Aquí estoy...

Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.



martes, 29 de marzo de 2016

LIBROS QUE VOY LEYENDO: "Historia de un canalla" de Julia Navarro


“Soy un canalla y no me arrepiento de serlo.
He mentido, engañado y manipulado a mi antojo sin que me importaran las consecuencias.
He destruido sueños y reputaciones, he traicionado a los que me han sido leales, he provocado dolor a aquellos que quisieron ayudarme.
He jugado con las esperanzas de quienes pensaron que podrían cambiar lo que soy.
Sé lo que hice y siempre supe lo que debí hacer.
Esta es la historia de un canalla. La mía…”

Distraído, y cansino, este voluntarioso cambio de registro, o cumplido encargo, en la obra de Julia Navarro. “Historia de un canalla” (Plaza & Janés, 2016), es una extensa, muy extensa, demasiado extensa, disertación sobre la ambición, la codicia, el egoísmo.

“Thomas Spencer sabe cómo conseguir todo lo que desea. Una salud delicada es el precio que ha tenido que pagar por su estilo de vida, pero no se lamenta por ello. Sin embargo, desde su último episodio cardíaco, una sensación extraña se ha apoderado de él y en la soledad de su lujoso apartamento de Brooklyn, se suceden las noches en que no puede evitar preguntarse cómo habría sido la vida que conscientemente eligió no vivir. El recuerdo de los momentos que le llevaron a triunfar como publicista y asesor de imagen, entre Londres y Nueva York en los ochenta y noventa, nos descubre los turbios mecanismos que en ocasiones emplean los centros de poder para conseguir sus fines. Un mundo hostil, gobernado por hombres, en el que las mujeres se resisten a tener un papel secundario”

864 páginas para la autobiografía de un “canalla” o de un auténtico, y con suerte, hijo de las cuatro letras. “-Porque usted es un hombre sin principios pero inteligente y cobarde. Llega al límite pero sin sobrepasarlo. Su instinto de supervivencia le hace frenar cuando llega al borde del abismo” Palabras universales: ambición, codicia, egoísmo, de acuerdo. En cuanto a lo concreto, acerca de la decisión de la escritora, si la intención de ésta fue la de escribir un libro sobre la manipulación de los medios de comunicación, “Hay algunos medios están en manos de fondos de inversión para los que la verdad sólo es un inconveniente, si eso les puede hacer perder dinero”, sobre actores sin escrúpulos, malvados, quienes no se arrepienten por nada, los que intrigan y maniobran en nuestra cotidianidad, todos los que están personificados en su protagonista, Thomas Spencer, un genio de la comunicación, la publicidad y la asesoría política, (y sigo insistiendo con que, a pesar de su perversidad, un tipo con suerte, con mucha suerte, de hecho rememoro en estos momentos el personaje de Esther, descrito por el mismo protagonista como alguien de honestidad inquebrantable, fiel y a su lado, comprensiva y solícita, incomprensible) Julia Navarro no lo ha conseguido o yo no he logrado captar el mensaje entre su estructura anárquica, entre la repetición de situaciones y de roles, más entre personajes femeninos, creándome desconcierto y desinterés. No, no consigue transmitir lo que pretende. “Queremos gobernar nuestros pueblos de acuerdo con lo que necesita la gente. No prometemos nada que no podamos hacer y nadie nos va a exigir más de lo que saben que se puede hacer. Nuestros votantes son nuestros vecinos”

Desconcierto y desinterés, ya que no han sido pocas las veces que me tentó una “lectura vertical”; es decir, con la que prescindir aquí y allá de escenas que se me hacían demasiado largas, implorando elipsis aquí y también allá y resignándome a otros errores estructurales, quebrantando uno de mis más íntegros principios o quizás mi mayor virtud lectora: dejar un libro a medias. Más en los párrafos en cursiva sobre “cómo debería haber sido la vida de Thomas Spencer”, los que forman parte de la ambigüedad de la novela, de sus deslices estructurales, porque esos capítulos revocan la propia trama, la historia del protagonista, ya que él de ninguna de las maneras lo haría, no cambiaría, no quiere dejar de ser malo, y en los demás es imposible saberlo. El relato, entonces, se alarga como una goma elástica, ralentizado. “Pero no hice nada de esto. Ni se me ocurrió hacer algo así. Aquello que aquel día no hice es parte de la vida que no he vivido y que ahora, en el umbral de la muerte, me pregunto ni no debí haber vivido”.

No sé si considerar, por tanto, a esta novela de psicológica, un enorme retrato de la maldad sin remordimientos, del egoísmo absoluto y la soledad carcomida. Asimismo del maltrato a la mujer, el racismo y el clasismo. “Con el paso de los años he aprendido que las mujeres son capaces de los mayores sacrificios si se creen imprescindibles. Pueden renunciar a todo, incluso a la felicidad, para comportarse como heroínas en el teatro de su propia vida” Aunque, en deferencia de la escritora, no es fácil escribir, contar una historia en primera persona, de un malvado. No es fácil, no.  

La narración, o su estructura, sin embargo, no me ha parecido buena. El hecho de estar narrada en primera persona, a que sea Thomas quien nos cuente su propia vida, resta mayor definición al personaje, a su comportamiento, menoscabando las perspectivas, y reduce la apertura del abanico de sentimientos y comentarios de los demás sobre él y sus circunstancias. Y con este lastre, evidentemente, surgen las contradicciones y los errores estructurales, y vuelvo a traer a escena la “masoquista” actitud de Esther y su resultado, para el lector, poco convincente… De esto y de los pasajes innecesarios, tan tópicos y previsibles, de los diálogos reiterativos, pesados, sustituibles, junto a personajes con idéntico y manido rol (Yoko-Olivia-Doris, incluso Lisa y Constanza) con los que ilustra la cruel manipulación y violencia sobre la mujer, o las escenas lacrimógenas, ingenuas, de cuánto es querido el protagonista por su familia y las desalmadas respuestas de éste a los afectos, de la confusión narrativa entre negocios, sentimientos, instintos, vicios, Nueva York, Londres, Madrid… hacen de su contenido algo convencional, superfluo por lo espacioso, con un final ambiguo y en cierta manera decepcionante por cómo queda, dentro de ese convencionalismo imperante, el resultado de las causas con los efectos, el mal y su castigo… Y, en definitiva, qué finalidad o mensaje podemos entresacar de esta historia larga, muy larga, que nos vuelca “a la rutina que nos protegía de nosotros mismos”.



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