“Camille
ha leído en algún sitio que la señal que puede salvarlo a uno llega en el
momento en el que ya no se cree en nada”
Si en estos
momentos alguien me preguntara, o al menos entre quienes tienen la deferencia
de leer mis letras, no importa que sean amantes o no de novela negra, por un
título del género, sin duda alguna que recomendaría el libro del que trata esta
reseña, “Alex” (Alfaguara, 2015), de Pierre Lemaitre. Un thriller
escalofriante, duro, inquietante, de vertiginosa trama,
imprevisible, insólita, sorprendente, y me quedo corto aquí y allá con los
adjetivos; con la prosa inconfundible, tosca y pulcra de Lemaitre, ganador del
prestigioso premio Goncourt. Una obra maestra. De hecho, no me imaginaba que
después de leer la magnífica “Irène”, primera parte de la saga del comandante Camille
Verhoeven, su segundo capítulo, este, “Alex”, pudiera superarla y atrapar al
lector con aquello que en la primera entrega definí como la locura del horror.
Porque además de la típica, que no tópica, investigación policial, encontramos
una intriga tensa, absorbente, en la que participamos con una incredulidad sin
límites hasta el final de sus páginas, zarandeados como un muñeco por sus
sorpresas sin cuartel, arrastrados por sus giros inesperados, intensos, y,
particularmente, cautivados por el horror psicológico que marca toda la lectura
con desasosiego, soberbio; y es que este segundo volumen sigue sin ser apto
para lectores aprensivos o impresionables, los que puedan ver herida su
sensibilidad. Sea como sea es una novela impresionante e imprescindible, que me
ha gustado muchísimo, que me ha mantenido adherido a sus páginas y a su trama apremiante
y en las que no se sabe qué va a pasar; que me ha horrorizado, inquietado,
desconcertado, confundido, e incluso me ha hecho ser consciente que también en
la oscuridad, en la atmósfera del crimen, entre el bien y el mal, lo justo y lo
injusto, es posible reflexionar sobre el fin del ser humano con cierta
melancolía negra. Agradezco a Lemaitre por despertarme tanto interés, tanta
curiosidad, la ansiedad, por apabullarme con su lírico horror.
“Premio de los lectores en Francia a la mejor
novela de suspense. La policía solo tiene de ella la descripción. Joven, tal
vez en la treintena y -en eso han coincidido todos los varones que han
presenciado lo ocurrido-, muy atractiva, cautivadora, una de esas mujeres de
las que no se puede apartar la mirada. ¿Quizá por eso ese hombre la ha raptado?
Trabajando contrarreloj, los investigadores identifican al secuestrador y
descubren dónde la tenía prisionera... pero ella ya ha huido. Extrañamente, el
caso empieza cuando debería haberse cerrado. ¿Quién es Alex en realidad? Nadie
lo sabe. Aunque la víctima frágil que se imaginaban... eso no. Ella es más
inteligente que su verdugo. Ella no perdona. Ella no olvida nada ni a nadie. «Cincuenta
por ciento suspense, cincuenta por ciento investigación, cien por cien
magnífica.» Le Figaro «Una novela de una intriga diabólica.» L´Humanité”
La
novela, dividida en tres partes claramente diferenciadas, magistralmente
elaboradas (tranquilidad, no voy a caer en el espoiler), parte de una historia cien
mil veces consumida por la literatura, muy trillada, como es el secuestro de
una chica bonita e ingenua; luego la huida y el delirante desenredo final del relato
deja la característica, inquieta sensación de que no es todo lo que parece, y
cuya impresión, o perturbación, dura en el lector sus buenos días. La primera
parte de la novela, correspondiente al secuestro, resulta bastante dura y aterradora;
inmediatamente el autor agiliza y recrudece la tensión en torno a una trama
llena de giros, adictiva para el leyente y por saber qué sucede justo al pasar
de página. Grande. Esto, por supuesto, provoca tal grado de inquietud que no
decrece y salvo los respiros, contados, dispersos, de las notas de humor del
trío policial protagonista, mantiene en el desconsuelo de una ávida expectativa
y que, singularidades del estilo Lemaitre, nutrida por la evidencia de que la
policía no es tan infalible, la víctima no es tal víctima, y es inadmisible
dejarse llevar por juicios simplistas, maniqueos, entre personajes buenos y
personajes malos, porque quizás los malos no son malos y los buenos no tan
buenos.
“Camille conoce la música triste
y lenta de las pistas, esa guerra de desgaste que lleva una eternidad y que
destroza los nervios”
Asimismo, a
esta triple estructura, hay que añadir la narración en dos tiempos que se alternan
rigurosa y simultáneamente:
Alex, la joven secuestrada, fascinante, misteriosa hermosa y solitaria, un papel en blanco en el que se va escribiendo más datos biográficos y las propias piezas en el puzzle del relato, ella, la que dista mucho de ser una víctima; y por otro a la policía: el comandante Camille Verhoeven, de 1´45 de altura y de carácter complicado, marcado con el fantasma que arrastra de su mujer, también secuestrada, obsesionado con que no vuelva a repetirse el destino de esta, Irène, en aquella, y sus dos compañeros, Louis y Armand, tan desemejantes como complementarios para el buen rumbo de la investigación policial. Los capítulos son, al mismo tiempo, cortos, y en todos pasa algo, no hay rellenos o pajas, todo es importante, lo cual hace que la novela gane en dinamismo y provoque la urgencia, la exigencia por “querer avanzar un capítulo más”: este de Alex, no, el siguiente de Verhoeven, no el de Alex, venga el siguiente del comandante… uno más, y otro… consiguiendo así que se esfumen sus páginas en nada. A esto lo llamo yo adicción, y de la dura. Magnífico, pues, el crescendo de giros inesperados y de cambios de acción que traza Lemaitre, insisto, en el desarrollo de esta extraordinaria historia; para ocultar, confundir, enredar y velar las respuestas hasta el último momento; igual vale esta consideración con respecto a Alex, su protagonista. La omnipresente pregunta circunscrita en la primera línea y en todo el relato: ¿Por qué?, hasta su apoteósica explanación en la última parte y final.
Alex, la joven secuestrada, fascinante, misteriosa hermosa y solitaria, un papel en blanco en el que se va escribiendo más datos biográficos y las propias piezas en el puzzle del relato, ella, la que dista mucho de ser una víctima; y por otro a la policía: el comandante Camille Verhoeven, de 1´45 de altura y de carácter complicado, marcado con el fantasma que arrastra de su mujer, también secuestrada, obsesionado con que no vuelva a repetirse el destino de esta, Irène, en aquella, y sus dos compañeros, Louis y Armand, tan desemejantes como complementarios para el buen rumbo de la investigación policial. Los capítulos son, al mismo tiempo, cortos, y en todos pasa algo, no hay rellenos o pajas, todo es importante, lo cual hace que la novela gane en dinamismo y provoque la urgencia, la exigencia por “querer avanzar un capítulo más”: este de Alex, no, el siguiente de Verhoeven, no el de Alex, venga el siguiente del comandante… uno más, y otro… consiguiendo así que se esfumen sus páginas en nada. A esto lo llamo yo adicción, y de la dura. Magnífico, pues, el crescendo de giros inesperados y de cambios de acción que traza Lemaitre, insisto, en el desarrollo de esta extraordinaria historia; para ocultar, confundir, enredar y velar las respuestas hasta el último momento; igual vale esta consideración con respecto a Alex, su protagonista. La omnipresente pregunta circunscrita en la primera línea y en todo el relato: ¿Por qué?, hasta su apoteósica explanación en la última parte y final.
¿Qué
cuál novela negra puedo recomendarles? Este thriller duro, grandioso e impensado
de Pierre Lemaitre, indudablemente, que tanto vale para amantes o no de la
novela negra; por su insospechada trama, espeluznante, por sus personajes de
carácter, definidos, sentidos, por el crimen, la muerte, la investigación, la
enfermedad, la venganza, la justicia, los desconciertos, afanes, de superación
o condenación, el dolor, el horror… No solo por ser una novela de inusitado interés,
de entretenimiento asegurado, sino por sus emociones, aquellas que duran porque
estremecen.
“La primera mirada
es fundamental y debe ser panorámica, puesto que luego uno entra en los
detalles, en los innumerables hechos, y se pierde la perspectiva”
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