No existo. No existes.
Hoy tal vez sí existimos, pero dentro de un año no. Dentro de un año este día,
con todo cuanto contiene y nos contiene, no existirá. Oficialmente un día
inexistente, mañana, aunque tras otro año y otro y otro, reclamará su
excepcionalidad y oportunidad. Un agujero negro en el calendario, la esquina en
el almanaque con sus perspectivas bisiestas. Y yo, víctima de la insólita
cronología, de algún barrunto psicótico, me dejaba llevar, al abrir los ojos del
sueño y observar tras la ventana el festivo azul del cielo, las pintorescas
nubes como dianas en una caseta de feria, el parlamento vehemente de los
pájaros, por la desazón de este añadido puntual a febrero.
Sensación que zumbaba impertinente
en mi inconsciente, en mi cabeza, o en una parte irracional de ella, durante el
desayuno, las tareas domésticas, mis hijas, voz en cuello de mi mujer, las
letras de un libro, imágenes vistas sin verlas en el televisor, paseo en coche
por Ronda, la tibieza del sol, la brisa gélida, confianzas desasosegantes, gente
y gente y gente… Pensaba en nada porque nada era el fundamento de la
incomodidad de la jornada. Nada importaba, ni la anécdota, ni la historia, ni el
decreto máximo del divino Julio César, ni ese margen de rigor, de ajustar lo
ajustado, de añadir un día completo cada cuatro años y para que las estaciones
no se descompasen en el calendario. Solo importaba la extraña sensación,
solapada por el mismo y ominoso tiempo, de cuanto era hoy, solo hoy, póstumo
febrero, será un recuerdo dentro de un año, una ausencia que ni mucho menos nos
atañerá incómoda y en todo caso pasará insensible, fría como la víspera. Hoy
sí, pero mañana no acaecerá este día de propina, de número insólito, como si la
Providencia u otro poder omnisciente nos hurtara este día de nuestra existencia
por un encuadre cósmico o un ajuste matemático en aquella. Cosas de arriba,
para creyentes; cosas estructurales, para los otros creyentes.
Y yo, o por la
desquiciada cavilación que me arrastraba hacia lares perturbadores, moldeaba
una teoría o un frágil señuelo en el que agarrar y no perder mi compostura, mi
intelectualidad, sea como sea, disquisitiva y filosófica, sobre este día que no
existirá el año que viene y yo en éste y vosotros también. Una cuestión de
creer, me confortaba, de creencia, de fe ciega en datos, sucesos, informaciones
o quimeras que, no siendo susceptibles de experimentarse y enjuiciarse cuándo o
cómo se quisiera, establecen de manera inequívoca su presencia, su verdad, su
manifestación real, y por mucho o poco o disimulado que se aparten de lo
habitual, de lo correcto incluso, a lo acostumbrado. Dar por hecho, sin mayores
apasionamientos o discusiones de las anteriores, de la obligación “per se” de
añadir un día cada cuatro años a febrero, un 29 inaudito, para cuadrar esas
cifras de más, las horas y minutos y segundos… tiempo, además de los 365 días
de rigor del año.
Igual sucede ante lo
extraordinario, esas manifestaciones, hechos, sucesos o lo que fuesen y
rehusados de la realidad, o con el mundo cotidiano y normal; los que superan, y
a los que resbalan, el dictamen objetivo de los cinco sentidos y solo con otro,
el sexto, logra, si no ya explicar cuanto no puede tener explicación, el
atender o entender su efectividad. La magia de lo extraordinario, las fuerzas
ocultas, fantasmas, OVNIs, abducciones alienígenas, espíritus, ángeles y demonios…
el guiño inesperado solo en aquel en quien nos vemos en el espejo, o en el ademán
en nuestra propia sombra oblicua de la mañana, aparición mariana a lo
Garabandal en clave local y con la que Maripaz sorteara dejar de ser “popular”
y “farandúlica” alcaldesa de Ronda, mártires adláteres, “Santa Compaña”, “Oremus”
y oídos para los nuevos, también humildad, y sentido común, “Podemos” en clave
nacional y con la sinceridad de la primera persona del plural del presente
indicativo, comprometidos con el “Hagamos” junto con socialistas ciudadanos,
rojos naranjitos, morados para el jueves santo, médiums, mal de ojos, exorcismos
y sortilegios… Es decir, la necesidad de creer en todos y cada uno de estos
comportamientos para convivir y no sufrir por su desconocimiento de ellos.
Y así, como esos del
anterior párrafo, cuando dentro de un año llegue el 28 de febrero (con su inefable
efeméride andaluza) y lo suceda el 1 de marzo, entendamos, o asumamos, creamos,
no existir en este agujero negro del calendario, la esquina en el almanaque con
sus perspectivas bisiestas, vivir en la confianza que tras cuatro años ahí
aparecerá el excepcional 29 de febrero donde excepcionalmente seremos.
El tiempo no es inquisitivo, sentido.
Veía tras la ventana el
cielo ya más cárdeno de la tarde, las nubes refulgentes de sol en sus bordes,
unos latines: “Tempus fugit, sicut nubes, quasi fluctus, velut umbra” (el
tiempo se escapa como una nube, como una ola, como una sombra). El tiempo. No
pensar en el tiempo, ni en su omisión por ajustes del calendario, firmes en la
disposición; no atormentarse con la idea, la sensación de no ser en esos
momentos, las veinticuatro horas en los años que no son bisiestos como este;
porque, asimismo sobreviene con todos los acontecimientos sensacionales, anormales,
extraordinarios, su mayor éxito es hacernos creer de que no existen, y de
acuerdo que, por el contrario, haberlos haylos, ¿no?. Sensacional. "I want to believe", reza el poster. Necesito
creer. Necesitamos creer.
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