Duele bastante no dar a mi
princesa un gran castillo, los mejores vestidos, juegos y fiestas, librarla de
monstruos, villanos, brujas y protegerla de cualquier mal del mundo; porque
nada podría compensar, compararse, con lo que ella me da, nos da, a manos
llenas: alegría, energía, simpatía, ternura, sencillez… tanta intensidad de
luz, de color, de imaginar, de felicidad que revalidan día a día nuestras ganas
de vivir, empujados por el ilimitado ímpetu de la suya. Aunque su tozuda impaciencia
exija cualquier cosa para ayer, lo cual termina en ocasiones por desquiciar al
más templado, basta luego con su fuerte abrazo, sus sonoros besos y un sentido “Te
quiero, papi, o mami, o tata” para derretirnos en su amor. Ángela ha estado
frente a grandes problemas, personales y cercanos, y de una manera asombrosa y
responsable a su edad, como a más de un adulto por el contrario nos ha pasado, no
se ha dejado achicar por ellos, no. Con una sonrisa ha cogido su varita mágica,
se ha arremangado el vestido de princesa, y ha deshecho los miedos en chispas
de ilusión. Eres, junto a tu hermana, la que me hace, nos hace, confiar en que
la vida tiene sentido. ¡Feliz Cumpleaños, Ángela!
Aquí estoy...
Como si fuese un discípulo de Borges, amo con derroche los atardeceres, los arrabales, algunos espejos de azogue interior, lo mítico y la desdicha. Me gustaría disfrutar ahora de la sencillez de la Belleza. Pero con sosiego. Aunque mis ojos, en un remedo de Terenci Moix, ya no puedan ver ese puro destello que me deslumbraba, aunque ya nada pueda devolver la hora del esplendor, acaso de lo mío que encuentro en mi Barrio, de la gloria mítica, no voy a afligirme, ni con la infelicidad, porque la belleza siempre perdura en el recuerdo.
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