Navidad.
No iba a brindar por la Navidad, a brindar por ella con vosotros. Es absurdo
hacerlo con una copa que no está llena, que está vacía; solícita de anhelos, de
confianza, de oportunidad. La vida. Pero ahí estaba la gota recorriendo con
sinuosidad el cristal, cayendo. Una gota, un indicio, un rastro, una señal que
por agotada que esté la realidad, o cansada, por muy desesperada que pese
cualquier circunstancia, es ésta la esencia, de acuerdo que pequeña, de una ilusión,
o de muchas, de contento, o de muchos, de un universo que está esperando su expansión.
Y en él, cuando llegue, que llegará, estaréis vosotros, o de quienes
comprendéis lo que digo, de lo contrario no tendría sentido. Esta gota merece
un brindis por la Navidad, por el Solsticio, por nosotros y por un nuevo tiempo
venturoso. Así sea.
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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