“Lo maravilloso de este planeta, de esta vida, es que hasta en el mayor
de los horrores, en el infierno, siempre hay hueco para la belleza, siempre
florece la esperanza”
“La isla de Alice”, finalista del
Premio Planeta 2015, escrita por el director de cine y guionista Daniel Sánchez
Arévalo, evidentemente de la Editorial Planeta, tocho de 624 páginas. He dicho
tocho, sí, y he insistido en el número de páginas ¿Por qué? Para mí sobran 300
páginas al libro. Y con ello no quiero decir que sea una historia lenta y
tediosa, no, es interesante y entretenida; pero es cierto que sin esos tres
centenares de páginas hubiera estado mejor. De hecho, su trama, a caballo entre
el thriller y un manual de superación, no exige tal dispendio en el autor y
esfuerzo para el lector. Veámoslo: “Cuando
Chris muere en un accidente de coche sospechosamente lejos de donde debía
estar, la vida de su mujer, Alice, con una niña de seis años y otra en camino,
se desmorona. Incapaz de asumir la pérdida y con el temor de que tal vez su
relación perfecta haya sido una mentira, se obsesiona con descubrir de dónde
venía Chris y qué secreto escondía. Reconstruye el último viaje de su marido
con la ayuda de las cámaras de seguridad de los establecimientos por donde este
había pasado, hasta llegar al epicentro del misterio: Robin Island, en Cape
Cod, Massachusetts, una pequeña y, solo en apariencia, apacible isla que modificará
profundamente a Alice mientras busca respuesta a la pregunta: ¿Qué hacía Chris
en la isla?”
¿Y entonces? Sánchez Arévalo, en
aras de lograr una definición perfecta del personaje principal, Alice Dupont, a
que el lector empatice con ella, por querer atar y a que no chirríe la historia
principal con sus diversas sub tramas, estas o las que, al fin y al cabo, son un
sin sentido para el sentido común normal, (algo del estilo de si tienes algo
que preguntar, hazlo y no te enredes con corazonadas) para lograr la coherencia
necesaria, a su juicio, y un interés que no decline, por aseverar la verosimilitud
de lo narrado,… para esto construye un armatoste ingente con los habitantes de
la isla a los que la protagonista espía como supuestos responsables o
sospechosos del misterio de su marido, Chris-Christ; ellos, con sus propias vidas
idílicas y sus miserias, con sus propios miedos y fantasías… junto con
localizaciones, leyendas, colores, gustos, transportes, tecnología, vicios y
pasiones… y otros derroches detallistas,
a manera de si el autor pecara de guionista riguroso o incumpliera cierto “abc”
del novelista, o que no deslindara uno del otro, no escatime nada en el
desarrollo del relato y, solo los planos de cámara duran un segundo, en
literatura, no obstante, como hubiera sido posible, y deseable, se echa en
falta un uso de las elipsis para hacer más escueta la historia y a que ese
entramado erigido sin huecos ni tiempos, no desentone como lo hace en algunos
de sus mismos detalles (tal es el hecho de retratar a la clase alta
estadounidense y quede un panorama muy castizo, un relato español para españoles
en una localización foránea); y que dicho edificio se convierta en algo tan suyo,
tan emancipado, tan independiente al mismo escritor, y al que no le queda otra
opción que buscarles un fin adecuado y sin importarle hacer más extensa la narración.
En resumidas cuentas, si para Sánchez Arévalo esta novela es su mejor película,
con un guion de 300 páginas hubiera sido suficiente y porque de hacer una
película con estos mimbres tendría material para una serie o antología.
“Entonces me di cuenta de que no era cuestión de elegir entre terminar
o continuar. Se trataba de terminar para poder continuar. Había que despedirse
de ciertas cosas para seguir”
“La isla de Alice”, digamos, es
un thriller y una historia de superación, un texto correcto, cargado de
positividad, narrado en primera persona, no de una manera lineal y ya que
existen “saltos en el tiempo” sin otro efecto que amplificar la intriga, y entre
los que puede circunscribirse el sueño recurrente de la protagonista que se va
repitiendo parte tras parte hasta que se dilucida al final; de acuerdo que
quizás en algunos momentos se convierte en un libro demasiado minucioso y lento,
ya lo hemos visto. Para Alice resulta ineludible conocer el secreto de su
marido, las mentiras y verdades de su pasado, para poder seguir con su vida y
la de su familia.
Me gustaría destacar el personaje de Olivia, la hija de seis
años de Alice, que sufre la pérdida de su padre aferrándose a la obsesión por las
cifras, a querer contarlo todo y a imponer un orden milimétrico en todo. Su
manera de restaurar el orden tras la muerte del padre. Las cinco partes en las
que se estructura “La isla de Alice” se intitulan y citan a conocidas novelas, con
las que conecta: “Moby Dick” refiere la búsqueda perturbadora de Alice,
decidida a descubrir si Chris le ocultaba algo, huir hacia adelante en su
misterio. En “La isla del tesoro”, ya en la isla, en Robin Island, rastrea el
tesoro/misterio/secreto de su marido. En “Robinson Crusoe”, Alice náufraga en
el universo que ella misma crea con su espionaje a los habitantes, no sabe en
quién confiar, desesperada en encontrar su Viernes para descargarse de tanta
tensión y gravedad. En “El hombre invisible” resuelve el misterio de Chris. Y
en “Alicia en el país de las maravillas”, logra el equilibrio, se encuentra a
sí misma y su lugar en el mundo.
“Un amor perfecto solo puede ser un amor truncado”
“La isla de Alice” es una novela
sencilla pero larga, simbólica pero intrigante, sobre el poder de los
sentimientos, el dolor de la pérdida y la importancia de luchar siempre por
conocer la verdad, en una historia donde superar los miedos y fijezas para
propiciar el reencuentro.
“Nuestra vida era un puzle. No en el sentido de caos y confusión, sino
en el sentido de armonía, de encajar. Un puzle que hicimos juntos, pieza a
pieza”
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