“... la belleza altera la textura de la realidad. Y sigo pensando
también en la opinión más convencional, que la búsqueda de la belleza pura es
una trampa la vía rápida hacia la amargura y el dolor, y que la belleza tiene
que casar con algo más significativo”
Al final he caído rendido a la
lectura de otro Best Seller, tan renuente como soy a ellos, tan desconfiado,
“El Jilguero” de Donna Tartt (Lumen, 2014). Y ahora espero que esta reseña no
llegue a ser tan inmensa a alguno de sus sentidos, como la de las 1150 páginas
de esta novela que le sirvió a la autora norteamericana para lograr el Premio
Pulitzer a la mejor obra de ficción en 2014. Otro de los matices a su
presumible grandeza, que la tiene, y en la que quiero poner mi humilde opinión,
o blando desacuerdo, el ser considerada por algunos en el primer clásico del
siglo XXI. A ver, nadie va a negar que se trate de una buena novela, sin duda,
pero no tan cerca, que es decir lejos, de convertirse en un clásico de la
literatura.
“…y en un momento dado, ya entrada la noche, mientras nos colgábamos de
las barras y nos salían lluvias de chispas de la boca, tuve la revelación de
que la risa era luz, y la luz risa, y que ese era el secreto del universo”
“El jilguero” es un despliegue
literario espectacular, cierto. En sus páginas confluyen las segundas lecturas
de obras maestras y entretenimiento, por ejemplo “Oliver Twist” de Dickens o
“El Idiota” de Dostoievski, consagrados autores a los que Tartt tiene como
referentes, cierto. Donna Tartt es una fascinante escritora, muy culta, de una
enorme sensibilidad y con una gran capacidad para plasmar vivas imágenes,
abstracciones, reflexiones, fantasías, todo en la gran tradición realista
estadounidense y, en mi opinión y en cuanto se refiere a esos entramados
oníricos, de Auster, Faulkner o en el caso extremo de Kesey o Leary, cierto. La
autora, en “El jilguero”, ofrece una historia trepidante, entretenida, con escenas
emocionantes, con personajes complejos y definidos y, a través de ellos, sustancialmente
de la vida errática, desarraigada y llena de inquietud de su protagonista
principal, marcada por un terrible acontecimiento que sufre en su adolescencia,
realizar un estudio minucioso de los rincones grises de nuestra sociedad, desde
Nueva York, Las Vegas, Ámsterdam y de vuelta a Norteamérica, cierto. Una
magistral semblanza de todo lo incompleta que es el alma humana, cierto. La
extensión de una narrativa ágil, llena de profundas reflexiones, de originales
metáforas, de forma dura a veces y con ternura otras, emociones muy fuertes: el
dolor, la búsqueda, la pérdida, la amistad, el amor, el fraude, las drogas, el
desarraigo, cierto. Con un final de esta abrumadora historia, y con ello
difiero de muchos, impresionante, cierto.
“... no elegimos nuestros sentimientos. No podemos obligarnos a querer
lo que es bueno para nosotros o lo que es bueno para los demás. No escogemos
ser las personas que somos”
Cierto, pero también, y no es la norma
general en las novelas que superan el millar de hojas, y esta es una grandísima
novela que atrapa y se lee con interés hasta el final, sobran al menos dos
centenares de páginas, siendo generoso, que no incomodan, de acuerdo, pero que
se hacen prescindibles por supuesto. Además de la elegancia de la prosa, insisto
en admirar lo logrado de los personajes; dejando a un lado a Theo Decker, protagonista
y narrador, destacar a Boris, su mejor amigo, y luego a Hobie, el restaurador
de muebles antiguos y su protector. No voy a negar en este instante para los
“contras”, mi divergente opinión o relación con el protagonista principal,
Theo, no soportaba en alguien tan maduro e inteligente su falta de perspicacia
y apocamiento en situaciones importantes o claves, así como su rendición a las
drogas. Falla Tartt en ese perfil de inocencia-estupidez-anomia
en pasajes
fundamentales de la obra, reitero con tanta alusión a las drogas y al estado en
ellas. Por otro lado, verdaderamente, sobre todo en esos pasajes donde prima lo
onírico, lo abstracto, es visible cierta falta de coherencia narrativa. Y sin
embargo, en estos capítulos la prosa se hace más delicada, más sutil, más
artística podría decir. Por último, insistir en que el final me parece
acertado, genial, no es decepcionante e incoherente como algunos ven, ni mucho
menos veo en él una huida llena de obviedades, sino un colofón perfecto, la
posible solución a todo el desarraigo y crudeza de la vida del protagonista.
Sinopsis:
Al empezar El jilguero vamos enfocando una habitación de hotel en
Amsterdam. Theo Decker lleva más de una semana encerrado entre esas cuatro
paredes, fumando sin parar, bebiendo vodka y masticando miedo. Es un hombre
joven, pero su historia es larga y ni él sabe muy bien por qué ha llegado hasta
aquí.
¿Cómo empezó todo? Con una explosión en el Metropolitan Museum hace
unos diez años y la imagen de un jilguero de plumas doradas, un cuadro
espléndido del siglo XVII que desapareció entre el polvo y los cascotes. Quien
se lo llevó fue el mismo Theo, un chiquillo entonces, que de pronto se quedó
huérfano de madre y se dedicó a desgastar su vida: las drogas lo arañaron, la
indiferencia del padre lo cegó y sus amistades le condujeron a la delincuencia.
Su historia tuvo la ocasión de llegar a su final, en el desierto de Nevada,
pero no. Al cabo de un tiempo, otra vez las calles de Manhattan, una pequeña
tienda de anticuario y un bulto sospechoso que va pasando de mano en mano hasta
llegar a Holanda.
Un ataque terrorista a un museo
de Nueva York, una madre fallecida, el robo del cuadro “El Jilguero” de Carel Fabritius,
un óleo sobre tabla de 1654... y la historia de un adolescente, Theo Decker,
que desde los 13 hasta… sufre un constante desarraigo que cimenta su
personalidad en una existencia intensa de dolor, muerte, drogas y alcohol, soledad,
amor y desamor, amistad, lealtad... tan exhaustivamente descrito que incluso
puede olerse, sentirse y verse sus vicisitudes. No cansa, no aburre,
efectivamente, la vida de “Potter”, por Harry Potter y como uno de los protagonistas,
Boris, llama a Theo Decker por sus gafas y vestimenta de niño bueno, desde su
tranquila y mullida existencia junto a su madre hasta, muerta aquella, el
ajetreo desenfrenado y con momentos muy turbios al lado de la familia de
acogida Barbour, la súbita reaparición de su padre que le arrastra a una
espiral de descontrol en Las Vegas y la intriga en Ámsterdam. Sublime tramo de
la novela la parte de Las Vegas. Esperanzas rotas, readaptación de inadaptados,
alejados definitivamente de la normalidad, fugas de unos personajes que
destilan sombras y misterios, plenos de una triste hermosura, y todo
condicionado al secreto que arrastra Theo en torno al cuadro sustraído en el
museo. Además, junto a los otros protagonistas cardinales ya expuestos,
destacar en esta parte de Las Vegas a Xandra, un personaje, la pareja del padre
de Theo, divertido y perverso, incierto. No voy a dejar pasar en estos momentos
los acusados contrastes en los personajes femeninos, entre Xandra, y la madre
de Theo, el modelo de mujer moderna sensata, madre y profesional a la vez, y la
señora Barbour, representante de una alta sociedad, y la inocencia
extravagante, frágil, de Pippa y de la que el protagonista se enamora
perdidamente.
“... son nuestros secretos los que nos definen, y no la cara que
mostramos al mundo”
Por otro lado, no es difícil
encontrar en la historia claves del 11-S, los conflictos en el Golfo Pérsico y
la crisis desatada tras la quiebra de Lehman Brothers; o incluso en el tema del
coleccionismo de muebles antiguos, el mercado y tráfico de obras de arte, o esa
contradicción extraordinaria en relación al cuadro de Fabritius: mientras más
único es un objeto, más difícil de vender, negociar o valorar supone. Y en este
meollo contemporáneo Tartt, al igual que hizo Dickens en su tiempo, bucea
exhaustivamente en esta marginalidad de los tiempos y en derredor de la extrema
amistad entre el protagonista, Theo, y Boris, el chico del Este que es de todas
partes y de ninguna, quien a su corta edad está licenciado en todas las emergencias
de la vida, y que juntos llevan si no todo el peso de la trama, los capítulos
más interesantes, aparte de los episodios con Hobie el restaurador y por su viso
de protección, de confortabilidad y confianza. Una trama con un desaforado
salto en la vida de Theo que pasa de la cotidianidad “sana” junto a una madre
responsable, a las drogas y destrucción de la mano de Boris, del padre
alcohólico y drogadicto, y de su voluntad con los avatares del tiempo.
“¿Y no es ese el propósito de los objetos, de las cosas hermosas,
ponerte en contacto con una belleza más grande?”
Y con todo, aunque pareciera lo
contrario, no estamos ante otra y manida obra para sensibilizarnos contra los
peligros de la drogas; vale que se asiste de manera, a mi juicio, cargante en
las vivencias y descargos de un consumidor habitual y, desde ese hartazgo, con cuanto
de horrible tiene esta realidad. La realidad o la necesidad de la droga es presentada
de forma evidentemente ligera, y de ahí mi malestar, como una salida a la
supervivencia en una sociedad hostil que arroja a los más sensibles a la
soledad y al repudio. Theo y Boris encarnan magistralmente esta actitud, o esta
huida, y que, sea como fuere, la llevan a efecto con dignidad; suavizándola quizás
con lecturas compulsivas de Dickens, Thoreau, Steinbeck,… o con el valor
absoluto de la amistad o el descubrimiento de sus seres adultos y su
responsabilidad con el mundo. Indudablemente esperaba mucho más de la relación de
Theo con Pippa, pero es la amistad con Boris la que encierra este aspecto más asombroso.
Si tuviera que poner un sobretítulo a esta novela me decantaría por el de
sobrevivir en un mundo de apariencias o la condena de la soledad en un mundo de
apariencias.
“No hay nada "racional" en nada de lo que me importa”
Este mundo de las apariencias
encuentra su contexto más apasionado, más alusivo, en la parte de la novela de
Las Vegas, el desierto, las ficciones de la ciudad, con toda su cruda e incluso
surrealista crítica. Una descarga, un ataque al ideal de vida americano, sin
duda alguna, que trasciende a ese hipotético modelo social, totalmente
hipócrita, en cuna de muchas frustraciones: “Estados Unidos solo acosa a los países más pequeños que creen ser
diferentes a ellos”, “La democracia
es un pretexto para todo, joder. La violencia…, la codicia…, la estupidez…,
todo está bien si lo hacen los estadounidenses”, palabras de Boris en las
que también se refleja la vida de su amigo: Theo abandona esa sociedad estable
que le garantizaba su madre, para entrar en un mundo de falsas esperanzas, no
solo por la mala vida, sino por el hecho mismo de hacerse adulto y comprender
que no siempre se es como se querría ser, por mucho que la sociedad invite a
luchar por ello. ¿Existe solución?
“Para entender el mundo, a veces podías concentrarte en una parte muy
pequeña de él, examinar con detenimiento lo que tenías cerca y hacer que
sustituyera el todo...”
Indudablemente, la solución tiene
que ver con el eje conductor del relato, el cuadro de Fabritius, El Jilguero,
con
el que se divulga, o sirve de icono, más allá de la realidad del simple tráfico
ilegal de obras de arte, para adentrarse, en una índole más sublime, más
íntima, a qué o cuánto significa el arte y a qué o a cuánto no. Donna Tartt,
entonces, plantea la esencia del arte en intrínseca relación con la esencia del
propio mundo, de la vida. Una vida dominada por leyes sociales que asfixia la
complejidad del mismo, la que aniquila toda la gama de grises que se encuentran
entre el bien y el mal, y que personifica a la búsqueda, tal vez trascendente y
en todo caso vital de Theo Decker, su necesidad de vivir en torno a
identificarse con el propio cuadro sustraído del museo tras el atentado terrorista,
¿cómo? El amor por el arte y que no es otro que el propio amor por la vida,
para vencer al cansancio, la soledad, la destrucción y querer seguir viviendo.
La novela es mucho más que una
historia de iniciación, como también es mucho más que un thriller, una crítica
social o un relato inspirado en una pintura. En ella tienen cabida la amistad,
el amor, la marginación, las experiencias extremas y, por supuesto, el arte, la
trascendencia de la vida que permanece después de la muerte. Una historia
narrada con elegancia, habilidosa tanto para expresar pensamientos o sueños o
locuras, conscientes o inconscientes, del narrador y en sus giros contextuales,
en su relación con otros y memorables personajes. No será el primer clásico del
siglo XXI, de acuerdo, pero es una novela muy recomendable.
“Todo lo que nos enseña a hablar con nosotros mismos, lo que nos enseña a salir de la desesperación
entonando una canción, es importante.
Pero el cuadro también me ha ensañado que podemos hablar unos con otros a través
del tiempo. Y tengo la impresión de que hay algo muy serio que me urge decir al lector inexistente. Que
la vida, es entre otras mucha cosas breve… Que aunque no siempre nos alegremos
de encontrarnos aquí, tal vez sea nuestro deber sumergirnos igualmente; vadear
en línea recta a través del pozo negro, manteniendo abiertos los ojos y el
corazón”
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