribe también su lógica. Si la lógica no está adentro, no aparecerá por ninguna parte”. Por último, “La estrategia del general”, evidente su tema, y “Tinieblas para mirar”, el cuento que da nombre a este volumen, soberbio, insuperable, la obra maestra que muestra la temprana obsesión del escritor por el destino nómade del cadáver de Eva Perón y que más tarde recogería en la novela “El cantor de tango”.

 

“… sentí la llamarada del llanto lloviendo sobre mi corazón”

 

No sé si García Márquez llevaba razón, para mí no, pero Tomás Eloy Martínez me ha atrapado con su pericia narrativa, con su capacidad de reinventar imaginarios colectivos, a través de estos catorce cuentos erigidos en el dramatismo, la alegoría, las dudas, la crónica por “corregir la realidad, transfigurarla o, al menos, disentir de la realidad, es uno de los deseos centrales del narrador. Pero para que la corrección tenga sentido, debe haber una realidad previa pesando, ejerciendo su fuerza de gravedad, sobre la imaginación del narrador: una experiencia de vida, una lectura, algo que lo excita, que lo saca de quicio”. Cuentos, vale, pero son también ventanas de la realidad, las lecturas, los hechos históricos vividos o las propias novelas que escribió, “crónicas dentro de ese cruce de géneros en los que reinventaba la realidad”. Y entre ellos, insisto, el deslumbrante “Tinieblas para mirar”, genial prolegómeno a Santa Evita, en el que nos hace jugar, responsabilizarnos incluso, con la parodia frágil y la sutileza demoledora. Admirable.

 

¿Sos o no sos un poeta, Hernán? Porque los poetas de verdad están con los ojos siempre abiertos, sobre todo si andan en la tiniebla

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