En la
Nochevieja del año pasado os (me) deseé un venturoso año 2015 con unas palabras
de García Márquez. AL final esas palabras se empeñaron (se empeñan) en
escribirse retorcidas, hirientes. He dudado unos instantes de cumplir el
trámite, obligado, con una de las muchas y manidas felicitaciones para todos los
gustos que rebosan en los buzones. Hubiera sido, sin embargo, traicionarme y traicionaros. No iba (no voy)
a renunciar a mi pasión literaria y, con ella, envolver mi ánimo y desearos lo
mejor para 2016. De tal manera que en un remedo de Shakespeare según Javier
Marías o mío de ellos, anhelo que este nuevo año, si así tiene que empezar lo
malo, quede atrás lo peor.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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