“Soy un canalla y no me
arrepiento de serlo.
He mentido, engañado y manipulado
a mi antojo sin que me importaran las consecuencias.
He destruido sueños y
reputaciones, he traicionado a los que me han sido leales, he provocado dolor a
aquellos que quisieron ayudarme.
He jugado con las esperanzas de
quienes pensaron que podrían cambiar lo que soy.
Sé lo que hice y siempre supe lo
que debí hacer.
Esta es la historia de un
canalla. La mía…”
Distraído, y cansino, este
voluntarioso cambio de registro, o cumplido encargo, en la obra de Julia
Navarro. “Historia de un canalla” (Plaza & Janés, 2016), es una extensa,
muy extensa, demasiado extensa, disertación sobre la ambición, la codicia, el
egoísmo.
“Thomas Spencer sabe cómo
conseguir todo lo que desea. Una salud delicada es el precio que ha tenido que
pagar por su estilo de vida, pero no se lamenta por ello. Sin embargo, desde su
último episodio cardíaco, una sensación extraña se ha apoderado de él y en la
soledad de su lujoso apartamento de Brooklyn, se suceden las noches en que no
puede evitar preguntarse cómo habría sido la vida que conscientemente eligió no
vivir. El recuerdo de los momentos que le llevaron a triunfar como publicista y
asesor de imagen, entre Londres y Nueva York en los ochenta y noventa, nos
descubre los turbios mecanismos que en ocasiones emplean los centros de poder
para conseguir sus fines. Un mundo hostil, gobernado por hombres, en el que las
mujeres se resisten a tener un papel secundario”
864 páginas para la autobiografía
de un “canalla” o de un auténtico, y con suerte, hijo de las cuatro letras. “-Porque usted es un hombre sin principios
pero inteligente y cobarde. Llega al límite pero sin sobrepasarlo. Su instinto
de supervivencia le hace frenar cuando llega al borde del abismo” Palabras
universales: ambición, codicia, egoísmo, de acuerdo. En cuanto a lo concreto, acerca
de la decisión de la escritora, si la intención de ésta fue la de escribir un
libro sobre la manipulación de los medios de comunicación, “Hay algunos medios están en manos de fondos
de inversión para los que la verdad sólo es un inconveniente, si eso les puede
hacer perder dinero”, sobre actores sin escrúpulos, malvados, quienes no se
arrepienten por nada, los que intrigan y maniobran en nuestra cotidianidad, todos
los que están personificados en su protagonista, Thomas Spencer, un genio de la
comunicación, la publicidad y la asesoría política, (y sigo insistiendo con
que, a pesar de su perversidad, un tipo con suerte, con mucha suerte, de hecho
rememoro en estos momentos el personaje de Esther, descrito por el mismo protagonista
como alguien de honestidad inquebrantable, fiel y a su lado, comprensiva y
solícita, incomprensible) Julia Navarro no lo ha conseguido o yo no he logrado captar
el mensaje entre su estructura anárquica, entre la repetición de situaciones y
de roles, más entre personajes femeninos, creándome desconcierto y desinterés.
No, no consigue transmitir lo que pretende. “Queremos gobernar nuestros pueblos de acuerdo con lo que necesita la
gente. No prometemos nada que no podamos hacer y nadie nos va a exigir más de
lo que saben que se puede hacer. Nuestros votantes son nuestros vecinos”
Desconcierto y desinterés, ya que no han sido pocas las veces que
me tentó una “lectura vertical”; es decir, con la que prescindir aquí y allá de
escenas que se me hacían demasiado largas, implorando elipsis aquí y también
allá y resignándome a otros errores estructurales, quebrantando uno de mis más
íntegros principios o quizás mi mayor virtud lectora: dejar un libro a medias. Más
en los párrafos en cursiva sobre “cómo debería haber sido la vida de Thomas
Spencer”, los que forman parte de la ambigüedad de la novela, de sus deslices
estructurales, porque esos capítulos revocan la propia trama, la historia del
protagonista, ya que él de ninguna de las maneras lo haría, no cambiaría, no
quiere dejar de ser malo, y en los demás es imposible saberlo. El relato,
entonces, se alarga como una goma elástica, ralentizado. “Pero no hice nada de esto. Ni se me ocurrió hacer algo así. Aquello que
aquel día no hice es parte de la vida que no he vivido y que ahora, en el
umbral de la muerte, me pregunto ni no debí haber vivido”.
No sé si considerar, por tanto, a
esta novela de psicológica, un enorme retrato de la maldad sin remordimientos,
del egoísmo absoluto y la soledad carcomida. Asimismo del maltrato a la mujer,
el racismo y el clasismo. “Con el paso de
los años he aprendido que las mujeres son capaces de los mayores sacrificios si
se creen imprescindibles. Pueden renunciar a todo, incluso a la felicidad, para
comportarse como heroínas en el teatro de su propia vida” Aunque, en deferencia
de la escritora, no es fácil escribir, contar una historia en primera persona,
de un malvado. No es fácil, no.
La narración, o su estructura, sin
embargo, no me ha parecido buena. El hecho de estar narrada en primera persona,
a que sea Thomas quien nos cuente su propia vida, resta mayor definición al
personaje, a su comportamiento, menoscabando las perspectivas, y reduce la
apertura del abanico de sentimientos y comentarios de los demás sobre él y sus
circunstancias. Y con este lastre, evidentemente, surgen las contradicciones y
los errores estructurales, y vuelvo a traer a escena la “masoquista” actitud de
Esther y su resultado, para el lector, poco convincente… De esto y de los
pasajes innecesarios, tan tópicos y previsibles, de los diálogos reiterativos,
pesados, sustituibles, junto a personajes con idéntico y manido rol
(Yoko-Olivia-Doris, incluso Lisa y Constanza) con los que ilustra la cruel
manipulación y violencia sobre la mujer, o las escenas lacrimógenas, ingenuas,
de cuánto es querido el protagonista por su familia y las desalmadas respuestas
de éste a los afectos, de la confusión narrativa entre negocios, sentimientos, instintos,
vicios, Nueva York, Londres, Madrid… hacen de su contenido algo convencional, superfluo
por lo espacioso, con un final ambiguo y en cierta manera decepcionante por
cómo queda, dentro de ese convencionalismo imperante, el resultado de las
causas con los efectos, el mal y su castigo… Y, en definitiva, qué finalidad o mensaje
podemos entresacar de esta historia larga, muy larga, que nos vuelca “a la rutina que nos protegía de nosotros
mismos”.
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