Cierras los ojos. Solo
de esta manera ves la Feria del Barrio, con los ojos del corazón. Tantas veces
lo has hecho antes como para que en estos momentos algo o alguien te cuestione
con lo contrario. Y ves el olor de las primeras chimeneas, de los primeros
ciscos chisporroteando en braseros junto a umbrales abiertos, de la cal, de los
rocíos más madrugadores, de las mieses segadas… del turrón, los churros, dulces
espirales, nubes azucaradas, o a arroz del medio día. Ves la amistad en esa voz
amable, la complicidad en esta, la familiaridad en todas con sus timbres que en
estos instantes, curiosamente, se han vuelto susurrantes a tu lado, como la caída
de una hoja de los árboles de la alameda, sentado en uno de los poyetes que ya enhebran
retiros y recuerdos; o la propia levedad en esta caseta de feria, una jaima en la
tradición, que remueve tus pies cuando vas a la barra a pedir unas cervezas,
unas tapitas, y te escamas con la sonrisa divertida, pronto esquiva, disimulada,
de algunos con los que te tropiezas y saludas con cortesía. Ves estallidos de
colores, de la música, de las luces, el conjunto que toca un pasodoble y aunque
canturrees un fandango de rima propia y para atenuar la inquietud tan rara, el
estrépito de los cacharros de feria, de los contentos, formas con las que se
diseña esta feria en los contraluces ocres del otoño.
Te sientes incómodo,
por estas ropas nuevas, la ingobernable cabellera sometida con blanco fijador y
gris paciencia; por estar aquí tu mujer, silenciosa y abnegada, dibujando su
sonrisa de entrega que siempre mitigó la acritud de los tiempos difíciles; tu gente,
junto a ti, los niños incluso, orgulloso de haberles dado a todos carrera “¡Cojones,
qué despegados somos!”, mascas con la resignada desesperación por la
irreversibilidad de las rutinas y los quereres cubiertos; suspiras, sigue
siendo hacia adentro…Y ese perfume que no sabes de dónde ni quién te lo ha
asperjado en el cuello, en las muñecas; por esas miradas que se detienen un
momento en ti y vuelan hacia el escenario donde pronto va a empezar el
nombramiento de la Persona Distinguida del Barrio. Ahí están encima del
escenario, hoy al igual que ayer, el Pipi con el micrófono en la mano, el Chato
con la misma y socarrona mueca de unas cartas afortunadas. Y todavía no sabes
que vas a ser tú la persona homenajeada, sino que te has creído la historia, el
ardid que ha declinado sospechas y alivios en un familiar tuyo y muy cercano.
De todas maneras no puedes reprimir un estremecimiento de angustia…: tus ropas
nuevas, tu gente, esas sonrisas y las blandas miradas… “No, imposible que yo sea
la persona importante, señalada”, te dices, lo imploras, e inspiras otra vez con
ese aliento hacia dentro cuando crees que no reúnes los méritos necesarios para
la distinción, ninguno. ¿Cómo van a considerar a quien guardó cochinos, ordeñó
cabras, aquellas gallinas que no ponen huevos, roturó la tierra, expolió
colmenas, sembró y cosechó, aceitunas y almendras, desbrozó desiertos de piedra
y arena, nutrió vergeles junto a la mar o buscó espárragos por primavera? Más
conforme, tal vez.
Deseaste tantas cosas atrás
que al presente ya no te queda ninguna, y no te importa, quizás porque si no las
obtuviste todas, gozaste con el esfuerzo de las que te hicieron vivir o hacerte
un hombre; y por éstas, en tu trato con los vecinos, ninguna que valga deferencia
como la de esta noche y que un año más abona su atractivo en la sorpresa. Pero
vas a ser tú el reconocido por todos. No hay otro. Si pudieras leer en esas
sonrisas infrecuentes, en esas miradas de intriga, en esos silencios rumorosos,
notarías, entenderías, que ven en ti, como una de esas personas en las que por
su naturaleza guarda la capacidad en sí mismas de desprender un no sé qué que trasforma
la vida, la convivencia, ven la comprensión y bondad, la sencillez y el sentimiento
que, al igual que un espejo, irradia y acaudala, de acuerdo que involuntariamente,
la esencia del Barrio San Francisco. Vemos en ti cuanto nos identifica a nuestras
raíces, al Barrio. Tu presencia puede resultar invisible cuando estás en los
eventos tradicionales que se tienden en el calendario: en el tostón de castañas,
junto a las paellas de arroz en el comedor de feria,… pero si no estás algo
muere con nosotros, con lo que hacemos. Tu sentido sacrificio cuando soportas sobre
tu hombro el peso de la tradición, primero a la urna dorada de ese Cristo
Yacente que en su dulce rictus de muerte aflora esperanza y confianza; luego a
la Soledad más acompañada. O esa copa o caña al medio día, o por la tarde, en
este o aquel bar, ante un “subastao” a 170 con pares en bastos y espadas, nunca
a oros, o unos tiros en la sierra o unos golpes de escardillo en el huertecillo
o en el descubrir un venero de setas. Esta es la conmemoración: tu presencia no
es indiferente, no nos es indiferente, aunque así lo creas, sino necesaria para
reafirmar aquello que nos une a todos y a este Barrio, los valores de la
convivencia. La historia, tu historia, como la Feria, no es una historia con un
comienzo, avance y final, no, sino un fluir amable de imágenes, el lenguaje de
las formas y la melodía de los colores que dejan o impregnan en nosotros una
impresión de paz y serenidad, de comprensión y honestidad.
Cierras los ojos porque
solo de esta manera sientes el amor por tu Barrio, ese amor espontáneo; ya no
importa que sirvan o no, tus ojos como este cielo de otoño, a un cerebro ofuscado
o a un corazón cerrado, sino solo a su expresión, a esta emoción que nos has
dado y que hoy, con esta mención, tratamos de correspondértelo, agradecértelo.
Desde el escenario claman tu nombre. “Venga, arriba…” Abres los ojos. Lágrimas
que brillan en tus ojos, que no puedes retener, que inundan tu garganta en
conmociones intensas como las pérdidas y los grandes logros. Arrecian los
aplausos, las felicitaciones. No te lo crees: ni a este sueño ni a las lágrimas
que comienzan a rodar por tus mejillas.
La vida de todos, la
vida de este Barrio San Francisco, valen tus lágrimas.
F.J. CALVENTE
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