“Hay un tiempo para vivir y otro para estar muerto”
“Asesinos sin rostro” de Henning
Mankell (Tusquets Editores, 1991) es el relato de presentación del comisario
Kurt Wallander, el anti héroe del género negro nórdico. La primera entrega de
la serie donde el autor ya impone cuál va a ser su sentido: la historia
policíaca donde las escenas trepidantes, violentas, no son lo importante, sino
la investigación, el recorrido sosegado tras la dilucidación del crimen. Junto
a esta concepción del género, magnífica la lograda caracterización de su
protagonista principal, Kurt Wallander, un hombre hecho de contradicciones, de
vicisitudes personales trascendentes y, sin duda alguna, semejantes en mayor o
menor grado a las que pueda tener el lector; atraen mucho los pormenores de la
situación íntima y familiar del personaje, motivo que acrecienta el interés en
el relato; el policía imperfecto, corriente, normal, no es ese súper detective
dotado del don absoluto de la deducción, o de la intuición… y de acuerdo que
ingresaría en la nómina de los actores con problemas propios y adicciones
varias, seres perdidos, y en este volumen hasta en los de los tocados
fatídicamente por la mala suerte… Wallander no es ni lo uno ni lo otro, ni tan
perfecto ni lo contrario, no, un hombre sencillo, con problemas, de acuerdo,
pero con principios. Y como no hay dos sin tres, destacaría asimismo de Mankell
la imagen de una Suecia que no es la del típico y tópico país idílico, bello y
apacible; quizás ha sido el primero en presentarnos esta tierra a través de una
perspectiva oscura, con descripciones ajustadas y el clima siempre presente
para no perder hilo en una escenografía acertada, y al que han seguido luego, y
con muy buen hacer, otros autores.
Sinopsis editorial:
Kurt Wallander atraviesa uno de los momentos más sombríos de su vida
personal (el abandono de su esposa, la hostilidad de su hija, la demencia senil
de su padre y hasta su propio deterioro físico a causa del exceso de alcohol y
comida barata y la falta de sueño.) cuando debe ponerse al frente de la
investigación del asesinato de un apacible matrimonio de ancianos en una granja
de Lenarp. El marido ha sido horriblemente torturado y la mujer muere
estrangulada poco a poco, con el tiempo justo de pronunciar antes de morir la
palabra «extranjero». Kurt Wallander y sus colegas deberán enfrentarse no sólo
a un asesino muy especial, que tiene la sangre fría de alimentar a los caballos
del establo después del crimen, sino a una comunidad irascible, presa de
insospechados prejuicios raciales. Wallander sabe de sobra que la pacífica
apariencia de algunas personas oculta a veces un auténtico monstruo, de modo
que no se hace ilusiones acerca de la sociedad en la que vive...
La novela está dividida en 15
capítulos y tiene un ritmo de lectura ágil, se lee fácil, más parece un guión
para una de esas series policíacas de televisión que una novela. Argumento en
torno a una ardua investigación en la que nada es como, en un principio, el comisario
y su equipo suponen y en la que solamente cuentan con dos pistas y algunas sospechas,
suficientes, estimaban, para una pronta solución del caso y la detención de los
asesinos; sin embargo, la averiguación se estanca, entra en un callejón sin
salida, tanto de lo que se hace reflejo el propio ritmo demorado de la
narración, insinuando entonces la suspensión y colofón en uno de esos
asesinatos sin resolver; hasta que, de una forma casual, muy casual y
atropellada, transcurridos unos meses, y
gracias a la perseverancia y a un asombroso barrunto de Wallander, cierra el
brutal doble crimen. Sea como fuere, advertir que no nos encontramos ante una
de esas novelas negras que brillan por su originalidad; incluso me permito
criticar, sin provocar el spoiler, algunos formidables cabos sueltos que no se
zanjan y, por tanto, restan credibilidad a la historia: cierta ingenuidad en la
motivación del asesinato que no responde inicialmente a su crueldad, pistas que
conducen a algo importante para luego ser desechadas de un plumazo y sin una
mínima justificación, detalles tan importantes y atractivos como el hecho de
que el asesino o asesinos dieran de comer a un caballo tras la matanza de sus
dueños para después…
“´´Vivimos como si sintiésemos nostalgia de un paraíso perdido´´, pensó”
La novela se despliega con
maestría a través de la investigación del crimen: testigos, toma de
declaraciones, búsqueda de pistas, trabajo en equipo, deducciones, corazonadas...
Muy a la vieja usanza, de acuerdo, no en vano es un libro de 1991, pero con
detalle, solvencia, sin interrupciones en el relato y consigue atrapar al
lector, a que no se pierda ante lo fundamental. De hecho, me sorprendió en un
primer momento cómo se llevaba a efecto la investigación policial, acostumbrado en la
actualidad a una sociedad de la información tan rigurosa, de redes sociales,
móvil, internet…, me resultó chocante, casi inconcebible, leer a los policías
buscar cabinas telefónicas para informar de sus pesquisas, la tardanza en las
pruebas periciales, etc. Motivo que, consciente de la fecha del volumen, me
pareció interesante, revelador, por tener una visión de cómo se llevaba a cabo
una investigación criminal veinticinco años atrás.
“´´Una brecha´´, pensó. En todas las investigaciones de los crímenes
que se solucionan hay un punto en que atravesamos la pared. No sabemos
exactamente lo que vamos a ver. Pero en algún lugar estará la solución”
Por otro lado, Mankell pone también
los puntos sobre las íes en su crítica social, aquí los problemas de la
inmigración ilegal y xenofobia, importantes en la trama de la novela, además de
un leve pero suficiente apunte sobre la situación y protección de los mayores.
El problema de la inmigración tan actual en estos momentos y de consecuencias
fatídicas al ver en cada informativo las muertes de personas que huyen de la
miseria, de la guerra, de la desesperación.
“Nadie prohíbe los secretos –respondió Kurt Wallander lentamente- Pero
mientras haya homicidios tendremos que buscar a los culpables. Por eso es
nuestro deber hacer preguntas. Y necesitamos obtener respuestas”
En conclusión, “Asesinos sin
rostro” es un buen acercamiento a Henning Mankell y a Kurt Wallander, luego
vendrán títulos mejores, un ejemplar con el que está garantizado el disfrute ante
un tipo de novela negra, reitero, donde lo importante es el tema esencialmente
policíaco, y ejecutado por un personaje donde su imperfección lo hace
interesante y afín. Recomendable.
“No existe lo que llamamos la cara del asesino. Uno se imagina algo, un
perfil, el tipo de pelo, la posición de los dientes. Pero nunca encaja”
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