“Ya no me parecía tan absurdo que
la belleza fuese más elevadora que la plegaria, que un cuerpo desnudo llenase
un paraíso más amplio que todos los recovecos de mi vida interior”
Dos tardes.
Dos autores. Tres los relatos. Literatura comprimida para un tiempo que pasa
deprisa y deja su tarda fatalidad. La cita que abre esta reseña pertenece a la
novela corta, o al relato largo, “El demonio” (Plaza & Janes, 1999) de
Terenci Moix, mi escritor favorito y uno de los más prestigioso de nuestra
literatura. “Una historia de ambigüedad
medieval” la define el propio Moix, escrita como si fuera un guion para el
cine o sus guiños cinéfilos la han hecho así. Sea como sea, una extraordinaria
narración sobre la tensión entre religión o espiritualidad y sensualidad o
pasión. “Sirviéndose de algunos elementos
propios del cuento gótico, Moix crea un universo regido por el horror de la
belleza y la perversión de la santidad. La confesión del protagonista de «El
demonio», un monje subyugado por su joven discípulo -o viceversa-, ya sea
producto del delirio o relato de unos hechos vividos, revela una experiencia
tan iconoclasta como provocadora, y constituye un auténtico descenso a los
infiernos de la pasión. Sublime provocación en la descripción, o en una
historia, de ese límite donde los opuestos se atraen.
“…los dos juntos en aquel Café en
que nos pasamos media vida en la época de la
facultad.... El café, gordo,
aquel famoso café donde te contó, donde por lo
menos traté de contarte qué
exactamente era lo que sentía aquellas primeras
veces en que no estuve conforme
con lo que nos esperaba en la vida.... Años
felices y sin más gastos que el
café.... Sentados en el Café, mañana tras
mañana, completamos mil tomos de
las Vidas Paralelas...”
El anterior
párrafo, por otro lado, está tomado de “Eisenhower y la tiqui-tiqui-tin” que, junto
a “Muerte de Sevilla en Madrid”, son dos relatos del escritor peruano Alfredo
Bryce Echenique, incluidos en una selección de “Compañía Europea de
Comunicación e Información”, Madrid, 1991, y pertenecientes a su libro de
relatos “La felicidad, ja, ja”. En ambos es notoria la característica
distintiva de la prosa de Bryce Echenique, la oralidad; es decir, la presencia
de un personaje que es el narrador de su propia historia. El propio escritor,
de hecho, se define como contador más que cuentista o novelista. “Eisenhower y
la Tiqui-Tiqui-Tín” es el monólogo de un ex estudiante de Derecho en un bar que
más parece una pocilga, donde, cerveza tras cerveza, se ve incapaz de efectuar
un embargo a un viejo (y arquetípico) compañero de colegio. La historia de un
inadaptado, del hundimiento en todas las parcelas de su vida. “Muerte de
Sevilla en Madrid” es la triste y desasosegante historia de un hombre apocado y
simplón, de una vertiginosa y excepcional desventura diarreica (de diarrea) que
termina en el suicidio.
Dos tardes.
Dos autores. Tres los relatos. Y termino, como no, con mi admirado Terenci Moix
y esta magistral frase de “El demonio”:
“Aquel ser parecía un enviado del
cielo, un ángel maldito que se hubiese arrepentido de alguna antigua rebeldía y
a quien Dios enviaba a la Tierra para someterlo a una prueba definitiva. Todo
en él era belleza e inocencia, pero al mismo tiempo comunicaba un vértigo
indescifrable que se abría paso por cada uno de los poros de mi cuerpo”
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