“Este sentimiento es tan inédito para mí, que todavía no he sabido
inventar su lenguaje”
“Los monederos falsos” de André Gide es una obra maestra, uno
de los clásicos de la literatura que, en algún momento de nuestra vida, hay que
leer. La novela cuenta la historia de un joven bachiller, Bernard Profitendieu,
que en un acto de desobediencia y resentimiento se va de casa al descubrir por
azar unas cartas de amor dirigidas a su madre en las que descubre que él mismo
es fruto de un amor prohibido entre ella y un antiguo amante. Siente de pronto
un gran desprecio por el hombre que le ha criado como su propio padre y llega a
la conclusión de que nunca ha sido amado por él. Su padre adoptivo, Albéric
Profitendieu, por el contrario le tiene un cariño especial que sobrepasa al de
sus propios hijos biológicos… Este es el comienzo de un relato que se
entrecruza con otros relatos para, he ahí el leitmotiv del volumen, reunirse de
manera magistral: el diario de Édouard, un escritor maduro y hermanastro de la
madre de Olivier, amigo entrañable de Bernard… Édouard que a su vez es amigo de
Laura, amante de Vicente, hermano de Olivier... Laura, casada con un hombre
mediocre, se encuentra embarazada de… y abandonada por…. Georges…, Armand… En síntesis,
“Los monederos falsos” es un relato de relatos, donde los personajes se
relacionan unos con otros, se encuentran y se distancian, intercambiándose el
papel de un protagonismo que no existe, solo importan sus historias que se entrelazan
para construir una novela rica en sucesos; 35 personajes no protagonistas: colegiales,
universitarios, escritores, chicas, chicos, entreverados en París para buscar y
reivindicar todos lo mismo: huir de un destino tan marcado que parece dinero
falso, metáfora de esas monedas falsas que aparecen en sus páginas. Uno de los episodios
que más me conmovió es el de Boris, un joven huérfano a quienes sus compañeros
llevan al suicidio en un macabro juego. Luego, muy lograda la definición y
evolución de los más que amigos Bernard y Olivier, cómo se convierten poco a
poco en adultos…. la amistad afectada por los celos…. Édouard convierte a Olivier
en su amante y esto afecta a Bernard, antes lo fue del conde de Passavant, un
escritor muy de moda, rico, dandy y amante de los jovencitos a la vez que
cínico y manipulador… Las relaciones homosexuales (homoeróticas dentro de una
perspectiva positiva, aluden algunos) entre los actores a veces es explícita en
el libro, como la mencionada, otras, alusiva. Un reflejo del homosexualismo
confeso de André Gide (anecdótica la ironía de Aldous Huxley en “Contrapunto” sobre
los alegres muchachos que poblaban el París de Gide) “... bueno, es como Proteo: adopta la forma de aquello que ama. Y para
comprenderle a él mismo, hay que amarle” Resulta bastante complicado
explicar la trama sin caer en la confusión, en el aburrimiento, muy injusto ya
que el volumen es todo lo contrario. La narración de narraciones continuaría ad
infinitum, como el mundo y en él la complejidad de relaciones entre mujeres y
hombres, el transcurso de la humanidad; pero la novela debe concluir y concluye
en nada, o en todo, según las apariencias o las exigencias.
“La singular facultad de despersonalización que me permite experimentar
como propia la emoción de otro…”
Un clásico. “Los monederos falsos”
es un libro complejo e indefinido al que se exige leer. Un drama cotidiano que
se desarrolla en cualquier época, en cualquier tiempo, antaño u hogaño, antes y
ahora mismo, a través de universales expresiones del amor y el desamor en la
familia, en las amistades, en la profesión, en las inquietudes, en las
devociones… Y en ellas, la frustración y la resignación, el dolor y la soledad,
las mentiras en todos sus términos y en todas sus formas de erosionar los
momentos de felicidad, momentos agridulces, como la vida misma y, al igual que
sus protagonistas, el único medio para hacerse personas.
“-Sí; creo que lo más sincero que tengo en mí es el horror, el odio a
todo eso que se llama Virtud. No trates de entenderme. Tú no sabes lo que puede
hacer de nosotros una primera educación puritana. Le deja a uno en el corazón
un resentimiento del que jamás podrá uno ya curarse..., a juzgar por mí mismo”
Pero sus páginas no sólo nos
cuentan una historia de historias, del mismo modo supone una sublime
innovación, un desafío literario que, a modo de ensayo, investiga y desarrolla
otros matices, otras texturas del mismo o de la misma, de la literatura. Un
híbrido, y perdón por la rotundidad del término, que se mueve entre la novela y
el ensayo. Y sin embargo, lo uno no invalida a lo otro; es decir: es una
historia para leer, una buena lectura, para quien no tenga más pretensión que
eso; una historia para leer que no declina, tal vez, con la complejidad de sus
personajes, para nada engañosos, al igual que la trama montada en las
relaciones entre ellos. Aquí la presumible casualidad de los entretejidos mimbres
de su argumento no es algo forzado, no es una improvisación a medida que avanza
la escritura y después lectura, no, ni mucho menos asistimos y asumimos y
perdonamos cierta indulgencia con el escritor. Todo en esta historia de
historias está rigurosamente trazado, deliberado, planificado, no hay lugar a
la improvisación, es un edificio real, creíble, verosímil. De ahí que el
tratamiento de los personajes y su convivencia refuerzan esta credibilidad,
esta certeza y contradictoria con el propio título del libro; en un enorme
trabajo narrativo del autor, en un triple ámbito donde él se erige en
protagonista, juez y parte de las condiciones de la trama, y también en
riguroso testigo de la misma como cualquier lector. De hecho, es Édouard quien
se asienta como el protagonista, el interlocutor que establece el nexo o el
alter ego de Gide, más a través de su diario, donde no solo reflexiona sobre sí
mismo, en su doble papel, sino avanzándonos las pinceladas sobre cuál va a ser
su próximo libro que no es otro que aquel que estamos leyendo, “Los monederos
falsos”. Genial. Y por otro lado el escritor se sirve de ello, de este “mise en
abyme”, para edificar un gran ensayo sobre las posibilidades literarias, el
relato de lo formal pero con una novedosa narrativa. Tanto es así que Gide se
permite la licencia, acertadísima, más o menos en la medianía del libro, de
enjuiciar el decurso de los protagonistas, con sus responsabilidades y ofuscaciones,
a través de los valores previamente puestos en sus páginas.
“La "suave y blanda almohada" de Montaigne no se ha hecho
para mi cabeza, porque aún no tengo sueño ni quiero descansar. Es largo el
camino que lleva de lo que yo creía ser a lo que acaso yo sea. Y a veces tengo
miedo de haber madrugado demasiado”
“Los monederos falsos” es un
libro polifónico, caleidoscópico, geométrico o poliédrico, con múltiples
facetas o quizás un juego interpretado por diversos jugadores y desde diversos
formatos u ópticas. Es esto y más, creado minuciosamente, multiplica los
personajes como ya se ha mencionado, además de los puntos de vista narrativos y
las intrigas secundarias y diversas alrededor de su historia central, el meritorio
ensayo de Gide que trasciende la tradición literaria de la novela lineal. Valiente
el autor francés por innovar. ¿Es posible definir su método? Quizás sea el
metaliterario, o esa expresión de la relación entre la narración y la realidad
contada a través de los medios literarios o en la excusa para su contexto, la
ficción y la realidad cogidos de la mano. A ver… a lo largo de numerosas
páginas creemos que el argumento de esta novela, con todas sus numerosas
vertientes, gira en torno a la literatura: Escritores, revistas literarias,
aspirantes a poetas, la crítica, estudiantes con alma de narradores… “Mi novela no tiene argumento. Sí; ya sé que
parece una estupidez lo que estoy diciendo. Pongamos, si lo prefieren, que no
tendrá un argumento determinado…´Un trozo de la vida misma´, decía la escuela
naturalista. El gran defecto de esta escuela es que siempre corta su trozo en
el mismo sentido: en el del tiempo, longitudinalmente. ¿Por qué no a lo ancho?
¿O a lo hondo? En cuanto a mí, preferiría no cortar de ninguna manera.
Entiéndanme: desearía que, en esta novela, entrase todo. Sin tijeretazos que
interrumpiesen su curso, su sustancia en tal sitio en vez de en tal otro. Desde
hace más de un año que llevo trabajando en ella, no hay nada que me haya
ocurrido que no haya volcado o tratado de volcar en ella: todo lo que veo, lo
que sé, lo que aprendo de la vida de los demás y de la mía…” Quién si no éste,
Édouard, para ilustrar este aserto y en torno a su novela homónima, aquella que
será o recogerá los sucesos que él mismo narra; la que no solo le sirve de
inspiración, por la que el resto de personajes se interesan, y de la que
tenemos una detenida observación desde el formato epistolar o las entradas de
aquel en su diario. Y con todo, su único peligro es que con este formato la
acción o trama es inconclusa, no terminaría jamás; no obstante, Gide solventa
acertadamente esta dificultad, aunque algunas de las sub tramas queden irresueltas.
“X sostiene que el buen novelista debe,
antes de comenzar un libro, saber cómo terminará. Para mí, que dejo marchar el
mío a la ventura, la vida no nos propone jamás nada que, con los mismos motivos
que una terminación, no pueda ser considerado un nuevo punto de partida. “Podría
continuar…” Tales son las palabras con las que me gustaría rematar mis
Monederos falsos” Sea como fuere, un perfecto entendimiento entre la
literatura, la ficción, y la propia vida.
“... tiene la sensación de que la saciedad del deseo, acompañando a la
alegría y como cubriéndose con ella, puede surgir una especie de desesperación”
“Los monederos falsos”, escrita
por André Gide, ese genial rebelde, el inmoral hedonista, a quien el mismísimo
Borges entregó el Nobel de Literatura en 1947, es un elegante alegato de
sinceridad de una pandilla de adolescentes en una época de cómodas mentiras.
Cuarenta y tres años antes del Mayo del 68. “Los monederos falsos” es un himno
a la libertad. Libertad en la forma, libertad en el fondo.
“Lo que yo querría hacer... es algo que fuese como el "Arte de la
fuga". Y no veo qué razón puede haber para que lo que ha sido posible en
la música, no lo sea en la literatura…”
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